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Pequeñas hipotecas

25/05/2024. Oviedo. Teatro Campoamor. Jacinto Guerrero: La rosa del azafrán: Beatriz Díaz (soprano), Damián del Castillo (barítono), María Zapata (soprano), Vicenç Esteve (tenor), Juan Carlos Talavera (actor), Vicky Peña (actriz), Mario Gas (actor) y otros. Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Dirección del coro: José Manuel San Emeterio. Orquesta Oviedo Filarmonía. Dirección de escena: Ignacio García. Dirección musical: Diego Martín-Etxebarria.

El Festival de Teatro Lírico Español es, quizás, la segunda temporada en importancia de este género en todo el Estado tras, lógicamente, la del Teatro de la Zarzuela de la capital del reino. Por ello, creo que hay que tener un punto de exigencia elevado. Y comienzo así porque la sensación que me quedó al finalizar la segunda y última función del tercer título del festival, una de las zarzuelas más populares de la historia fue que no se había conseguido el objetivo. Quizás sí escénicamente pero creo que vocalmente no se alcanzó el último objetivo.

La producción que hemos disfrutado en Oviedo acaba de ser vista en el Teatro de la Zarzuela y no puedo sino corroborar muchas de las palabras que entonces se escribieron. Ignacio García nos propone una Castilla-La Mancha real, reconocible y muy bien iluminada. Las imágenes provocadas por el trabajo de Albert Faura jugando con los colores del trigo, con el amanecer y atardecer, con sus luces y sombras fueron muy hermosas y dignas de aplauso. La propuesta íntegra se incardina dentro de la mayor tradición posible y además resultó muy práctica y de fácil manejo, lo que facilitó el que la obra se ofreciera en su integridad sin descanso alguno.

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Vocalmente hablando lo mejor de la noche resultó ser el Juan Pedro de Damián del Castillo. El personaje, de buena planta, era también recio con su voz, quizás algo más pálida en la franja aguda pero pocos reproches cabe hacerle al barítono andaluz, y es que, además, escénicamente resultó muy bien. A su Canción del sembrador no se le puede poner pero alguno.

Sagrario, esa mujer reprimida y última protagonista de la zarzuela, estuvo bien caracterizada por una Beatriz Díaz que enseñó una voz que parecía que iba y venía, con momentos muy sonoros –el dúo del acto primero con su gañán- y otros en los que la misma voz parecía evadirse. Pizpireta y vocalmente muy adecuada la Catalina de María Zapata, dando al Coro de las espigadoras toda la dimensión que merece la popular página.

Por lo que a los papeles cómicos se refiere, vocalmente muy sobrado y actoralmente más que solvente Viçenc Esteve (Moniquito) y realmente sembrado en su Carracuca Juan Carlos Talavera. Ambos consiguieron que la escena del viudo (acto II) fuera hilarante, más allá de tener que reconocer que escuchar hoy en día su letra exige cierta clemencia. 

Capítulo aparte al grupo de actores que aportaron y mucho para que la función aumentara el nivel. Imperial Mario Gas como un Generoso, que no es sino trasunto de Alonso Quijano y elemento imprescindible –me refiero a El Quijote- como lo son los molinos de viento en cualquier obra manchega; no le quedó a la zaga Vicky Peña, la Custodia maquiavélica que se convierte en deus ex machina de la hacienda, sin escrúpulos para alterar documentos públicos. Así mismo, a muy buen nivel Carlos Mesa (Miguel) y Emilio Gavira (Micael) y el resto de los participantes.

La propuesta escénica de García aporta una cantante de música popular –así aparece definida en el programa de mano- que, acompañada las más de las veces por un grupo de danza, aborda alguna de las páginas más célebres de la zarzuela; además de abrir la velada, actúa a modo de hilo conductor entre las distintas escenas y, en algún caso, incluso canta a dúo con alguna de las protagonistas. En este caso la cantante ha sido la argentina Anabel Santiago, muy amplificada y a la que no se puede negar buen gusto y saber compenetrarse con el espectáculo sin mayores problemas. Sin embargo, no puedo evitar el reflexionar que en otras ocasiones estas veleidades de directores de escena en el mundo de la ópera han creado entre aficionados profundas discusiones y críticas desaforadas mientras que en el caso que nos ocupa, se asumen con absoluta naturalidad.

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El punto más débil de la función fue la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, sobre todo en lo que a la sección masculina se refiere. Sobre todo el pasacalle de las escaleras fue una acumulación de errores que la batuta no pudo o no supo evitar: descuadrados y faltos de empaste, la escena terminó en un sálvese quien pueda. Se rozó el peligro en alguna que otra escena más; en definitiva, no fue el mejor día del grupo coral. El alavés Diego Martín-Etxebarria fue el último responsable de la velada y, en buena medida, responsable de que no cuajara la noche. Parecía encontrarse mucho más cómodo en las páginas sinfónicas mientras que en las páginas concertantes, que no son pocas, creo que fuimos bastantes los que estábamos sufriendo. La debilidad mostrada por estos dos colectivos terminó hipotecando el buen desarrollo de la función, evitando el éxito que presagiaba el título y las buenas críticas que llegaban de Madrid.

El Teatro Campoamor presentaba ese cartel que todos quieren poner muchas veces: entradas agotadas. Solo se oyó un teléfono, justo al inicio del acto II pero en cuanto a canturreos, tarareos, comentarios improcedentes y similares, la velada fue un despiporre general. El señor que estaba sentado a mi izquierda se sabía la zarzuela de memoria y bien que me lo quiso demostrar.

Fotos: © Alfonso Suárez