Contessa perdono
Barcelona. 20/11/16. Gran Teatre del Liceu. Gyula Orendt (Conde de Almaviva), Anett Fritsch (Condesa), Mojca Erdmann (Susanna), Kyle Ketelsen (Figaro), Anna Bonitatibus (Cherubino), Maria Riccarda Wesseling (Marcellina), Valeriano Lanchas (Bartolo), José Manuel Zapata (Basilio), Vicenç Esteve Madrid (Don Curzio), Rocío Martínez (Barbarina), Roberto Accurso (Antonio). Dir. de escena: Lluís Pasqual. Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceo. Dir. musical: Josep Pons.
Habrá quien haya pensado: ¡de nuevo un Mozart!, en este otoño donde han programado ya una Zauberflöte, como inicio de pretemporada, título que además clausuró la temporada pasada, pero es que además está pendiente todavía por ver un Don Giovanni, programado en los meses de junio/julio del 2017.
Si se es justo, nunca ver y escuchar Mozart es demasiado, aunque de 14 títulos este 2016/2017 se verán tres óperas del genio de Salzbugo, o sea un 20% del total. El ‘problema’, en este caso de Le Nozze, es que es un título que desde la reapertura del Liceu en 1999, se ha visto ya cuatro veces, tres en la producción de Lluís Pasqual, en el que habrá sido un total de 97 funciones en toda la historia del Liceu.
Que es una coproducción de la casa con la Welsh National Opera, avala el argumento económico de sacar partido de las producciones propias, pero también hay que reconocer el atractivo debut en el teatro con estas funciones, de nuevas voces nunca antes escuchadas en el Liceu. Entre estas, la de la joven y prometedora soprano alemana Anett Fritsch (Plauen, 1986), como Condesa, por cierto sustituyendo a la originalmente anunciada Olga Mykytenko, la de la también soprano alemana Mojca Erdmann (Hamburgo, 1975), como Susanna, el del barítono rumano-húngaro Gyula Orendt (Siebenbürgen, Transilvania, 1985), como Conde, el de la mezzo italiana Anna Bonitatibus como Cherubino y finalmente el de la mezzo suizo-holandesa, Maria Riccarda Wesseling como Marcellina.
Por lo tanto, un gancho de voces atractivo, como así también escuchar el Mozart del maestro Josep Pons, recién premiado por el jurado de la crítica de los Premios de Amics del Liceu, como el mejor director de la temporada pasada 2015/16 por su fantástico Benvenuto Cellini, pero sobretodo por un inolvidable Götterdämmerung, conclusivo de la Tetralogía iniciada en 2013.
Por último y a nivel estadístico no está de más recordar que han pasado 230 años desde el estreno en 1786 de Le nozze di Figaro y 100 años de su estreno en el Liceu (1916), así como mencionar que el Teatre Lliure celebrará su 45º aniversario este mes de diciembre, con la reposición de la obra de teatro original de Beaumarchais dirigida escénicamente por Lluís Homar.
Han pasado ocho años desde el estreno de esta coproducción liceísta, en donde Lluís Pasqual disecciona la trama de Beaumarchais/Da Ponte, en una sociedad burguesa adinerada situada en los años 30’ de un país que bien podría ser Inglaterra. Este cambio de contexto se justifica, en boca del propio Pasqual, para sostener el abuso de la clase social frente a los criados, en esa tradición también española, del inicio sexual de los hijos con las criadas y el derecho del señor de la casa en poner la mano en el glúteo de la sirvienta de turno, haciendo referencia al antiguo derecho de pernada con el que el Conde de Almaviva pretende beneficiarse a Susana en la trama original.
No es una mala idea, resolutivamente es eficaz, quizás más estéticamente, gracias a los colores blancos y luminosos, como la partitura mozartiana, enmarcados en una escenografía clara y diáfana firmada por Paco Azorín, y al elegante vestuario, de sofisticación minimal, firmado por Franca Squarcciapino. Escénicamente, la historia se puede seguir con claridad, pero se echa en falta mayor incisión en la doble moral del Conde, la picardía escapista de Figaro o la voluptuosidad adolescente de Cherubino, quedando todo algo naïf.
