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El embrujo de la decadencia

Salzburgo. 23/03/24. Grosses Festspielhaus: La Gioconda. A. Netrebko (Gioconda), J. Kaufmann (Enzo Grimaldo), L. Salsi (Barnaba), E-M. Hubeaux (Laura), A. Rehlis (La Cieca), T. Nazmi (Alvise), N. Donini (Zuane), P. La Placa (un cantante), F. Bebetti (un marinero), D. Pieri (Isepo), M. Simeoli (un religioso). Coro y Orquesta de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia. A. Pappano, dirección musical. Oliver Mears, dirección de escena.

Un hilo musical une las ciudades de Londres, Salzburgo y Venecia, en el estreno de este nueva producción de La Gioconda, por primera vez en cartel en la historia del Festival de Pascua de Salzburgo. No fue el éxito sonado que se esperaba dado el elenco vocal reunido para la ocaisón, pero sí fue una fiesta musical por parte de la Orquesta y Coro de la Academia de Santa Cecilia, en manos de su director emérito, un fogoso y vital Antonio Pappano.

Parece que existe la intención de que haya una Gioconda renaissence, pues no solo se ha estrenado esta ópera ahora en Salzburgo, con la vista puesta en su reposición en Londres y en Atenas, teatros que la coproducen. Además, este próximo mes de abril se estrena otra nueva producción en el Teatro San Carlo de Nápoles, esta en colaboración con el Liceu de Barcelona, teatro que no hace tanto, en 2019, todavía puso en cartel su antigua producción firmada por Pier Luigi Pizzi.

La Gioconda es una ópera con el perfume de la Grand opéra francesa, donde Amilcare Ponchielli dio lo mejor de su inspiración para una extensa partitura donde los seis protagonistas principales, Gioconda (soprano), Enzo (tenor), Barnaba (barítono), Laura (mezzo), Alvise (bajo) y La Cieca (contralto), tienen arias principales de lucimiento. La obra cuenta además con brillantes escenas corales e incluye el famoso Ballet de las Horas que Disney, mediante la icónica Fantasia (1940), incrustó en la memoria colectiva con esas avestruces, hipopótamos, elefantes y aligatores danzando con tutús como si no hubiera un mañana.

Es histórica la invitación del Festival a los cuerpos estables de la Orquesta y Coro de la Academia de Santa Cecilia en Roma, la orquesta decana italiana más reconocida, aquí como la primera formación italiana invitada en el extenso curriculum artístico del Festival. Antonio Pappano lució los galones de su experiencia con una dirección musical pulposa, rica en colores y muy atenta a los cantantes. Siempre teatral y extrovertido, no sólo afiló el lirismo de una partitura rica en contrastes, drama y espectacularidad, mimó a los solistas en sus arias y momentos más comprometidos, se preocupó siempre de los balances sin tapar a nadie y sacó a relucir la calidad de las secciones de una orquesta en un estado de gracia, envidiable.

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En escena, en cambio, decepcionó bastante el trabajo planteado por Oliver Mears, actual director artístico de la ROH de Londres, donde Pappano ha sido director musical titular de la misma desde el 2002 hasta la actual temporada 23/24. Aquí la conexión londinense con Salzburgo no fructificó como se esperaba. Si Pappano triunfó desde un foso efervescente, Mears se perdió en la trama de una ópera donde la decadencia de la ciudad de Venecia y su atmósfera fueron desaprovechadas en su traslación pseudo-actual. Al final todo quedó en poco más que un crucero gigante de fondo, y unos movimientos ágiles de las masas corales.

Sus insinuaciones al proxenetismo infantil de Gioconda, con la avergonzada y obligada permisión maternal, la maldad afilada de Barnaba o un Enzo perdido en soliloquios existenciales, no solo no aportaron nada al libreto sino que más bien lo caricaturizaron. Ese es el peligro de una ópera demasiado incrustada en un contexto musical preciso, aquí con un libreto firmado por el siempre excelente Arrigo Boito. Se apreció, eso sí, un discreto esfuerzo por una dirección de actores efectiva, que pareció no obstante más producto de las cualidades de la explosiva Netrebko o el viscoso Barnaba de Salsi. Todo ello no salvó una producción que no pasó de un intento de ejercicio de estilo claramente fallido.

Desgraciadamente, el Ballet de las Horas tampoco lució en esta producción. La coreografía de Lucy Burge, transforma la escena del ballet en una pantomima que quiere explicar el drama infantil de La Gioconda, pero queda en un puntual baile teatralizado que poco aporta a la deriva de una regie desnortada desde el inicio. A detacar el solo de la principal bailarina solista de la Ópera Estatal de Viena, la elegante y grácil Liudmila Konovalova.

