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Un consuelo coral

Madrid. 15/02/2024. Audiitorio Nacional. Brahms: Un réquiem alemán, op. 45.Coro y Orquesta Balthasar Neumann. Eleanor Lyons, soprano; Domen Križaj, barítono. Thomas Hengelbrock, dirección musical.

Como cada vez que nos exponemos a una interpretación históricamente informada, especialmente con una obra perteneciente al Romanticismo maduro, nos asalta la duda sobre el sentido y la propiedad de esta opción estilística, aquí y ahora. Pero dejando a un lado por un momento los debates hermenéuticos profundos, la pregunta más obvia es si una formación de tamaño reducido como la orquesta y coro del ensemble Balthasar Neumann pueden sacar adelante una obra del calibre de Un réquiem alemán de Brahms, en un espacio de considerables dimensiones como el Auditorio Nacional de Madrid. Otros, escudados en el mandato historicista, han fracasado antes en intentos parecidos, pero Hengelbrock y sus músicos lograron superar la tarea con éxito. Y lo hicieron con una interpretación diferente a la ortodoxa tradición romántica, de monumentalidad limitada, pero intensamente empática y emotiva, acentuando los valores nucleares de la obra. 

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Los protagonistas absolutos de la noche son, sin ningún género de duda, los integrantes del coro Balthasar Neumann, no solo por la importancia que Brahms les otorgó en la partitura, sino por el protagonismo dramático frente a orquesta y solistas a la que esta interpretación les empuja. El conjunto mostró solidez técnica en coordinación, afinación y empaste tímbrico, pero, sobre todo, en el catálogo de emociones que fue capaz de desplegar por la sala. Los pianos con espíritu de lamento del movimiento inicial, las balsámicas medias voces del final, la agitación de los episodios fugados ilustrando sonoramente el desorden del espíritu, o la potencia sonora del temor de Dios son tan solo algunos ejemplos. La complicidad y camaradería musical se demostró en unos acentos precisos y, muy especialmente, en las dinámicas emergentes y decrecientes de los grupos vocales, excelentemente coordinadas en tiempo y sensibilidad expresiva. 

La orquesta mostró una buena calidad en los instrumentos solistas, permanecen en el recuerdo la dulzura de las maderas o el misterio arcaico de los cellos. También hubo un buen trabajo en algunas secciones individuales, destacando la gloria heráldica en los metales o una percusión en búsqueda de latidos orgánicos. Pero en su conjunto, y muy especialmente en el caso de las cuerdas, Hengelbrock pareció abandonar cualquier intención de fraseos largos, de musicalidad melódica envolvente. Así, los grandes momentos orquestales de los movimientos segundo, tercero y sexto se redujeron a un acompañamiento con alma de ostinato, desatendiendo las oleadas de emoción que la partitura ofrece. En ningún momento como en el ascendente “Der gerechten Seelen…” esto fue tan evidente. Pero, en cada ocasión, el coro salió al rescate y fortalecido en la tarea.

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La australiana Eleanor Lyons posee un bello timbre de voz y una emisión luminosa en el tercio agudo, algo que exhibió en las notas largas. Pero mostró también un escaso sentido de la melodía y el legato, en detrimento de la expresividad. Así, su momento solista, en vez de desplegarse como una caricia reparadora, apareció como una constelación de brillos desunidos. Correcta vocalmente, pero plana dramáticamente fue la interpretación del barítono Domen Križaj. Posee un interesante color, un vibrato algo forzado, y una extraña (para un barítono) querencia a las notas altas. Ofreció un canto por momentos atractivo pero falto de la terribilidad, el rigor y la firmeza que el texto le exige; atributos dramáticos que, una vez más, fueron competencia exclusiva y bien aprovechada de un coro bien entregado a la causa del consuelo.

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Fotos: © Rafa Martín | Ibermúsica