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La luz en la oscuridad

Oviedo. 24/02/2024. Teatro Campoamor. Chueca, F y Valverde, J.: La Gran Vía. Vanessa Goikoetxea (Menegilda), Milagros Martín (Virtudes/El Elíseo/La gomosa)), Néstor Galván (Rata I/El sietemesino), Borja Quiza (caballero de Gracia), David Lagares (Rata III) Carlos Mesa (paseante) y otros; Sorozábal, P.: Adiós a la bohemia. Vanessa Goikoetxea (Trini), Borja Quiza (Ramón), David Lagares (el vagabundo), Alberto Frías (señor que lee El Heraldo) y otros. Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo (Director: José Manuel San Emeterio), Orquesta Oviedo Filarmonía. Dirección escénica: Ignacio García. Dirección musical: Víctor Pablo Pérez.

Lo reconozco: el diseño de la primera función del Festival de Teatro Lírico Español, de Oviedo me preció extraño desde el primer momento. Tuve la fortuna de vivir el estreno de la propuesta de Donostia Musika para Adiós a la bohemia en diciembre de 2022 y aunque me congratulaba que la propuesta viajara a Oviedo, su fusión con La Gran Vía me parecía una aproximación algo más que forzada. No conseguía encontrar una última razón que justificara tal propuesta musical de no ser la exigua duración de ambas o el hecho de querer mostrar en un ejercicio de contraste absoluto las dos caras de un Madrid –más o menos- coincidente en el tiempo. Porque lo que en La Gran Vía es disparate, desmelene y desmadre en Adiós a la bohemia es oscuridad, decadencia y crepúsculo. Pocas obras más antagónicas en su diseño primigenio y, sin embargo, quedaban planteadas en la misma velada a modo de brutal contraste entre ellas.

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Y hecho este reconocimiento, vayamos al segundo: la obra de Pablo Sorozábal, esa ópera chica en definición del mismo compositor guipuzcoano ha supuesto el momento mágico de la noche, ese momento que es difícil de encontrar y en la que el valor mismo de la obra, la interpretación vocal, la propuesta escénica y tu situación personal se fusionan como si de astros se trataran para hacerte vivir una noche sencillamente inolvidable. A ello coadyuvaron, en consecuencia estos cuatro elementos: una obra relativamente desconocida y que parece hemos de seguir reivindicando hoy en día, cantantes muy adecuados y en estado de gracia, una puesta en escena tan sencilla como eficaz y la disponibilidad personal e –intuyo que del público- de vivir la experiencia de la tristeza de esta pareja. A eso de las diez y veinte de la noche no era difícil apreciar restos de llanto en algunos de la audiencia.

Porque Adiós a la bohemia es la mejor ópera escrita en castellano de la historia de este arte. Ala, ya lo he escrito, ahora solo esperar las otras opiniones. Y como es la mejor, si encuentra cantantes de la talla de Borja Quiza, Vanessa Goikoetxea y David Lagares, el disfrute está asegurado. No diré que fue una revelación la soprano vizcaína Vanessa Goikoetxea porque ya la conocemos de bastantes trabajos anteriores pero quiero recriminarle que me haya puesto tan alto el listón en ¿Recuerdas aquella tarde?; es difícil cantarla mejor, con más gusto, pasión y sentimiento y, sobre todo, con esa técnica que le permite ofrecer un canto legato, sostenido en la penumbra de la escena, como si de un haz de luz brillante que se abre paso entre la oscuridad –física y vital- se tratara.

No le anduvieron a la zaga los dos hombres. Borja Quiza demostró que en estos papeles es plena garantía; espoleado por el aria de Trini ofreció la suya, El poeta pobre, bohemio y truhán pleno de acentos, con intención y pesar, con esa desesperanza medida que inundan los cuarenta y cinco minutos de la ópera. Por su parte David Lagares, de presencia escénica imponente y único que repetía del estreno donostiarra arriba mencionado volvió a estar imperial: su poeta es sardónico, caustico y, al mismo tiempo, imperativo. No engaña a nadie y nos ofrece su obra casi a regañadientes. Abre y cierra la ópera con una voz que hoy no tiene rival en los teatros españoles y que, a poco que la utilice con inteligencia, está llamado a ser el bajo de referencia en las próximas décadas.

