Más Apolo que Dionisos
03/10/24. Palau de la Música Catalana. Obras de I. Stravinsky y D. Shostakóvich. Wiener Philharmoniker. Daniele Gatti, dirección musical.
Expectación y calidad en el concierto inaugural de la temporada 24/25 del Palau de la Música Catalana con la visita de la siempre espectacular Wiener Philharmoniker, esta vez bajo la batuta del italiano Daniele Gatti (Milán, 1961). El programa podría definirse como dos caras de una misma moneda, la de dos compositores rusos coetáneos, contrapuestos y ambos reconocidos como dos de los grandes orquestadores del s.XX.
Un programa que combinó una primera parte con el ballet Apollon musagète (1928) de Igor Stravinsky, con una segunda parte protagonizada por la Sinfonía núm, 10, en Mi menor, op. 93, de Dmitri Shotakóvich, estrenada en 1953 al poco de la muerte de Stalin.
La primera parte pasó algo desapercibida por las características intrínsecas de la obra, el ballet neoclásico, Apollon musagète, escrito para instrumentos de cuerda en la que no existe un atisbo del Stravinsky revolucionario de sus primeros ballets: El pájaro de fuego (1910), Petrushka (1911) y La consagración de la primavera (1913).
El carácter clasicista, centrado en una melodía despojada de cualquier virtuosismo, de lineas claras, sin contrastes y de una diáfana escritura para orquesta de cuerdas de 34 miembros, sirvió para disfrutar de la belleza del sonido de la sección de los Wiener. Es una obra fetiche de Gatti, pues ya en 2021 la dirigió con los Berliner en un programa que entonces combinó con la 5ª sinfonía de Shotakóvich.
Gatti balanceó a la orquesta con elegancia y gracilidad, donde las secciones de cuerdas de los Wiener mostraron la calidad de su única concertino mujer, la búlgara Albena Danailova, quien lució su arco en la sección del nacimiento de Apolo. A pesar de la belleza apolínea del conjunto y de la lectura sucinta, dirigida de memoria por Gatti, la frialdad estética de la obra despojó al espectador de cualquier pasión previa. La respuesta cordial del público al final con sus aplausos certificó una distante aprobación complaciente.
El contraste y su versión dionisíaca llegó con la intepretación en la segunda parte de la espectacular Sinfonía núm. 10 de Shotakóvich. Es la primera vez que Gatti dirige Shostakóvich con los Wiener y hay que reconocer el impactante resultado final. Con una orquesta de más de ochenta músicos en escena, fue una lectura de carácter fluído, con intensidad y momentos sublimes, final del segundo movimiento, donde los tutti explotaron la afilada y opulenta orquestación de un Shostakovich que celebraba con la boca abierta la muerte de Stalin.
Gatti enarboló la linea estética de la sinfonía con un control de las dinámicas siguiendo siempre el contraste dramático que tan bien define Shostakovich. Desde el turbio inicio del primer movimiento, un mastodóntico Moderato de veinticinco minutos de duración, donde el compositor parece narrar el periodo de miedo y terror que impuso en vida el dictador soviético.
Tersura y profundidad en los vientos maderas, pulposidad en las cuerdas y afilada brillantez en el metal. Gatti dirigió con mesura, circunspecto y atento al drama narrativo del colosal movimiento que parece una sinfonía por sí misma. El control del ritmo, siempre característico y eléctrico, grotesco, circense y avasallador, fluyó con pastosa frugalidad.
Pero si hubo un momento espectacular y lleno de fulgor fue en el Allegro, el corto pero intenso segundo movimiento, en el que Shotakovich parece gritar a los cuatro vientos todo lo que tuvo que callarse o insinuar como compositor en vida del Zar rojo. Aquí la explosión final de metales, maderas y percusión alcanzó la cúspide del concierto con un sonido pleno, brillante y punzante con una orquesta en estado de gracia. El público vibró en un final de movimiento donde la riqueza y poderío tímbrico de la orquesta transformó en luz las sombras de un periodo histórico imposible de olvidar.
Con los dos últimos movimientos y la aparición del tema en acrónimo musical del propio Shostakóvich, un letimotiv de cuatro notas que se va repitiendo como una constante autoafirmación artística de liberación, tanto en el Allegreto como en el Andante-Allegro final, la lectura de Gatti y los Wiener convenció pero no apasionó.
Los contrastes siempre presentes en la obra del ruso, la agresividad palpitante de sus cuerdas, los gritos de los metales, la siempre incisiva profundidad de la percusión tuvieron aquí una lectura impecable pero con una distancia expresiva algo anticlimática.
La lectura pareció virar más a la gracilidad apolínea de la primera parte más que al fondo dionisíaco de la obra. Faltó escarbar más en el alma de un compositor, de alguna manera liberado de un peso político del que vivió demasiados años a la sombra, que aquí estalla en una narrativa dramática que pide más incisión, contrastes y exorcismo expresivo.
Gatti y los Wiener cerraron una interpretación inapelable pero avara de las aristas con las que Shostakóvich siempre bombardea al oyente. Una lectura general más apolínea que dionisíaca que sin embargo no ocultó las virtudes de una de las mejores orquestas del mundo con un director en un punto de madurez incuestionable.