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Perder la fe

Munich. 27/10/24. Bayerische Staatsoper: Das Rheingold. Nicholas Bronwlee (Wotan), Markus Brück (Alberich), Sean Panikkar (Loge), Matthias Kilnk (Mime), Ekaterina Gubanova (Fricka), Matthew Rose (Fasolt), Timo Riihonen (Fafner), S. Brady (Woglinde), V. Wingate (Wellgunde), Yajie Zhang (Flosshilde), Wiebke Lehmkuhl (Erda), Mirjam Mesak (Freia), M. Siljanov (Donner) y Ian Koziara (Froh). Orquesta de la Bayerische Staatsoper. Dir. Musical.: V. Jurowski. Dir. Esc.: T. Kratzer. Nueva producción de la Bayerische Staatsoper.

Expectación y resultado agridulce, así fue el estreno de la nueva producción de Das Rheingold, primera ópera del nuevo Ring que estrena la Bayerische Staatsoper de Munich. La firma de la producción por uno de los actuales directores de escena alemanes más codiciados, una batuta en el foso con carisma y una de las mejores orquestas de ópera del mundo, no pudieron sin embargo ofrecer el éxito deseado que todos esperaban. 

Es la decimotercera producción que asume la Bayerische Staatsoper de Munich, desde que se estrenó aquí mundialmente el primer Das Rheingold en 1869. Ya entonces el estreno se dio en contra de la voluntad expresa de Wagner, hay que recordarlo, pero Ludwig II, quien pagaba toda la ambición artística del compositor, así lo quiso y ha quedado para la posteridad ese privilegio para la ciudad de Munich. Igual pasó con Die Walküre, estrenada en 1870. Wagner finalmente consiguió que Siegfried y Götterdämmerung se estrenaran, entonces sí como fue su deseo expreso, en el primer Ring que inauguró el primer Festival de Bayreuth en agosto de1876.

Está claro que la vinculación de la ciudad de Munich con Wagner se traduce en el teatro de ópera más wagneriano, por tradición y vínculos, después del mismísimo Festival de Bayreuth. En Munich también tuvieron sus premieres: Tristan und Isolde (1865) y Meistersinger von Nürnberg (1868).

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¿Porqué el estreno quedó deslucido pese a que todos los elementos, a priori, apuntaban lo contrario? En primer lugar hay que hablar de la producción de Tobias Kratzer, en su segunda producción firmada para la Staatsoper de Munich después de la exitosa Die Passagierin, estrenada el pasado verano con consenso de critica y público. Kratzer le quita cualquier grandiosidad mítica a Das Rheingold. No hay dioses, humanos, gigantes o enanos, aquí todos parecen hombres y mujeres normales y corrientes. Eso sí, con unas crisis de fe, poder, estatus religioso y ambición popular al más puro estilo de una crisis existencial propia del siglo XXI.

La propuesta en sí no es mala, ni debería serlo. Kratzer explota su proverbial sentido del humor en los vídeos de descenso y ascensión del Walhalla al Nibelheim, y viceversa, haciendo reír al público y demostrando que Wagner puede tener lecturas humorísticas lejos de la grandiosidad inherente a su pentagrama. Un sello de las puestas en escena de Kratzer que ya demostró con su colaborar habitual al servicio de los vídeos, Manuel Braun, en su icónica producción de Tannhäuser para el el Festival de Bayreuth, unos vídeos que pueden significar un plus de calidad e inteligencia.

El problema derivó en una lectura teatralizada y cuasi exenta de fantasía. Una regie donde las miserias morales, religiosas y políticas de todos los protagonistas se mezclan en una misma realidad, sin la división mítica que Wagner refleja en su libreto, con una uniformidad teatral de prosaico resultado. El hecho, además, de que la gran mayoría de la acción transcurra en una iglesia, que tanto da si es cristiana, protestante o tomada por Testigos de Jehová, con pintadas tan banales y obvias en pleno s.XXI como el Got is Tot (Dios está muerto), nada más abrirse el telón, no auguraron nada nuevo para una regie que busca, como todas, una lectura diversa con personalidad propia.

La estética, muy actual y estilo USA, podría estar pasando en el NY contemporáneo, se queda muy old fashioned, con un vestuario feísta firmado por Rainer Sellmaier, quien también asume la giratoria y efectiva escenografía. Kratzer apuesta por seguir el texto teatral, urgando en la búsqueda del sentido de la mortalidad, la divinidad y las luchas de poder en una sociedad caduca donde parece reinar la decadencia moral y el puro interés personal. La dirección de actores es fluida y funciona, otra baza para Kratzer, pero los personajes se pierden en una deriva caricaturesca sin un devenir claro. No hay buenos, ni malos obvios, la religión es una mera excusa para buscar el triunfo personal, pero el resultado ni convence, ni sorprende, ni emociona.

