Una Tosca errática
Munich. 24/07/2024. Bayerische Staatsoper. Giacomo Puccini: Tosca. Eleonora Buratto (Tosca), Jonas Kauffmann (Cavaradossi), Ludovic Tézier (Scarpia), Roman Chabaranok (Angelotti), Martin Snell (sacristán), Tansel Akzeybek (Spoletta) y otros. Orquesta y Coro de la Bayerische Staatsoper. Dirección escénica: Kornél Mundruczó. Dirección musical: Andrea Battistoni.
No creo que nos costara mucho encontrar consenso entre los aficionados a la ópera que pocos títulos como Tosca, entre las obras de repertorio, son dueñas de una carga política tan evidente. Durante el acto II poca duda puede caber: el centro del mismo es el proceso de tortura de un prisionero en manos de los lacayos de un psicópata reaccionario que, por si esto fuera poco, juega con la tortura con el único objetivo de poseer el cuerpo de una mujer. Pero es que en el resto de actos también hay símbolos políticos de indudable peso: así, en el inicial Cavaradossi es calificado de volteriano subrayando el carácter liberal del artista en contraposición al poder establecido, el absolutismo, el poder omnímodo de la iglesia; el mismo personaje rechaza en el tercero los últimos auxilios de la misma iglesia en los momentos previos a su ejecución reivindicando su libertad personal ante la intromisión eclesiástica.
Queda dicho: Tosca es la ópera más política de Puccini y una de las más evidentemente políticas de la historia. Por ello se me hace difícil compartir la voluntad del húngaro Kornél Mundruczó de subrayar la intención ideológica de la obra. Me cuesta entender por qué Tosca tiene que ser revisada hasta la hipérbole para redundar en lo que ya nos da como obvio. Es obvio que un liberal de comienzos del siglo XIX, en la época de Napoleón Bonaparte no es un izquierdista radical de la Italia de 1970 tentado a militar en las Brigate Rosse, organización comunista que, sobre todo con el secuestro y muerte del dirigente político demócrata-cristiano Aldo Moro llegó a ser de conocimiento público en todo el mundo. No, no es lo mismo. Y que conste que respeto profunda y convincentemente el derecho a las relecturas de los títulos del pasado, lo que no es óbice para que piense que la propuesta vista en la Bayerische Staatsoper es fallida.
Además, creo que es legítimo exigir a un artista cierta coherencia en el planteamiento que se ofrece y me cuesta-acepto la posibilidad de que el problema sea mío, no tengo objeción alguna- entender por qué mientras el acto III y, sobre todo, el II son de un “clasicismo” casi académico el acto I se convierte en un auténtico pandemónium donde se entremezclan un montón de ideas hasta abrumar al espectador. Pondré solo dos ejemplos de los muchos que se podrían escribir: antes de que comience la obra se escenifica una boda en la que tres hombres y tres mujeres acompañan a los novios. Estos, pareja al uso, heterosexual y vestida según el canon católico; los seis acompañantes sin embargo van desnudos. Esa boda no tendrá mayor recorrido durante la representación. Un segundo ejemplo: Cavaradossi es fotógrafo pero al final pinta, utilizando el cuerpo desnudo de tres mujeres jóvenes -¡una vez más!- para hacer unas improntas en unos lienzos blancos enormes, al modo de las célebres pinturas arcaizantes de Henri Matisse. Pinturas en las que, por cierto, no existen los ojos porque no existe rostro, por lo que todos los requiebros de Floria a su amante durante el hermoso dúo del acto I pierden sentido, así como cualquier intento de identificación del rostro pintado en persona alguna..
En definitiva, que el acto I se convierte en una miscelánea de ideas que no llegan a ningún puerto y crean en el espectador cierto desasosiego. Reconozco que en algún momento de la primera hora me tenía que concentrar en la música porque la “lluvia de ideas” del artista en cuestión me estaba dejando fuera de la ópera.
Vocalmente la noche fue notable aunque lejos del sobresaliente. Notable raspado. Eleonora Buratto nos ofrece la Floria Tosca que puede, es decir, muy lírica. Por ello, en los omentos más dramáticos del acto II se veía obligada a forzar un poco. Mundruczó le regala a la soprano un pedestal específico para el Vissi d’arte, momento que provocó la primera ovación de la noche. Jonas Kauffmann es, ha sido, uno de los grandes tenores mediáticos de las últimas dos décadas y su Mario Cavaradossi respondió de forma bastante fiel a las últimas reseñas que sobre él he leído. Junto a frases brillantes, luminosas y de gran efecto dramático –sus Vittoria!!, por ejemplo, fueron emitidos con holgura y suficiencia- hubo otros en los que el canto se torna leñoso y precipitado. La primera aria paso con más pena que gloria, estando mucho más centrado en la final.
¿Tiene Ludovic Tezier la voz de Scarpia? Acepto reservas. ¿Tiene la inteligencia para hacerlo correctamente? En este caso mi respuesta afirmativa no tiene dudas. Su sátiro es educado, su repulsión está medida, nunca cae en la tropelía gratuita y el público premió su trabajo con la ovación más sentida de la noche. Martin Snell destacó vocalmente el carácter del sacristán aunque su personaje quedó totalmente desdibujado en el caos del acto I. El resto de pequeños personajes estuvo bastante bien servido aunque quiero destacar al Spoletta de Tansel Akzeybek, dueño de una voz sonora y bien proyectada. Tampoco quedó a la zaga el carcelero de Pawel Horodyski. Bastante más discretos el Angelotti de Roman Chabaranok y el Sciarrone de Christian Rieger. El niño solista de los Tölzer Knabenchor estuvo sobresaliente en su labor de pastor.
Al errático caminar de la función ayudó muy poco la batuta de Andrea Battistoni. Una cosa es tener entre manos un instrumento de la brillantez de la orquesta titular del teatro y otra provocar en el espectador dolor de oído en el momento de la entrada de Scarpia, abusando del volumen en exceso. No fue el único momento y, por desgracia, no se supo guardar el necesario equilibrio entre foso y escenario en detrimento del segundo.
Las entradas estaban vendidas desde hace tiempo y se notaba en el ambiente un ambiente especial, quizás provocado por la expectación surgida en torno a la puesta en escena. Al terminar el acto I el abucheo, sin ser general, fue bastante evidente. Al término de la función los centros de los aplausos fueron los tres protagonistas, quedando significadamente por debajo la aprobación recibida por el director musical. Una noche de continuo sube y baja emocional que provocó que la función no terminara de cuadrar.