A toda máquina
De Beethoven a Beethoven, la Orquesta Nacional de España terminó la temporada pasada con la Missa Solemnis, y la comienza ahora con la ópera Fidelio. Y la que ahora arranca se presenta con muy buenas expectativas, y por ser una de las temporadas mejor planteadas de los últimos tiempos. Aparte de la contratación de buenos directores y solistas, se ha sabido planificar, en la mayoría de los programas, una muy estimulante capacidad para casar obras de repertorio, con otras nuevas, y otras de autores menos frecuentados. Hay también una atención nutrida a autores contemporáneos, tanto nacionales como foráneos; y -por fin- se ha apostado sin complejos por recuperar un buen número de obras de nuestra música, tan y tan necesitada de atención. Modélica en este sentido, la programación de la temporada, y espejo sobre el que se tendrían que mirar otras muchas orquestas de nuestra geografía. Queda el difícil tema del cambio de titularidad, algo que habría que planificar con mucho tiempo, y de lo que no se sabe más que un silencio tenso. Estaremos atentos.
Pero vamos con el Fidelio, y he de decir, que nada más arrancar la obertura, tuve la sensación de que iba a ser una noche grande. El primer tutti apuntillado vino lleno, fiero, los arcos enteros; un súbito despertar y golpe de atención de tan sólo apenas cuatro compases, que se contrapuso a los siguientes pedales, en piano, de la madera, largos, suspendidos… Puro contraste. Eso era Beethoven, pensé yo, y todo continuó de la mejor forma, escuchándose cada diseño por pequeño que fuese, debido a una planificación y limpieza expositiva bárbara. La orquesta sonó afinadísima, incluso los difíciles acordes en frío de los vientos; y las trompas, en su comprometido papel, dieron una lección de seguridad y buen sonido, algo que continuó, aparte de un pasajero desliz, a lo largo de todo el concierto con especial mención en el aria de Leonora.
El planteamiento era estilísticamente equidistante, aunque incorporando elementos muy vivificantes de las corrientes más historicistas, como el particular toque de timbales o el uso de una articulación mas acerada. Hubo un efectivo y efectista uso del non vibrato en varios momentos clave, como en el inicio del coro de prisioneros o el aria de Florestan; y el equilibrio de la orquesta en los números vocales fue ejemplar, entresacando motivos y células por pequeños que fuesen. Fue una interpretación tremendamente viva, y, por momentos, como en el final, con sus emocionantes dosis de explosividad y emotividad. Una gran noche. Enhorabuena por ello a David Afkham como director, y a la estupenda Orquesta Nacional de España, que, con actuaciones como esta, se hace reclamar un próximo director titular de campanillas. Buena intervención también del coro, tanto en su bellísimo coro de prisioneros, como en la apoteosis final.
Y a todo ello, además, contribuyó un compacto y seguro equipo vocal, algo realmente sorprendente en una ópera como Fidelio, de tan difícil ejecución, sobretodo en los papeles protagónicos. La australiana Eleanor Lyons debutaba el papel y no lo parecía, sacando adelante con nota toda su incómoda e inclemente tesitura, donde naufragan tantas cantantes. Rol un tanto hibrido y de difícil ubicación vocal, la soprano, con su timbre un punto desabrido, resolvió de forma notable toda su parte, y supo insuflar en varios momentos buenos momentos de temperatura y vena dramática.
Maximilian Schmitt es un tenor de timbre y formación técnica típicamente alemanes, que acabará haciendo mucho Wagner, por amplitud y sonoridad. Aparte del primer Gott! mas bien corto según los cánones de lo que normalmente se espera, y los pequeños apuros en la agilidad en el dúo con Leonora, el tenor cantó su parte con sorprendente fiabilidad y facilidad, incluidos los inclementes ascensos al agudo de su aria.
Perro viejo, Peter Rose cantando Rocco, que se las sabe todas en cuanto a acentos e intención en un rol ya por él muy rodado. Dio una sensación sobrada de veteranía, y Rose fue el cantante perfecto para el rol, que con su vozarrón sonoro y resonante, y su campechanía, consiguió reflejar a la perfección el aire más ‘popular’ y bonachón de su parte. Algo intermitente Werner Van Mechelen cantando el personaje de Pizarro, pero otorgándole la suficiente dimensión satánica al personaje.
De menos a más, Elena Sancho aportó buen hacer y luminosidad con su voz muy ligera al personaje de Marzelline. Roger Padullés llamó la atención para bien en su breve rol cantando Jaquino, con lo que consiguió que deseemos escucharle cantar en más ocasiones, y Matthias Winckhler se hizo notar y destacar en su breve actuación como Don Fernando con su bella voz de barítono lírico. Correctos e impecables Fernando Aguilera y Federico Gallar, miembros del coro, en sus intervenciones como prisioneros.
La ópera vino servida en versión de concierto dramatizada, en un concepto escénico muy escueto y efectivo creado por Helena Pimenta consistente, fundamentalmente, en cambiar los diálogos hablados en alemán por la intervención de un estupendo Joaquín Notario como actor narrando de forma dramatizada toda la trama. En resumen: estupendo inicio de temporada, y a toda máquina. Poco más se puede pedir.
Fotos: © Rafa Martín