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Algo similar le pasa a la batuta, siempre exacta y poderosa, pero fría, del moscovita Vladimir Jurowski, quien dirige su ¡primer Wagner muniqués! desde que es el GMD de la Staatsoper. El ruso quiere seguir la teatralidad literal que Kratzer imprime en escena, perdiendo magia musical, trascendencia existencial y el brillo y magnificencia que la partitura wagneriana desprende en esencia.

Los problemas iniciales de una trompas titubeantes en el nacimiento del Rin, ya no hicieron prever nada bueno. Pero la orquesta de la Staatsoper es una orquesta de excelencia más que contrastada y el sonido wagneriano fluyó con dinámicas bien medidas, con secciones magníficas, pese a que ninguna con un brillo especial, y eso sí, con una extraña incidencia en obtener un sonido sin chispa, ni emoción.

Una lectura que deslució momentos orquestales claves como el inicio de la ópera con la primera aparición de las Hijas del Rin, la bajada y subida del Walhalla o un final que sonó con una sequedad tímbrica de asombrosa austeridad teatral.

Quedó eso sí, un equipo de cantantes donde sí hubo protagonistas al alcance de cualquier gran estreno de una nueva producción que se precie. El primero y por encima de todos con un control absoluto de medios fue el Wotan de Nicholas Bronwlee. El cantante estadounidense, de tan solo treinta y cuatro años, canta su segundo Wotan, rol que debutó con treinta y dos en la ópera de Dallas, y demostró porqué es una de las grandes esperanzas del canto wagneriano futuro.

Voz recia de tesitura generosa y rocosa, con un timbre que puede recordar a Wotans de renombre como London o al más reciente Falk Strukmann. Bronwlee no tiene problemas de registro en ningún momento, con una voz siempre presente, de calidad y emisión sin pérdida de cuerpo, rica en armónicos y generosa en agudos sonoros y contundentes. Tan solo falto de los matices y expresión de colores que llegarán con la experiencia, todo apunta a que pueda ser el próximo Wotan de la nueva Tetralogía que dirigirá Pablo Heras-Casado en 2028 en el Festival de Bayreuth. Una elección de futuro.

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Como alter-ego al protagonismo de Wotan es de justicia resaltar la calidad y resultados del Alberich de Markus Brück. Un personaje que tanto Jurowski desde el foso, quien le quita cualquier manierismo o caricaturización del canto para humanizarlo,  o el propio Kratzer desde la escena, quien lo muestra como una especie de hacker o computer freak consciente de su mortalidad y con tendencias suicidas. Quizás el canto de Brück, ni por timbre ni por color tenga una personalidad destacable, pero el barítono alemán (n. Speyer, 1972), domina todos los resortes vocales del personaje. Intenciones, canto flexible y expresivo y un generoso acting teatral, canta completamente desnudo en toda la última cuarta escena de la ópera, mostraron a un artista de categoría intachable.

Personaje siempre favorito del público es Loge. Aquí con el protagonismo del tenor estadounidense Sean Panikkar (n. 1981), quien mostró un gran trabajo de estilo, dicción y vocalidad adecuada. Con un timbre algo ácido que casó perfectamente con su personaje existencialista, fumador empedernido y con atracción hacia la apostasía.

Sobresalieron también en el reparto femenino las voces de la siempre generosa y tersa Ekaterina Gubanova como Fricka y la muy aplaudida, con justicia por medios y calidad, Erda de Wiebke Lehmkhul. El resto de cantantes se resumió en una holgada corrección, desde el Fafner de Timo Riihohen o el Fasolt de Matthew Rose, dos curas corruptos y pendencieros, el irónico Mime de Matthias Klink, o unas algo desequilibradas Hijas del Rin, de entre las cuales destacó la Flosshilde de Yajie Zhang. Poco llamativa la Freia de Mirjam Mesak para un papel que suele ser un caramelo vocal para su intérprete. También demasiado grises y de canto voluble el Froh de Ian Koziara aunque mejor el sonoro Donner de Milan Siljanov.

Habrá que esperar al estreno de Die Walküre, anunciado para la siguiente temporada, para seguir el devenir de un planteamiento teatral basado en la crisis de la fe. Paradójicamente, la pérdida de la fe en el trabajo de Kratzer y Jurowski, marcó el semifallido estreno de este prometedor nuevo Das Rheingold muniqués.

Fotos: © W. Hösl | Bayerische Staatsoper