Madama Jaho
8/7/2024. Aix-en-Provence. Théâtre de l'Archevêché. Puccini. Madama Butterfly. Ermonela Jaho (Madama Butterfly), Adam Smith (Pinkerton), Mihoko Fujimura (Suzuki), Lionel Lhote (Sharpless), Carlo Bosi (Goro). Coro y orquesta de la Ópera de Lyon. Andrea Breth (dirección de escena). Daniele Rustioni (Dirección musical).
La identificación de Ermonela Jaho con la protagonista de una de las óperas más famosas de Giacomo Puccini es total y absoluta. Contaba en un video promocional del Festival de Aix-en-Provence que lleva más de ciento ochenta representaciones de Madama Butterfly. No es de extrañar que al oírla, además de apreciar la belleza de su canto, la perfección de su técnica y el excelente volumen, emerja una absoluta prima donna cantando su papel fetiche. Y llegar a esa unión solo está al alcance de las más grandes y la soprano albanesa lo es, en este papel y otros, pero especialmente en este. Estas líneas, en lo referente a Jaho, nacen, sobre todo, de la emoción. De la emoción intensa que me produjo su interpretación, la manera de recitar el verso, la manera de apianar, la unión entre lirísmo y tensión trágica, drama puro. A esta cantante hay que verla en directo si uno puede, porque ahí se aprecia la humanidad que transmite. No hay absoluta y fría perfección, hay entrega, verdad, años de canto y de esfuerzo. Y todo eso lo pone Jaho en el escenario, delante del público, sin trampa ni cartón. Y el público deliró con ella en su primera aparición en este festival. ¿Qué fragmento destacar? Todos, pero especialmente el dúo de amor del primer acto, el famoso Un bel dì vedremo, el dúo con Suzuki o la escena en la que se despide de su hijo al final de la obra. Pero solamente esta lista la hago por destacar algo, tal como manda El libro del crítico poco original, porque realmente lo importante fue que esta soprano volviera a hacerme feliz con su Butterfly.
Ante una artista de este calibre y con el protagonismo que le da Puccini a Butterfly, tiene que haber un gran tenor que le de la réplica, aunque solo sea en el primer acto, a la diva. En este caso no fue así. Adam Smith tiene presencia escénica y una potente voz, con volumen, pero ni de lejos está a la altura de las exigencias del no largo pero si duro papel de Pinkerton, uno de los villanos más inmisericordes de la ópera. Su timbre carece de brillo y atractivo, descoloca algunas notas en el agudo y se siente mucho más cómodo en la zona central, como ocurrió en la escena de amor donde salvó bastante su cometido y supo matizar cuando lo exigía la partitura. Pero tanto en su aria de presentación como en la corta intervención del final, volvieron a aparecer los problemas que hacen pensar que no es un cantante adecuado para este papel.
A gran altura el Sharpless de Lionel Lhote, un excelente barítono, con un canto elegantemente pucciniano y tremendamente aplaudido al final de la representación. También cumplió ampliamente, especialmente en el ya nombrado dúo con Butterfly, Mihoko Fujimura en un papel que conoce perfectamente como es el de Suzuki. Buen nivel del resto de comprimarios, especialmente Carlo Bosi, un Goro de un bello timbre. El Coro de la Ópera de Lyon, que por decisión del director de escena cantó casi oculto en toda la representación, no tuvo su mejor noche, especialmente en el primer acto donde no hubo coordinación ni empaste entre la orquesta y el escenario. Mejoró bastante en el famoso pasaje del Coro de bocca chiusa, donde con el adecuado acompañamiento del director se pudo lucir un poco más.
Madama Butterfly, Puccini en general, rezuma elegancia y brillantez orquestal, quizá junto al lirismo innato de sus melodías sea el sello definidor de su música. Daniele Rustioni navegó difícilmente en el proceloso mar pucciniano. Hubo momentos de calma y belleza (casi siempre acompañando de manera casi perfecta a la protagonista) y otros donde no hubo ningún vuelo, ningún lirismo y se adoleció de una falta de engranaje con la orquesta bastante desalentadora. No fue una buena lectura. Fue una lectura a trompicones y sin encanto y eso, en Puccini, se nota mucho. Rustioni es el director musical de la Ópera de Lyon, coproductora de este espectáculo, junto con otros teatros. Por tanto debería tener una conexión especial con la orquesta que tocaba en el foso, que es la titular de esta casa francesa de ópera. No fue así. La orquesta fue, para mí, lo más decepcionante de la noche, sobre todo porque no estuvo al nivel que es exigible en un festival de la categoría del de Aix. Los metales fueron la familia más deficiente, pero tampoco el resto se salvó de una interpretación bastante alejada del virtuosismo. Una pena.
Esta nueva producción la firma el director de escena Andrea Breth. Es una Butterfly clásica, elegante sin ser espectacular, que no aporta novedades y que es de un conservadurismo bello y, permítanme la expresión, para todos los públicos. La escenografía se centra en la típica casa tradicional japonesa, pero esta vez circunscrita a una sola habitación donde se desarrolla toda la trama. Hay detalles muy atractivos, como la forma en la que Cio-Cio-San, con la ayuda de Suzuki,y cantando a la vez se va desprendiendo de sus ropas de boda preparándose para la noche nupcial o la aparición de marionetas, que simulan garzas moviéndose lentamente en un par de escenas. Porque los movimientos de los figurantes que van enmarcando distintos momentos de la ópera siempre están marcados por una lentitud que supongo que tiene como intención remarcar una forma de ver la cultura japonesa muy ligada al misticismo y la concentración concienzuda en todas acciones de la vida.
Fotos: © Ruth Walz