Goyescas Sabadell 

Majas en boatiné

Sabadell. 25/11/2016. Amics de l´Òpera de Sabadell. Granados: Goyescas. Marta Mathéu, Laura Vila, Albert Casals, Carlos Daza. Dir. musical: Rubén Gimeno.

Tras el reto mayúsculo que supuso Don Giovanni, la Associació d’Amics de l’Òpera de Sabadell no se arredra y ahora se ha atrevido con Goyescas, de Enrique Granados, obviamente en su versión operística. No cabe duda que ambas óperas no tienen nada que ver, ni en cuanto a calidad ni en cuanto a características. Pero, desde un punto de vista musical, Goyescas plantea dificultades muy específicas para una compañía que siempre ha tenido su eslabón más débil en la vertiente coral, pues es un cuerpo estable aún amateur. Y si hay un protagonista en esta ópera, la única del prematuramente desaparecido Granados, más allá de Rosario, la soprano, ese es el coro. 

Por este motivo, la propuesta se presumía arriesgada, a pesar de contar con un director como Rubén Gimeno en el podio, con Daniel Gil de Tejada preparando el Cor dels Amics de l’Òpera de Sabadell y un cuarteto protagonista de garantías. Y hay que decir que, aunque se percibió claramente el trabajo realizado por todos, las dificultades superaron en varias ocasiones a la sección masculina del coro, que no tiene por ahora la calidad necesaria en lo que respecta a expresividad, color, flexibilidad y homogeneidad. Mucho mejor en cambio la sección femenina, que sorprendió por su buen nivel en cada una de sus intervenciones, a pesar del imposible vestuario al que fueron sometidas por Dios sabe quién. Pero ya llegaremos a ese punto.

La velada propuesta se dividía en dos partes, hecho que no se advertía en la página web, sólo en el programa de mano: la primera formada por diversas Tonadillas del autor catalán, orquestadas por Albert Guinovart e interpretadas por la soprano Marta Mathéu y la mezzosoprano Laura Vila, y la segunda en la que se interpretó Goyescas en versión de concierto.

La orquesta empezó realmente fría y un tanto apática, ofreciendo una versión destemplada y sin ninguna tensión del Preludio de la ópera Follet, del mismo Granados. Por suerte las cosas se pusieron en su sitio con Eufonia, de Xavier Montsalvatge, la única obra que no pertenecía al catálogo de Granados, pero que es un homenaje del gran compositor de Girona al autor de Goyescas. Personalmente considero que fue lo mejor de la noche junto a la emotiva y famosa La maja y el ruiseñor, una de las grandes creaciones de Granados que abre el tercer cuadro de la ópera. Y es que Marta Mathéu, una vez más, confirmó su indiscutible calidad. Es una cantante que combina una técnica impecable con una expresividad sumamente elegante que la convierte, por estilo y características, en una dignísima descendiente de la gran Victoria de los Ángeles, tan vinculada tanto a la obra de Granados como a la de Montsalvatge. Tan solo se le podría pedir una mayor inteligibilidad del texto, pero su prestación durante toda la velada fue de altísimo nivel. 

Tras la preciosa obra de Montsalvatge, donde la orquesta pareció despertar, acompañando con transparencia e implicación, Mathéu ofreció correctas versiones de La maja de Goya, El tralalá y el punteado y El majo discreto, cómo hizo después la mezzo Laura Vila con La maja dolorosa y El majo tímido.

Tras esta primera parte llegó el turno de Goyescas, la ópera que montó Granados a partir de las piezas de sus famosos cuadernos para piano, con algunas adiciones como el famoso Intermezzo. A partir de la sugerencia del pianista americano Ernest Schelling, Granados se lanzó a la composición de la ópera y encargó el libreto a Fernando Periquet, que hizo un trabajo más que discreto, creando una trama de celos y duelo al uso de escasísimo interés. Un simple vehículo para gozar en escena de las inspiradas melodías de Granados.

El cuarteto protagonista estuvo formado por las mencionadas Marta Mathéu y Laura Vila como Rosario y Pepa, mientras que el tenor Albert Casals fue Fernando y Carlos Daza su competidor por el amor de Rosario, Paquiro. Casals posee una voz de tenor de calidad, aunque por momentos da la sensación que no le saca todo el partido que debería. La emisión es fácil, el color muy interesante y canta y frasea con musicalidad pero se echa en falta mayor implicación emocional en un papel que, no lo olvidemos, estrenó el gran Giovanni Martinelli, paradigma del canto verista más desmelenado. A Carlos Daza, por su parte, le sobra de todo para un papel como el de Paquiro, básicamente vehicular.

La orquesta, tras el pobre inicio ya remarcado, fue creciendo y tuvo buenos momentos, como en el inicio del Intermezzo, en el cual los violonchelos frasearon con clase y cálido sonido. Hay que decir que las cuerdas agudas en general no estuvieron a la misma altura, faltas de transparencia y homogeneidad. Rubén Gimeno dirigió con brío y sacó adelante un reto complicado, sin grandes hallazgos pero sin errores de bulto. 

Y finalmente, el vestuario…

A pesar de tratarse de una versión de concierto, a alguien (el programa de mano no se especificaba ningún responsable) se le ocurrió disfrazar a las pobres solistas (sólo las femeninas, curiosamente) así como a la sección femenina del coro (también curiosamente). Un vestuario que pretendía ser de maja de Goya para las dos protagonistas que rezumaba un tufo de teatro amateur que Sabadell debe quitarse de encima, pues su gran trayectoria ya no casa con estos detalles. Pero el de las solistas no fue nada comparado con el del coro, que aún me pregunto a qué se quería parecer. Desde mi butaca, y a través de mi miopía, me sugería a unas señoras en bata de boatiné turquesa, rulos en el pelo y rejilla de remate. Ni el más provocador director de escena se hubiese atrevido a retratar a las majas de esta guisa, pero, paradojas de la vida, a veces de la visión más conservadora puede surgir la más transgresora. Mejor dejémoslo ahí.