Todo el resto de los pequeños personajes estuvo muy bien, tanto actores como cantantes e instrumentistas y así Alberto Frías, Carlos Mesa, Antonio Torres, Gabriel Alonso, Ebert Pérez, Mario Álvarez y Marina Gurdzhiya estuvieron sobresalientes. Acertada la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo y muy bien, muy atento y dando a la orquesta Oviedo Filarmonía –que respondió adecuadamente- la batuta de Víctor Pablo Pérez

La puesta en escena de Ignacio García es oscura, manifiesta y voluntariamente oscura. Porque no puede ser de otra manera. Veníamos de la luz de la revista y, de repente, casi sin darnos cuenta, nos encontramos en el tenebroso café en el que se es testigo de la muerte de la juventud, de las ilusiones de antaño, de una manera ilusoria de vivir la vida. El coro femenino fue dispuesto en torno a la platea y las voces de esas mujeres perdidas  (Noche triste y enlutada) sonaron, así, triste y cubiertas de negro dolor. Una propuesta que merece la pena disfrutar.

Como es obvio, he comenzado esta reseña por el final porque ahí es dónde encontré la máxima satisfacción pero ello no supone desdoro alguno a la obra precedente, la revista madrileña cómico-lírica fantástico-callejera en un acto –que así queda definida, de forma provocativa por los autores- La Gran Vía, de Federico Chueca y Joaquín Valverde.

Soy consciente de que parte de la melomanía menosprecia este tipo de obras por considerarlas género menor; yo mismo lo he hecho durante mis primeros años de afición, hasta que me caí del caballo. Y sin embargo creo, sinceramente, que el contraste provocado por dos obras tan dispares fue en perjuicio de la revista. El disparate en el que las calles y los ciudadanos de Madrid toman protagonismo estuvo bien representada aunque creo le falto ese punto de irreverencia e insolencia que pide el libreto a la batuta, es decir, que Víctor Pablo Pérez estuvo aquí algo menos brillante, falto de descaro si se me permite el ídem.

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Vocalmente pocas pegas pueden ponerse. Milagros Martín ejerció de matriarca de la zarzuela como digna heredera de otras que lo fueron antes y sus tres intervenciones, sobre todo como doña Virtudes, fueron un ejemplo de la escuela zarzuelística eterna, con un texto bien cantado y mejor dicho. Borja Quiza fue un lujo como caballero de Gracia y su vals fue ejemplar. A Vanessa Goikoetxea puede reprochársele demasiada elegancia vocal para la Menegilda porque iba muy sobrada; eso sí, nos descubrió la gamberra que oculta en sus apariciones operísticas convencionales. Las tres ratas tuvieron que bailar la jota -¡qué manía con hacerles sufrir a los cantantes con bailes, las más de las veces mal hechos!- y Néstor Galván, Gabriel Alonso y David Lagares brillaron y dieron realce a la intervención. Muy bien el policía de Antonio Torres e inmensos Carlos Mesa (paseante) y Alberto Frías (comadrón) que aportaron la parte de adaptación a la actualidad política de una revista que, no lo olvidemos, busca la provocación. Quizás el gag más logrado fue el de Errejón y su barba porque con Almeida y Ayuso estuvieron más comedidos. En opinión personal, se abuso del tema de la fruta, que considero de muy mal gusto. 

La Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo estuvo suficiente aunque en la mazurca de los marineritos y en la introducción hubo algunos obvios desajustes. La propuesta escénica es luminosa, alegre, pizpireta y hasta convencional cuando de este género se habla. Bicicletas y patines sobre el escenario para crear dinamismo y agilidad rítmica que hicieron que pasáramos un buen momento.

Salíamos del Teatro Campoamor mientras nos refugiábamos de la lluvia y una señora de unos setenta años le decía a un amigo: Gracias por insistir, me ha encantado la obra de Sorozábal. Ha sido todo un descubrimiento. Y es que aun hoy, noventa años después de su estreno, tenemos que facilitar el descubrimiento de una obra tan intensa, real e ignorada por tantos. Por ello es de agradecer que el año pasado en Donostia y este año en el estreno del Festival de Teatro Lírico Español, en Oviedo, hayamos podido disfrutar de esta ópera chica.

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Fotos: © Alfonso Suárez