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En el espléndido reparto quedó patente la inicial decadencia de una pareja con la siempre estelar Anna Netrebko y el heroico Jonas Kaufmann, revelando que sus carreras piden ya el relevo natural de otras generaciones. Anna Netrebko todavía mantiene un instrumento opulento, que llena la sala con una proyección generosa; técnicamente todavía es dueña de un control asombroso en el registro y los reguladores. Si bien tuvo un pequeño percance en el famoso Sib flotante del primer acto, la rusa, siempre fogosa y carismática, mostró la raza teatral que la precede. Por desgracia para amantes del canto canónico italiano, la fuerte tendencia, ya demasiado obsesiva, a oscurecer su emisión, sonando más oscura que Laura en su dúo, o con notas más turbias y negras que las de la propia Cieca, hicieron que perdiera contraste y riqueza de matices en esos dúos y que el festival de su canto se empañara con entubamientos y graves de pecho de dudoso gusto. Con todo, Netrebko mantiene una calidad vocal que, si dejara fluir con mayor naturalidad su actual registro, sin duda más dramático, que no oscuro, todavía mantendría su status de diva actual del siglo XXI. Por desgracia, todo apunta a lo contrario.

A su lado Jonas Kaufmann también debutaba en su rol, como su colega rusa. Si bien nunca ha brillado en el repertorio italiano como en el germánico, se apreció su esfuerzo por sonar en estilo, siempre refinado, cuidando el fraseo. Pero en conjunto quedó lejos de convencer. Y es que su famosa y característica emisión, con cambios de color en los piani y una messa di voce sin duda de virtuoso, no casan bien con la italianità de un rol como el de Enzo, donde lo heroico y lo lírico distan de su enfoque atormentado a lo Werther. Caso paradigmático fue su Cielo e mar, donde las dinámicas y reguladores que imprimió al aria le restaron esa brillantez solar que pide una escritura sin duda más extrovertida y mediterránea. Además escénicamente tampoco se le vio nunca muy cómodo, como si no acabara de encontrar su lugar en una dramaturgia esquiva y desnortada que no parecía ir con él.

En contraste, el Barnaba de Luca Salsi, vocalmente mucho menos redondo por la calidad irregular de un instrumento que pierde constantemente esmalte y presencia, de color mate, si fue el villano esperado. Salsi, cinceló el texto con la maldad que demanda un rol que se anticipa al Yago del Otello de Verdi, libreto también de Boito, y supo aprovechar con astucia y beneficio propio, un protagonismo a la sombra que se va creciendo durante la ópera hasta alzarse como rey de una trama que teje y desteje a placer.

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La joven mezzo Eve-Maud Hubeaux ejerció en el rol de Laura con generosidad interpretativa. El color es atractivo y el canto noble, pero le faltó quizá la madurez estilística para ofrecer una Laura algo más allá de la enamorada doliente de Enzo. De canto redondo y colores adecuados, La Cieca de la mezzo polaca (que no contralto) Agnieszka Rehlis, demostró profesionalidad y medios, pero no pasó de una actuación vocal de impecable corrección.

De medios atractivos, por color, juventud y timbre cálido y flexible, el bajo Tarek Nazmi, fue un Alvise prometedor. Le faltó mayor italianità en el canto, más allá de un pequeño percance en el agudo final de su aria, ello no empañó un trabajo digno y honesto. Efectividad, dinamismo y efusividad en los coros de las hueste corales de Santa Cecilia, bajo la dirección de Andre Secchi. Y en conjunto una producción de La Gioconda que no supo aprovechar la atractiva decadencia de una partitura de calidad indiscutible que es un festival y un canto de amor a la ópera italiana. 

* * * 

Sea como fuere, la fiesta orquestal continuó al día siguiente en el Grosses Festspielhaus con el primer concierto de la Orquesta de Santa Cecilia con Antonio Pappano al podio. Un programa curioso y atractivo que reivindicó el repertorio italiano desde la estimulante reinterpretación orquestal de La ritirata notturna di Madrid, de Boccherini adaptada para gran orquesta por Luciano Berio, pasando por la Elegia per grande orchestra de Ponchielli, y el festivo Poema sinfónico para orquesta Juventus del director y también compositor Victor de Sabata.

Un tríptico de una primera parte que concluyó con una segunda dedicada a Ottorino Respighi y sus afamados poemas sinfónicos: Fontane di Roma y Pini di Roma. Aquí la orquesta lució la calidad de sus metales, maderas y cuerdas en una exhibición de virtuosismo y expresión que hicieron justicia a una partitura que recibe ecos del impresionismo de Ravel, tiene la calidad de la riqueza orquestal de todo un Richard Strauss y contiene ecos también del Falla de los Jardines de España. Una fiesta sinfónica que consagró a la Orquesta de Santa Cecilia y a su director emérito, Antonio Pappano, como los verdaderos protagonistas de esta edición número 2024 del Festival de Pascua de Salzburgo.     

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Fotos: © Bernd Uhlig