Musicalmente el reparto vocal rayó a un nivel notable, sobre todo capitaneado con elegancia y estilo por la Condesa de Anett Fritsch, gracias a un timbre idóneo, esmaltado, bien proyectado y de un fraseo y estilo mozartiano impoluto, aún con alguna variación en la melancólica Dove sono, dando un pequeño toque de llamativa originalidad al aria. A su lado, el Conde de Gyula Orendt, ofreció un canto noble, pulcro, con una tesitura bastante homogénea, un timbre terso y de proyección adecuada. Los peros fueron más a nivel expresivo, todavía algo inmaduro como villano, faltando profundidad en sus recitativos y colores en sus intervenciones, no así en un Hai già vinta la causa cantado con autoridad y suficiencia vocal más que sobrantes.
Había cierta expectación por el estreno en el Liceu de la soprano Mojca Erdmann, una de las voces que la DG ha impulsado con marketing y aura de estrella, que sin embargo, en directo no causa una especial impresión más allá de un timbre adecuado, un canto siempre en estilo, fraseo pulido y caracterización idónea. Su instrumento es ideal para Susanna, quizás algo blanquecino por momentos, de color algo genérico, pero hay que reconocerle lo impecable de una interpretación sin mácula aún con un Giunse al fin il momento algo falto de emotividad y trascendencia.
Conocido ya de su estreno en 2008, el Figaro del barítono de EE.UU. de Kyle Ketelsen, volvió a mostrar un instrumento flexible y bien administrado, perfecto por color y jocosidad interpretativa como criado aventajado. Cantó sus arias primorosamente y solo cabe preguntarse a qué espera para debutar como Conde, pues la voz más oscura y madura, de un color viril y canto siempre elegante, parece idónea ya para dar el salto como marido de la Condesa.
Un placer por la finura del fraseo, dicción e imaginación en el canto, el Cherubino de la reconocida mezzo Anna Bonitatibus. Si por timbre con un vibrato característico, propio de las cantantes expertas en barroco, no fue quizás del gusto de todos, sus variaciones en las arias, hermoso Voi che sapete, y la claridad de un canto siempre fresco y jovial, la convirtió en un joven enamorado ideal.
Manierismo en el canto mozartiano de José Manuel Zapata como Basilio, una opción interpretativa arriesgada pero plenamente justificada por la visión del personaje por un cantante/actor que siempre aporta un extra característico de agradecer. El corte de su única aria hizo que se tuviera que imaginar como acometería el canto de la misma, una curiosidad y una lastima.
También se echó en falta el aria de Marcellina, que si bien no es la joya de la corona, privó al público de disfrutar del canto limpio y noble de Maria Riccarda Wesseling, quien mereció más en su debut liceísta. Bonita y con el toque justo de ingenuidad y candor la Barbarina de Rocío Martínez quien supo aprovechar el bombón de su cavatina del último acto.
Más tosco en el canto y siempre actor implicado el Bartolo de Valeriano Lanchas, así como el siempre teatral Vicenç Esteve Madrid, quien supo cincelar un Don Curzio afilado y hilarante. Por último, musical y seguro el Antonio del barítono italiano Roberto Accurso.
No tuvo la versión musical de Josep Pons, las albricias conseguidas de sus pasadas lecturas con Berlioz o Wagner. Si bien su idea de dotar de colores y estados de ánimo la compleja y siempre complicada arquitectura musical mozartiana de Le Nozze, se vislumbró en un trabajo detallista, donde brillaron los vientos y metales. El resultado global quedó irregular y con cierta falta de carácter y nervio teatral. El sonido de la orquesta sigue siendo atractivo y se puede degustar un trabajo de conjunto, donde las secciones tienen un equilibrio de sonido y timbres más que notorias, pero la conjunción voces-foso no encontró la complicidad ideal que transforma la obra maestra de Mozart en una simbiosis músico-teatral insuperable.
Así y todo, al llegar a ese clímax del andante final en Sol Mayor, donde el Conde pronuncia esa frase musical inolvidable del Contessa perdono, se produjo la magia única liberadora del arte mozartiano. Como un rayo de sol que lo resuelve todo al final, se tuvo la sensación de salir reconciliado con el mundo, transportado por la serenidad de una obra maestra que se mete en el corazón del espectador, lo ilumina y trasciende a lo más profundo de nosotros mismos.