La metafísica del fotograma
11/07/2024. 73 Festival de Granada. Colegio Mayor Santa Cruz la Real. Murnau, F.W/Sánchez-Verdú, J.M.: Nosferatu, una sinfonía de horror [concierto-proyección]. Ander Tellería, acordeón. Orquesta Ciudad de Granada. Coro de la OCG. Héctor E. Márquez, director del Coro. José María Sánchez-Verdú, dirección.
La presencia del algecireño José María Sánchez-Verdú en la 73ª edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada en calidad de compositor en residencia ha sido, como diría Borges, una de las formas de la felicidad. Felicidad justa y entrañable, precisando, por tratarse de un creador principal de la música, indagador y originalísimo que, desde la plena consciencia de los caminos de la música y dueño como lo es de un arte visionario, posee Sánchez-Verdú la rara pericia del zahorí que es la de hacer emerger lo que está oculto. Y lo oculto, en el caso de esta vara, es el futuro.
La del zahorí es metáfora adecuada para resumir a este creador genuino, si es que hay metáfora que pueda resumir a un artista o siquiera a un hombre. Y lo es, salvado el reduccionismo, porque la voz árabe de la que procede -zahurī, tan ceñida a su universo poético- designa al geomántico o iluminado que va rompiendo el camino y en ese romper, encuentra.
Lo es, también, por cuanto atañe a su música aplicada para el Nosferatu de Murnau, que conoció su estreno hace ya veinte años en el Teatro de la Zarzuela como parte de un ciclo de encargos audiovisuales de la ORCAM cuyo objeto era el de revivir musicalmente, por la vía del concierto-proyección, algunos clásicos restaurados del cine mudo con nuevas bandas sonoras confiadas a los ínclitos Sánchez-Verdú, Carlos Cruz de Castro -Berlín, sinfonía de una ciudad-, Jorge Fernández Guerra -Don Quijote-, Marisa Manchado -La pasión de Juana de Arco-, Carlos Galán -La leyenda de Gösta Berling-, José Luis Turina -Tour de Manivelle- y Jesús Torres -Fausto-. Desde entonces, el Nosferatu de Murnau y Sánchez-Verdú ha sido proyectado e interpretado en al menos una veintena de ciudades y ocasiones, y este crítico tuvo la fortuna de hincarle el colmillo en el Auditorio Nacional de Madrid bajo la dirección de otro grande, Nacho de Paz, con motivo del ciclo Cine y música de la Temporada 16/17.
Y es que, a diferencia de las funciones consuetudinarias y normalizadas de la música aplicada a medios audiovisuales -subrayado, referencia, intensificación, correspondencia-, la banda sonora de Sánchez-Verdú para la restauración del Nosferatu de la Prana, debida por cierto al cineasta y guionista Luciano Berriatúa, redimensiona la narrativa del filme ad intra partiendo de la que podríamos denominar, abusando un tanto de la Gestalt, “pregnancia metafísica” del fotograma.
En la retórica de acompañamiento de su composición, Sánchez-Verdú expresa su compromiso con la dramaturgia progresiva de Murnau, desdeñando desde una sensibilidad panóptica los previsibles formulismos operísticos no solo de los compositores que le han precedido en el menester de esta puesta en música -Hans Erdmann con su postwagneriana partitura original (1922) y el James Bernard entre expresionista y nacionalista de la versión del British Film Institute (1977)- sino también los de toda una tradición -la hollywoodiense, obviamente- que entiende y promueve la música aplicada en tanto que superposición de estructuras intertextuales (esto es, ad extra). Abismándose en la película desde aquella “pregnancia metafísica” -que podría entenderse como la emulsión del anima fílmica en el vector de la imagen (espacio) y montaje (tiempo)-, Sánchez-Verdú ausculta la imagen en todo su calado -el ello subterráneo- y abre la grotesquería a una extraordinaria poética sonora de gestos, onomatopeyas y paisajes atómicos para acordeón, coro femenino y orquesta que se despliegan y articulan microinterválicamente sobre ritmos fantasmáticos en masas, granos y volutas a modo de un organismo extraño y constante.
Esta escansión horrífica de Sánchez-Verdú, apabullante y embriagadora para cualquiera con el sentido y el (buen) gusto bien colocados, acontece como una suerte de conjuro envolvente o atmósfera ultramundana que se filtrara a través de las perforaciones del celuloide, pero cada compás ha sido meticulosamente diseñado en función del tintado -que activa una correspondencia sinestéstica entre ambientes y notas (el negro de la noche es el Do, por ejemplo)-, el carácter de los personajes (Nosferatu es el acordeón; Ellen el oboe; la naturaleza el coro femenino; Hutter el violonchelo; Knock el fagot; etc.) o ciertos elementos conceptuales (vg.: la muerte es la nota Fa). El mismo celo ha puesto el compositor en la distribución de los puntos de sincronía y los varios clímax de la película (a menudo crescendi rematados en ff o fff con masa de percusión expandida), así como a la hora de plantear el diseño tímbrico-dinámico, perfilado hasta el último sul ponticello del concertino. Si a ello le sumamos una orquestación de auténtica fantasía coruscada por el acordeón de Ander Tellería y una parte coral enjambrada de vocalizaciones dantescas (con un rango de acción que va desde el melisma y el canto silábico al puntillismo microtonal), la partitura de Sánchez-Verdú deviene con facilidad en el propio ser de la película.
La ejecución contra-pantalla de tan compleja y refinada partitura en manos del propio compositor -programada en el patio del Colegio Mayor, ubicado en el barrio del Realejo- fue de todo punto soberbia. Bajo las precisiones de su gesto los profesores de la Orquesta Ciudad de Granada rindieron certeros y expresivos, atacando virtuosamente y manteniendo el tipo en los pasajes sincopados e irregulares, entrando bien al trapo y respondiendo al nivel de exigencia que pide esta obra de relojería suiza. Aplauso especial para la solista de percusión, que hizo un trabajo admirable habida cuenta del percal (docena o decena larga de idiófonos) así como para el Coro de Márquez y al dramatis personae orquestal (violonchelo, oboe, acordeón, fagot). El único “pero” del concierto, por poner alguno, fue la precaria visibilidad: desde los laterales del patio y según qué ángulo, la proyección se veía parcialmente tapada por los instrumentos o sus intérpretes (dado que estaban entarimados). También podríamos quejarnos de que la copia empleada en el pase careciese de subtítulos en castellano, pero quien se maneje en inglés o alemán difícilmente se solidarizará con este apunte.
Fotos: © Fermín Rodríguez