Dos rusos y un catalán
Barcelona. 22/09/2024. Palau de la Música Catalana. Obras de Mussorgski, Rajmaninov y Garreta. Albert Guinovart, piano. Orquestra Simfònica del Vallès. Xavier Puig, director. Borja González, arte con arena.
Un programa ruso con unas gotitas (bastante sabrosas, como veremos) de música catalana componían la propuesta de la Orquestra Simfònica del Vallès, Xavier Puig y Albert Guinovart el pasado domingo en el Palau. A ello hay que añadirle unos dibujos de arena que, como también veremos más tarde, resultaron más interesantes de lo que uno podía prever. Y si bien los músicos mencionados, incluïda la orquesta, se han ganado su prestigio y ofrecen suficientes garantías, la velada fue de una redondez casi sorprendente.
Juli Garreta ha obtenido su popularidad en Cataluña mediante unas cuantas de las sardanas más celebradas y frecuentes del repertorio para cobla, compuestas todas ellas a principios del siglo XX. En esta ocasión tuvimos la oportunidad de asistir a la ejecución de una obra orquestal nada sardanística, compuesta en 1918 y jamás grabada en disco, según me consta e hizo notar el director en su presentación. Se llama Mediterrani y resultó ser una agradabilísima sorpresa. Es una pieza encantadora y delicada al tiempo que intensa cuando se requiere. La OSV bajo la dirección de Xavier Puig (director de gesto claro, para fortuna de sus músicos) la ejecutaron con gran convicción. En la estética de Mediterrani podemos encontrar ciertas trazas protocinematográficas, unas gotas de Debussy y un algo de los Meistersinger wagnerianos. La pieza fue recibida calurosamente y el director mostró la partitura en homenaje.
La primera colaboración de la noche era la del reconocido compositor y pianista Albert Guinovart, que tenía la labor, ni más ni menos, de interpretar para el respetable el Concierto nº2 de Rajmaninov, amplamente conocido y virtuosísticamente exigente. En el primer movimiento él y la orquesta (Puig mediante) consiguieron bellísimos empastes y aunque las cuerdas pudieron sonar algo blandas en cierto fraseo la pulcritud imperó en una interpretación muy convincente, tanto en lo que respecta al solista como a la orquesta.
En el segundo movimiento Guinovart hizo una exhibición de naturalidad, elegancia y fluidez, aunque seguramente todo se puede reducir a un sólo concepto: musicalidad, perfectamente acompañada por la orquesta. A elló añadió en el tercero una sobresaliente precisión rítmica. Las cuerdas reincidieron en cierto exceso de morbidez en algun momento pero no en el tema principal, que sonó con gran opulencia como se prescribe en este caso.
El resultado global fue muy notable y Guinovart, agasajado por el público, se animó a ofrecer dos miniaturas de su propia cosecha, tocadas del tirón a piano solo. Un homenaje a Chopin y un galop afables y comunicativos que ejecutó con la esperable maestría (todo quedaba en casa).
La segunda parte era más original e inquietante por el hecho de que se anunciaban unos dibujos con arena durante los Cuadros de una exposición de Mussorgski. Iban a ser obra sobre la marcha de Borja González y la cosa consistía en un marco rectangular lleno de arena en posición horizontal ante el artista. El marco era proyectado en el fondo de la sala y Borja González manipulaba la arena dibujando en ella. Dado que la obra de Mussorgski (que se interpretaba en la versión orquestal de Ravel) consiste en el recorrido de un observador por una exposición y que en ella cada una de las piezas (excepto el famoso paseo que sirve de interludio a cada cuadro) se refiere a un cuadro concreto, la apuesta era, en realidad, muy natural.
Tal vez sea por la naturaleza abrupta de ciertos pasajes en la obra y en la estructura de la obra misma o porque la tensión ambiental se dispersaba al seguir la proyección de los dibujos, pareció que la orquesta no estaba tan cómoda aquí como en la espléndida primera parte. Ello no impidió que ofreciera momentos de gran belleza y que diera a La gran puerta de Kiev (el último de los cuadros) toda la intensidad y la grandeza necesaria. Por otra parte el experimento de los dibujos funcionó estupendamente. El diseño se adaptaba bastante a la temática de los cuadros, lo cual se agradece después de años de escuchar la obra sin prestar atención a los cuadros, y la experiencia de seguir el proceso del dibujo (que González adaptaba hábilmente a la progresión de la música) mientras sonaba la música magnífica de Mussorgski fue de lo más gratificante.
El ciclo "Simfònics al Palau" (que el director Xavier Puig presentó antes de iniciarse el concierto) ofrece interpretaciones de la Orquestra Simfònica del Vallès de un repertorio muy popular y establece así una relación permanente entre la orquesta y el Palau. Si todos los conciertos que ofrezca tienen este nivel será un proyecto exitoso. Ya lo fue el año pasado, que continúe.
Fotos: © Lorenzo Duaso