Exasperante perfección
Johannespassion, BWV 245, de Johann Sebastian Bach, con Carolyn Sampson (soprano), Benjamin Bruns (tenor, Evangelista), Alexander Chance (contratenor), Christian Immler (bajo, Jesús), Simon Yoshida (tenor, siervo) y otros. Bach Collegium Japan. Dirección musical: Masaaki Suzuki.
Si, lo sé la perfección en el arte no existe. De hecho, no tengo duda de que el concierto que nos ocupa no fue perfecto pero uno no puede evitar, al pensar en lo vivido tras la escucha de las dos horas y cuarto de este oratorio bachiano, que conciertos así te colocan en las puertas de la misma perfección. Esa que no existe.
Esta obra es religiosa y entiendo que a los creyentes les despierte sentimientos y afectos importantes. Los que vivimos su interpretación como la de una mera –que no es poco- obra musical también nos encogimos ante el desarrollo del drama. Porque una pasión bachiana es, también, un drama. Un drama narrado por el evangelista, uno de los papeles más ingratos y difíciles que uno pueda imaginar. Aunque su tesitura no es complicada, aunque su exigencia vocal es aceptable, el papel tiene la enorme dificultad de llevar el peso vocal –junto al coro- de la obra y hacerlo sin cantar una sola melodía –permítaseme la expresión- silbable. Quizás a alguno le parezca una herejía lo que voy a escribir a continuación pero yo advierto que en la caracterización vocal de este personaje podemos advertir un proto sprechgesang en este papel. Y aquí el tenor Benjamin Bruns estuvo sencillamente magnífico. Voz blancuzca, de escaso vibrato y volumen, natural y muy adecuada para este repertorio. El otro papel grande es el de Jesús, aquí encarnado por el bajo Christian Immler, de línea reposada, graves solventes y un decir del texto muy adecuado. Cuidó muchos los detalles, las pequeñas intervenciones, las peculiaridades de cada una de sus palabras.
El resto de solistas canto a un nivel excelente. La soprano Carolyn Sampson es dueña de una voz penetrante y un buen gusto evidente; extraordinario el contratenor Alexander Chance en sus dos arias, con una capacidad de matizar y expresar digno de reconocimiento; el siervo del tenor Simon Yoshida comenzó algo tímido para mostrarse bastante más solvente en la segunda parte. Sencillamente extraordinario el Pilatos de Yusuke Watanabe, que cantó siempre desde la formación coral y decidió no hacer saludo individual al final el concierto. ¡Qué verdad es que no hay papeles pequeños sino voces o intérpretes insulsos! Finalmente, muy correcto el Pedro de Yusuke Koike. En definitiva, un nivel vocal sideral que a los que somos aficionados a las voces no dejó una sensación de exquisitez obvia. No puedo dejar de subrayar un hecho que me parece digna de reconocimiento: con la excepción del evangelista y Jesús, todos los cantantes asumieron sus roles solistas desde su condición de coralista, aunque en algunas ocasiones avanzaran hasta la parte delantera, en virtud del valor del aria o escena a cantar. Esa aceptación del papel solista para, a continuación, volver al rol grupal siempre me ha parecido envidiable y un reconocimiento al valor del canto desde el grupo, al fusionar la voz con la de tus compañeros.
Si les digo que el Bach Collegium Japan estuvo a nivel instrumental envidiable ustedes no se extrañaran. El nombre de Masaaki Suzuki es célebre incluso para los que no frecuentamos el mundo del barroco, en general y de Johann Sebastian Bach, en particular. Desde el bajo continuo, asumido fundamentalmente por el director desde el clave más el órgano de Haru Kitamika y el violoncelo de Emmanuel Balssa, que sonó con una precisión irritante hasta los instrumentos que asumieron en algún momento cierto protagonismo –por ejemplo, el contrafagot de Karl Nieler, excelso- y, por ende, el grupo orquestal, solo cabe callarse, escuchar y disfrutar. Y la fusión entre un coro enorme y un grupo orquestal sin tacha convierte el concierto en uno de esos casos en los que al salir a la calle solo te queda pensar que hay personas que tienen la capacidad de trabajo y habilidad de acercarse a la perfección artística, si ello es posible.
El público ocupaba en más de un 90% el recinto y aunque al principio parecía que había ausencia de feeling entre músicos y oyentes, al finalizar el mismo el público, puesto en pie, tributó una ovación digna de recuerdo.
Y si la organización del Festival Internacional de Santander me lo permite, dos pequeñas recomendaciones: una, que en algún lugar, bien en el programa de mano o por megafonía sería conveniente advertir de la duración del concierto y el número de descansos, si los hubiere. Y el segundo, que escribir parte del programa de mano con letra verde sobre fondo rosa hace ilegible el mismo. Piénsese en la gente que no tiene la vista de un águila imperial.
En definitiva, un concierto extraordinario. Y lo mejor que podemos decir es que lo esperábamos así.