El otro registro
Barcelona. 11/06/24. Palau de la Música Catalana. Obras de Arnau Bataller y Max Richter. Franz Schubert Filharmonia. Syaka Shoji, directora y solista.
La Franz Schubert Filharmonia clausura su decimotercera temporada con un inusual programa, algo alejado del repertorio sinfónico habitual, contando con una de las violinistas más talentosas del lejano Oriente: Sayaka Shoji, natural de Tokio, ha sido la convocada para interpretar las Cuatro Estaciones de Vivaldi “re-imaginadas” por el compositor Max Richter, cuyas obras han aparecido en muchas películas –entre ellas, la famosa Shutter Island–; de la mano de su imponente Stradivarius de 1729, ante un Palau de la Música Catalana que, el pasado martes, lució bastante concurrido a pesar del mal tiempo. En la primera parte tuvo lugar el estreno local de Reminiscències de Llum de Arnau Bataller, uno de los compositores especializados en cine más destacados del país, involucrado en muchas producciones nacionales e internacionales y habitual en certámenes de cine como los Gaudí o recientemente, los Goya.
Bajo una penumbra lila discurrió la obra de Bataller, coherente y orgánica a lo largo de sus cinco movimientos, que se desarrolló cómodamente alternando la dirección entre el propio concertino y el primer cellista desde sus atriles. Ya experimentado en grabar sus propias bandas sonoras con formatos de cámara, Bataller aportó muchos elementos idiomáticos de la familia de cuerdas, en una obra honesta, y ciertamente interesante, rehuyendo las extravagancias innecesarias, y muy cercana al lenguaje cinematográfico, sin renunciar a ese sonido “tipo banda sonora”, para entendernos, pero sin olvidar la tradición “clásica”.
El conjunto se adentró en la partitura de Bataller con gran rigor en las indicaciones dinámicas, y los primeros destellos sotto voce de la cuerda arrojaron la primera tenue luz de este primer movimiento, para dar paso a un pasaje más dramático, de generoso vibrato, en los primeros violines. En II Llum de silenci el compositor valenciano propuso un discurso basado en armonías cálidas sustentadas nuevamente en notas largas mientras que III Flaix exploró texturas y otros recursos más rítmicos y puntillistas, además de materiales más tensos; todo llevado a cabo con extraordinaria precisión, teniendo en cuenta la ausencia de director. El cuarto movimiento, quizá el más interesante y explorador, Bataller integró glissandi y otros “colores” –alternancias de sul tasto y ponticello– para tejer un conjunto de texturas imaginativo, con adornos armónicos en las voces superiores, y dando más protagonismo a las violas. El último movimiento, V Resplandor, recobró el espíritu inicial, y aunque quizá con más divisi y energía, el conjunto se lució en los pasajes más apasionados, cerrando una obra que indudablemente fue del agrado del público.
Shoji, irrumpió en escena con su vistoso atuendo y su imponente instrumento y pronto se adentró en este “Vivaldi reeditado” que ya forma parte de los cánones de ese subgénero de obras filtradas por el prisma “contemporáneo” y, por qué no decirlo, abiertamente mainstream. Aunque un clavecín real siempre tendrá un encanto superior a un “clavinova”, el conjunto se adecuó bien a este registro y a la dirección de la solista invitada, la nipona, insignia de la Deutsche Grammophon, surcando los temas de la célebre obra vivaldiana, con sus correspondientes “cambios” y adaptaciones minimalistas, que son, en esencia, reelaboración de pasajes y añadiduras decorativas, y por supuesto, repeticiones. Al margen de los gustos de cada uno, puede decirse al menos, que Richter respeta la esencia violínistica y virtuosa de los pasajes más icónicos de los cuatro conciertos.
Así, en la famosa primavera destacaron los “cantos” del primer movimiento, y los pasajes melódicos del segundo, y Shoji dejó florecer un extraordinario vibrato en el tercero, en el que pudo apreciarse la calidad del instrumento. El despliegue de arpegios primaverales dejó paso al verano, en el que la japonesa extrajo lo máximo de su reliquia de cuatro cuerdas. La tormenta varaniega de Summer 3 resonó con la espectacularidad esperada, y Shoji superó escalas y arpegios y coronó las cotas sobreagudas con solvencia. El otoño regaló varias sorpresas –cambios de tempo– y, sobre todo, un bonito dúo con el primer cellista, y los cinco grupos de cuerda mostraron una gran sincronía, tanto en las escalas del séptimo movimiento, como en las respiraciones conjuntas del noveno. De lo mejor de estas estaciones fue el famoso primer movimiento invernal, aquí Winter 1, que sacudió más de un pie y cabeza entre los oyentes, a pesar de los cambios rítmicos respecto al original de Vivaldi, y en que la solista ejecutó uno de sus mejores solos. También destacó el inspirado penúltimo acto, en el que los de la Schubert recrearon un páramo invernal detenido en el tiempo.
La invitada regaló una arrebatadora Mediación de Thaïs, de Jules Massanet, acompañada por el arpa, un momento de extraordinaria poesía violinística, y luego el conjunto bisó el primer movimiento primaveral, poniendo punto y final a un programa ameno y digerible para un público –por cierto, algo más incontenible de lo habitual– que ya piensa en el regreso de Tomás Grau al frente de la nueva temporada en octubre.