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Un Elgar de última hora

Barcelona. 10/11/2024. Auditori de Barcelona. Obras de Bartók y Elgar. Juan Perez Floristán, piano. Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya. Juanjo Mena, director musical.

Como ya había informado este medio previamente el pasado dia 5 el programa de este concierto fue sustancialmente alterado a causa de problemas de salud de David Afkham, director de la Orquesta Nacional de España, que tenía que dirigir a la OBC en esta cita . 

No solo es sustancial el cambio de director sino también  el hecho de que el cambio de director implicaba cambios en el programa. Dirigió Juanjo Mena y se mantenía el Concierto para piano no. 3 de Bartók con Juan Perez Floristán al piano solista, pero desaparecían Schrecker y Strauss. La segunda parte la ocuparia Elgar con su segunda sinfonía, pero eso será mas tarde.

El Concierto para piano no. 3 de Bartók fue escrito en 1945 en la tonalidad de mi mayor. Y aunque hay quien considera que es menos exigente para el solista y para la orquesta que los dos anteriores conciertos del mismo autor no es en ningun caso una obra sencilla. En el primer movimiento del Concierto de Bartók, dentro de la corrección general el solista podría haber sido más presente y más concreto y la direccion más tensa. Partcipó un teléfono móvil que consiguio incorporar un ultimo detalle razonablemente bartokiano.

Evidentemente una sustitución de este tipo no es un asunto fácil para un director y es normal que se desaprovechen ciertas oportunidades que la obra ofrece. Se echó de menos un mayor equilibrio dinámico entre las maderas y el solista. Realmente, aunque hubo ruido y furia en el tercer movimiento, las cosas no giraron tan bien como hubiera sido deseable.

Hubo un bis a cargo de Juan Floristán, anunciado por él mismo de viva voz y formulado desde el prisma  del folclorismo (lo cual lo conectaria con Bartók): Sérénade interrompue de Debussy, en que el pianista pudo exhibirse sin el corsé de la orquesta.

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Y si hasta ahora teníamos a un director adaptándose a la orquesta, al solista y a la partitura prefijada, en la segunda parte teníamos a una orquesta adaptándose a una partitura nueva.  Y se podría decir que esta segunda combinación funcionó mejor, tal vez porque ya habían trabajado con este director la primera sinfonía de Elgar. 

La Sinfonía no. 2 de Edward Elgar es muy anterior al concierto de Bartók, y aunque Elgar trabajó en ella durante años parece que la completó en 1911. Es una obra intensa y la acústica del lugar no ayuda, también hay que decirlo. Naturalmente esto no favorece a la orquesta y en el primer movimiento de la Sinfonia no. 2 de Elgar no hubo la mayor claridad polifónica y sí tal vez cierta monotonía y tendencia al estruendo, pero pasado el tanteo en el primer movimiento la tensión emocional creció y el segundo movimiento nos lo ofrecieron unas cuerdas intensas y unos metales bien empastados. El estado de gracia de las cuerdas continuó en el siguiente movimiento. 

Ya en el último movimiento las cuerdas se lucieron, el discurso fue muy ordenado (dicho esto en el mejor sentido de la palabra) y el director puso lo suyo. El público agaradeció el esfuerzo de todos para llevar a cabo el concierto con ovaciones merecidas en una velada imperfecta pero con elementos muy gratificantes: la gran aportación de las cuerdas en la sinfonía de Elgar. La capacidad de una orquesta, un director y un solista para ofrecer un programa interesante (y difícil) pero inesperado. De hacerlo con solvencia en una velada que no fue brillante en conjunto pero tuvo momentos que justificaron el entusiasmo popular con que los artistas fueron ovacionados al final. 

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