Deneve Thibaudet stu rosner 1

Debussy musique levant

Barcelona. 18/11/16. Auditori de Barcelona. Temporada OBC. Obras de Grieg, Debussy y Fauré. Jean-Yves Thibaudet, piano.Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya. Stéphane Denève, dirección.

Cuando el francés Claude Monet pintó: Impression, soleil levant (1872-73), considerado el cuadro que dio nombre al impresionismo en pintura, donde se ve el puerto de El Havre, en el momento que nace el sol, en medio de un fondo grisáceo-azulado de un mar omnipresente, no debió imaginar nunca que otro gran Claude, también francés pero esta vez compositor, titularía La Mer (1905), a una de las obras cumbre del impresionismo musical.
Precioso el programa número 6 propuesto por la OBC, dentro de su temporada, con cuatro obras, con el denominador común de Debussy y el impresionismo francés, más dos obras maestras del romanticismo musical como son el atractivo y arrebatador Concierto para piano de Edvard Grieg, y la Suite Pelléas et Mélisande, op. 80 de Gabriel Fauré. Un programa eminentemente de gusto fran-cés, y si bien el concierto de Grieg, rompía la hegemonía francófona del programa, este se com-pensó con los dos protagonistas, también franceses, la batuta del especialista Stéphane Denève y el virtuoso pianista Jean-Yves Thibaudet.

Los comienzos siempre son difíciles, así como muchas veces, el primer de los tres conciertos que da la OBC con su programa semanal, suele ser el más flojo a nivel general por la aparente falta de ensayos que se suele ver reflejado en un sonido no del todo empastado de la orquesta, dando a veces más la sensación de ensayo general que de concierto ya oficial.

No fue tan marcada esta sensación esta vez, aunque en el Prélude à l’après-midi d’un faune, delicadísima obra con la que se inició el programa, pareció que en los compases iniciales, todavía se estaba buscando el equilibrio clave de la batuta y la orquesta. Obra de sonoridad evocadora, donde sobretodo los instrumentos de viento tienen un protagonismo preponderante, hay que subrayar, como primera mención de honor, al flautista Christian Farroni, quien inició esa especie de bostezo impresionista del Fauno somnoliento, con sonido vivo, expresivo y flexible, calidad que mantuvo en toda la obra. Así y todo el trabajo conjunto de la orquesta y la batuta fue más insinuado que evoca-dor, con un sonido más bien tímido que fue ganando en homogeneidad y colores tímbricos, claves en la obra de Debussy, a medida que avanzó la obra, pero sobretodo con La Mer en la segunda parte del programa.
Compuesto en 1968, el Concierto para piano y orquesta en la menor, op. 16 de Edvard Grieg, con-tiene toda la fuerza e inspiración de un joven compositor, que supo aunar el espirito romántico he-redado de sus años de formación en Leipzig, con la esencia del folklore nórdico propio del nacionalismo más espontáneo.
Jean-Yves Thibaudet, despertó del ambiente onírico atmosférico en el que había entrado la audien-cia con la obra precedente de Debussy, con una entrada brillante e impetuosa desde la teclas del piano. El pianista francés se presentó con fuerza y carácter, empuñando la iniciativa del concierto y transformado a Denève en un mero acompañamiento de la orquesta en su brillante estela. Los arpegios limpios y rutilantes del Allegro molto moderato, con destacadas intervenciones del clarinete, los chelos o la trompa, la delicadeza extrema del Adagio, momento de ensoñación mágico que supo dialogar con una orquesta de sonido acariciante y sedoso, hasta llegar al Allegro moderato monto e marcato expansivo final, con un Thibaudet pletórico que bordó el concierto con autoridad.

Considerada una de sus obras sinfónicas maestras, la suite del Pélleas et Mélisande, op. 80 de Gabriel Faure, inició la segunda parte del programa. Profesor en el Conservatorio de París, de entre otros, Maurice Ravel, otro gran compositor impresionista, Fauré consigue con su fina escritura orquestal, cincelar una obra de filigrana expresiva, sin un uso abusivo de la orquesta sino que centrándose en una melodías siempre cantabiles de una sencillez y atracción irresistibles.
Aquí Denève pareció sentirse más cómodo y acertado con su diálogo con la OBC desde la batuta, de nuevo una pieza para el lucimiento de clarinetes, oboes, fagot y flauta, destacó sobremanera el segundo movimiento Entreacte: Fileuse. Esta bonita música incidental fue un hermoso preludio del gran poema sinfónico final.

Si el sugerente programa se inició con El preludio a la siesta de un fauno de Debussy, una de sus obras clave, se acabó con La Mer, sin duda su obra orquestal más conocida e interpretada.
Desde el sugerente inicio De l’aube à midi sur la mer (Del alba al mediodía en el mar), Denève y la OBC mostraron una gran complicidad con una lectura sinuosa y atmosférica, que parecían evocar en la memoria colectiva el famoso cuadro de Monet mencionado al inicio de esta crónica. Control en las dinámicas, cuerdas presentes y de sugerente sonido, metales y vientos flexibles supieron transmitir esa sensación de bruma marina que impregna la obra. El final mayestático del primer movimiento fue como una bocanada de aire marino que traspasó como una ola el Auditori.
Con Jeux des vagues (Juego de olas), la riqueza tímbrica de las secciones de la orquesta se des-granaron con lucidez y transparencia, transmitiendo con los sonidos del arpa, la percusión y el diálogo con los vientos todo un juego sinestésico-cromático de subyugante resolución.
Finalmente en Dialoge du vent et de la mer (Diálogo del viento y el mar), la fuerza de la obra y su alma estructuralmente original y sugestiva, coronó una lectura que supo aunar la riqueza rítmica con el variado juego de colores y atmósferas, trasladando al publico al corazón del impresionismo francés más original.

Foto: Stu Rosner.