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Excelencia a la altura

Barcelona. 22/03/24. L’Auditori. Obras de Josep Maria Guix, Jean Sibelius y Johannes Brahms. Denis Kozhukhin, piano. Anna Devin, soprano. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Ludovic Morlot, dirección.

Lleno hasta la bandera atardeció L’Auditori el pasado día 22 de marzo, fecha en que tuvo lugar uno de los programas más especiales de la temporada coincidiendo con la celebración de su vigésimo quinto aniversario. Tal día como este viernes, pero en 1999, la pianista Alicia Delarrocha inauguraba el edificio –“más sostenible de la capital catalana”– y la institución pública musical destinada a convertirse en referente en Cataluña, adhiriéndose así al patrimonio y al tejido cultual y musical con importantes anexiones como el Museu de la Música o el propio ESMUC. El homenaje a este cuarto de siglo de la institución, aunque se ha prolongado a lo largo de todo marzo con diversos eventos, ha tenido como broche de oro la Sinfonía nº7 en do, op.105 de Sibelius y el Segundo de Brahms, con el pianista Denis Kozhukhin. El honor de la ocasión también se ha materializado en un estreno encargado al reputado y refinado Josep Maria Guix, que ha inaugurado las sesiones del viernes, sábado y domingo, con la soprano británica Anna Devin

Inspirada en la poesía china de los siglos VIII y IX, Guix plantea un paisaje sonoro que pretende representar la ambigüedad de unos textos –traducidos al inglés–, que hablan de estampas estacionales y emociones, quizá si cabe, más enigmáticos y menos simbolistas que los haikus japoneses, presentando una obra muy orgánica y tremendamente lírica. Su Songs for Julia (2023), dedicada a su hija, es una propuesta orquestal minuciosa y coherente en tres movimientos que revalida los elogios y buen recibimiento que el compositor ha cosechado a lo largo de muchos años en materia de composición y orquestación, por parte de respetados compañeros y directores. En A bloom is not a bloom Guix ilustra una escena natural en suspense a partir de armónicos y sonidos aerófonos. Devin, de rojo intenso, se alzó sobre la campiña floral con gran lirismo y un generoso vibrato alternando su generosa voz con oportunas intervenciones instrumentales y amplias resonancias en la sección de cuerdas, con ecos y referencias orientales desde la percusión. En el segundo movimiento, Night snow, el compositor de Reus pinta una escena invernal a partir de amplias respiraciones y un lecho de cuerdas sobre el que salpican y reposan notas desde el piano –quizá emulando copos de nieve– con Morlot liderando la excursión como si conociera la partitura desde siempre. En Autumn air, Guix se despide con un despliegue de acordes coloridos describiendo un paisaje otoñal casi nostálgico, con interesantes puntos climáticos apoyados por una soprano muy inspirada que volvía a Barcelona en plena forma.

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La OBC sacó músculo con la Séptima de Sibelius e hizo vibrar el auditorio con sus primeros trémolos y Morlot resiguió con nobleza los principales elementos temáticos de esta inusual partitura. Su lectura de la última sinfonía del compositor finlandés pasó por cuidar los cambios de tempo y extrajo la máxima precisión de cada atril, especialmente en las cuerdas agudas, hasta alcanzar un poderoso clímax y ofrecer un gran final. 

El colofón de la velada vino con Brahms y su famoso segundo concierto para piano con que Kozhukhin se ganó a los casi dos mil asistentes. El ruso ofreció espectáculo desde su enérgico arranque y mostró gran expresividad dentro y fuera del piano, con recurrentes y notables movimientos corporales. Destacó en el primer movimiento con su despliegue técnico, hábil en los cruces de manos y especialmente diestro en los ataques de doble y triple nota. Junto a Morlot dosificó la presencia de su instrumento y supo balancear el protagonismo con gran integración. Atacó el Allegro apassionato con dramatismo y brío antes de proseguir con el tercer movimiento en el que el primer cellista lució un bellísimo pasaje en su registro medio, firmando un notable momento de poesía musical. Morlot, ya en éxtasis, guio a sus noventa intérpretes hacia el cuarto movimiento y dejó campo para Kozhukhin sobrevolara su teclado con fluidez y agilidad, casando nuevamente al intérprete con la orquesta y brindando un contundente final que levantó de su butaca el aplauso a más de uno. El pianista calmó el entusiasmo con una delicadísima Traumerei, de Schumann, que cerró una velada memorable y excelente, a la altura de la efeméride.

Fotos: © May Zircus