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Conseguir el necesario equilibrio

Donostia. 2/02/2024. Auditorio Kursaal. George Bizet: Carmen. Miren Urbieta-Vega (Micaela, soprano), Rihab Chaieb (Carmen), Dmytro Popov (Don José), Simón Orfila (Escamillo), Mikel Zabala (Zúñiga) y otros. Easo Abesbatza y Easo Eskolania. Euskadiko Orkestra. Emilio López, dirección de escena  José Miguel Pérez-Sierra, dirección musical.

Las funciones operísticas de la Quincena Musical donostiarra siguen siendo uno de los platos fuerte de cada edición. Aunque el núcleo de cada año es el apartado sinfónico-coral la presencia de la ópera sigue teniendo un glamour especial, lo que se percibe tanto entre el público como en taquilla. Y ello a pesar de la inexistencia de una temporada estable –en este sentido, las turbulencias de la ciudad en forma de descoordinación de entidades promotoras no cesan ni tienen pinta de hacerlo en los próximos años- y de que el Palacio Kursaal se realizara en su momento con una carencia estratégica cual es la de no disponer de caja escénica y, por lo tanto, cualquier arte escénica está profundamente hipotecada en su desarrollo ordinario.

Comienzo así esta reseña porque quedó palpable que mientras la respuesta social fue relevante –la función estaba vendida ¿en su totalidad? y la segunda función tiene buna pinta- el desarrollo de una obra tan compleja como Carmen se hizo con escenario único y, siento mucho escribirlo, de una pobreza escénica enorme. En los días previos se presentó la propuesta, firmada por Emilio López, como ambientada en la España de los 50, lo cual se pudo realizar –y con dudas- a través del vestuario porque la realidad social, política y económica de unos años tan complejos, en plena autarquía franquista de enorme carga represora, apenas se intuyó.

Unas estructuras de madera que apenas se transformaron servían lo mismo para apuntar la Sevilla soleada, la sierra andaluza o un coso taurino. En ese único escenario los movimientos escénicos eran pobres y muy forzados y aunque con la luz se consiguió algún efecto hermoso –el sol andaluz del acto IV, por ejemplo- todo el desarrollo de la obra fue muy lineal y sin capacidad de sorprender a nadie. Sí hubo apuntes dramáticos interesantes como que fuera la misma Carmen quien devolviera la navaja a don José tras la pelea con Escamillo en la sierra, la misma que luego utilizará para matarla; el hecho de que don José quede retratado como maltratador desde el acto II; o que don José mate a Carmen por la espalda, ahondando en su vileza.

Interesante pero nada provocador que todas las apelaciones a la libertad se hicieran con el puño derecho levantado al modo de la Internacional Comunista, cosa harto improbable en la España de los 50. Tanto mezzo como tenor actuaron con gusto pero… toda la propuesta escénica es tan pobre que, a riesgo de que alguno se enfade, uno no puede sino preguntarse si no sería más práctico hacer las óperas en versión de concierto semiescenificadas. Porque el Kursaal no nos ofrece ni las mínimas posibilidades de hacer un trabajo escénico relevante y para estos resultados…

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Por suerte, vocalmente la función supero las expectativas creadas. Hay que subrayar que el reparto tenía un sabor guipuzcoano evidente pues hasta cinco papeles eran encarnados por cantantes nacidos en la provincia y, sin pecar de chauvinismo, la labor del conjunto fue impecable. Es para sentirse orgullosos el contemplar el buen momento que vive el canto lírico en la provincia y en todo el País Vasco.

Quizás el punto más velado de la función fue la tunecina Rihab Chaieb que teniendo el papel en voz, no terminó de redondear la noche. Por momentos abusó de inflexiones dramáticas para subrayar esa Carmen libertaria pero su acto II fue desconcertante, buscando un canto tan íntimo que terminaba siendo inaudible mientras el acto IV, el momento más dramático, mostró ciertas carencias vocales. Miren Urbieta-Vega, que jugaba en casa, volvió a deslumbrar. Sorprendentemente debutaba la Micaela, un papel que le viene muy bien; con su caudal de voz casi costaba creer a la navarra desvalida que se acerca a Sevilla, perdida y desorientada. Una voz firma, muy bien emitida, noble y con esmalte, que despertó las ovaciones más sentidas en su aria del acto III, Je dis que rien ne m’epouvante

Ellos estuvieron también brillantes. Resultó toda una agradable sorpresa la voz lírica, ancha, bien emitida y con agudos fulgurantes del ucraniano Dmytro Popov. Buen actor, su aria de la flor se adornó de medias voces que cuesta escuchar en directo y se agradecen; junto a la Micaela, resultó lo mejor de la noche. Una voz de esas que me gustaría poder escuchar de nuevo. A Simón Orfila sele ha podido escuchar su Escamillo esta misma temporada en el Liceu y en el Baluarte pamplonica del pasado febrero. Todo lo dicho en su momento vale para volver a resaltar que su torero es de una pieza y que incluso en esta ocasión estuvo más solvente en la franja aguda. Además, tanto tenor como barítono-bajo tienen una planta espectacular y dotan a sus personajes de enorme credibilidad.

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Los cinco papeles menores estuvieron muy bien resueltos. Zorionak! a todos por dar semejante nivel. El ya veterano José Manuel Díaz fue un rotundo Dancairo, sonoro; acertado el Remendado de Aitor Garitano, con agudos brillantes y acertados de la Frasquita de Helena Orcoyen, presencia vocal y actoral brillante de Marifé Nogales en su Mercedes, Juan Laboreria dando empaque a su Morales del acto I y buen trabajo actoral de Mikel Zabala dando al Zuñiga un realce dramático infrecuente. Al pobre teniente le caracterizan de acosador compulsivo en el acto II, en la taberna de Lillas Pastia y acaba recibiendo una paliza de órdago tras las numerosas advertencias de las gitanas. La mayoría de ellos intervinieron con acierto en el quinteto del acto II, uno de los momentos más hermosos de la obra. Muy bien.

Acertado el coro Easo y su escolanía aunque tenga una tendencia demasiado evidente a formar en modo orfeón, buscando el refugio y la comodidad de su habitual estructura mientras que José Miguel Pérez-Sierra dirigió con brío la Euskadiko Orkestra. Algunos tempi resultaron curiosos, creando momentos de hondo contraste pero puede decirse que la batuta fue capaz de llevar a buen puerto una función que se esperaba con ilusión.

Insisto: la ópera siempre tiene un fulgor especial en cada edición de la Quincena. Sabemos de las hipotecas existentes y nos alegramos por los resultados vocales. Supongo que será clamar en el desierto por el deseo de alguna novedad en el repertorio porque, a fin de cuentas, lo que vemos en el verano es reflejo de lo que podemos ver durante todo el año, sea con la compañía que sea y en el teatro de la ciudad que sea, es decir, los títulos de repertorio más habituales. Al menos, en este caso se consiguió un equilibrio vocal importante que hizo que la velada fuera notable.

Fotos: © Iñigo Ibáñez