El arco y la flecha
Munich. 21/07/22. Nationaltheater. R. Wagner: Tannhäuser. Klaus Florian Vogt (Tannhäuser), Elisabeth Teige (Elisabeth), Yulia Matochkina (Venus), Andrè Schuen (Wolfram), Ain Anger (Hermann) y otros. Orquesta, coro y bailarines de Bayerische Staatsoper. Romeo Castellucci, dirección de escena. Sebastian Weigle, dirección musical.
Ha quedado recogido en numerosos testimonios como en su lecho de muerte, Richard Wagner le dijo a Cosima: “Todavía le debo al mundo un Tannhäuser”. El hecho de que tras numerosas ediciones, la del estreno en Dresde, la calamitosa y polémica de París y más tarde la versión de Viena, una especie de unión de las anteriores, Wagner siempre buscó y nunca encontró la versión definitiva para su Tannhäuser.
En el fondo, esa búsqueda y esa obra inconclusa en la mente del compositor forma parte del encanto especial de esta ópera romántica. Una trama aparentemente simple: La lucha entre el amor profano (Venus) y el amor sacro (Elisabeth), la dicotomía de un poeta (Tannhäuser), y en el contexto de una sociedad cerrada que no comprende el mensaje de un artista del futuro. Tal cual la vida del propio Richard Wagner.
El siempre estimulante y atractivo Münchner Opernfestspiele ha vuelto a escenificar esta producción, estrenada en 2017 aquí en Munich, firmada por Romeo Castellucci, en la que fue la primera producción estrenada por el italiano en la ciudad del Isar.
Adaptando la versión final de Viena, esto es con toda la escena completa del Venusberg y su famosa obertura-ballet, castañuelas incluidas, la lectura simbólico-esteticista de Castellucci no ha perdido vigor.
Con una visión neoclásica, llena de tules blancos para un castillo de Wartburg transformado prácticamente en un templo griego, con sacerdotisas carcaj y flechas en mano, y una coreografía continua que parece buscar un ideal inalcanzable, Castellucci viste con hedonista atractivo una narrativa simbólica, sin caer en lo obvio y jugando con los iconos y ambigüedades de manera efectiva y visualmente hipnótica.
No parece que se quiera afirmar nada y sí dejar en el inconsciente colectivo quién es Tannhäuser, qué busca y que encuentra. En ese sentido la producción funciona como un cuento metafórico en donde si el espectador se deja seducir, disfrutará de una espectáculo sugerente, esteticista y subyugador.
La elección de la versión final de Viena de 1875, le da un plus de sofisticación y densidad a la orquestación, con una escena del Venusberg llena de cromatismos y morbidez propios del compositor que ya ha gestado el Tristan.
Sebastian Weigle aprovecha la excelencia de la siempre magnífica orquesta de la Bayerische Staatsoper, una plantilla que parece estar en estado de gracia continuo. Ritmo y teatralidad, opulencia orquestal, vigor y brillantez en todas las secciones y una orgánica atención a los cantantes. La batuta de Weigle, sin tener la audacia de la sorpresa o la inspiración de otras batutas más carismáticas, siempre tiene el don de la idoneidad. Es un magnífico Kapellmeister en el sentido más operístico de la palabra.
Klaus Florian Vogt, quien debutó este rol en 2017, precisamente cuando se estrenó esta producción, sigue demostrando a propios y extraños, a fans y detractores, porqué es el heldentenor germano más importante desde la estela de Peter Seiffert. Siempre implicado teatralmente, con una dicción impecable, el timbre y el color característico de Vogt, con tendencia a lo blanquecido y a un sonido algo plano, combina sin embargo un fraseo noble y un canto in crescendo en morbidez y densidad, que coronó con un monólogo final de Roma de una solidez incuestionable.
La voz a perdido la brillantez propio del paso de los años, y eso le resta atractivo al timbre, pero la técnica y su capacidad comunicativa y expresiva han ganado en consistencia y esto se verá confirmado con la elección de su debut en pocos días como Siegfried en el Bayreuther Festspiele de esta edición 2024.
Elisabeth Teige no poseerá quizás el timbre más llamativo, ni el color más hermoso de otras ilustres colegas wagnerianas, pero el canto siempre es generoso por la adecuación estilística, la naturalidad de la expresión y la efectividad interpretativa. El vibrato notorio propio de su emisión pronto se convierte en un sello que sabe usar con elegancia y solemnidad.
De hermosos ribetes sonoros la concisa y exhuberante voz de la mezzo rusa Yulia Matochkina, quien supo plegarse a la generosa particella de Venus, en esta versión “final” de la ópera Wagneriana. De canto pleno, color pulposo y escénicamente con la carnalidad propia de la diosa del amor, Matochkina brilló con luz propia.
Triunfador indiscutible por la calidez de un timbre privilegiado, por la juventud aterciopelada de un instrumento de hermosos tornasolados, André Schuen fue un Wolfram de manual. Con una emisión de atractiva naturalidad, registro homogéneo y adictivo color, la carrera wagneriana de Schuen tiene en este Wolfram un prometedor futuro que apunta a hitos deseados por muchos. Tiempo al tiempo.
Autoritario, efectivo y eficiente en su tosco personaje el Hermann del bajo estonio Ain Anger, secundado por unos Minnesänger sin fisuras. Destacaron entre ellos el timbre lumínico del tenor estadounidense Jonas Hacker como Walther y la consistencia y madurez profesional del siempre admirado bajo neozelandés Martin Snell como sonoro Biterolf.
Llamó la atención la voz cristalina y vital de la soprano noruega Eirin Rognerud, quien supo aprovechar su breve cometido como joven pastor. También lucieron las voces infantiles de los solistas des Tölzner Kanbenchor como cuatro chicos nobles. Tronó e impactó el nivel y calidad del magnífico coro de la ópera de Munich para una de las partituras corales operísticas más icónicas y atractivas de Wagner.
Foto: © Wilfried Hösl