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La flauta, la luna y el río

Barcelona. 31/01/25. L’Auditori. Obras de Matthias Pintscher, Mozart y Bartók. Francisco López, flauta. Orquestra Simfònica de Barcelona. Matthias Pintscher, dirección.

Si hace un año el director y compositor Matthias Pintscher visitaba L’Auditori con la Séptima de Mahler, la batuta del alemán ha vuelto a apuntar a los instrumentos de la OBC para interpretar esta vez su propia composición titulada Neharot (2020). Los otros platos del menú fueron el Concierto para flauta n.º 2, K. 314, de Mozart, y el Mandarín Maravillo de Bartók, en formato suite orquestal. Para la cita mozartiana, el alemán contó con Francisco López, primer flautista de la orquesta catalana, que ha vuelto a dejar su habitual atril, de la sección de viento-madera, para mostrar sus dotes desde la primera línea, tal como hizo con el concierto de Jacques Ibert en 2022, o más recientemente, con el Doble de Ligeti –para flauta y oboe–, con su compañero oboísta Rafael Muñoz.

Aunque el concierto para flauta, como género, no es ni mucho menos una rareza dentro de la programación sinfónica moderna, sobra decir que, comparado con los instrumentos de cuerda como el violín o el chelo, o de manera destacada, el piano, no son especialmente los más abundantes. El repertorio, al que han contribuido compositores de todas las tallas y épocas –digamos, a partir de Vivaldi y sus coetáneos–, ha vivido un cierto florecimiento a partir del siglo XX con las “nuevas” corrientes musicales, y también con el progresivo resurgir de la música antigua y su predecesor análogo, el traverso. Así pues, una de las citas más relevantes del auditorio barcelonés relacionado con la flauta fue la visita de Emanuel Pahud, allá por el 2020, que interpretó una obra de nueva creación, del compositor francés Marc-André Dalbavie, de 2006. Es decir, que aunque el repertorio concertante tradicional para flauta sea muy nutrido, la programación del contemporáneo en salas de concierto es también uno de los grandes pilares actuales.

Tanto si el solista navega por aguas contemporáneas o dieciochescas, pueden bastar tan solo unas pocas frases para percibir su calidad, su experiencia, y su concentración en el escenario. En el caso de López, sus primeras entradas en el concierto de Mozart demostraron por sí solas por qué es el principal flautista de la OBC desde hace cuatro años, con una música que despertó gran simpatía en el público de la tarde del viernes.

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Con Pintscher a su izquierda, el extremeño encontró fácilmente una proyección ideal que permitió que su instrumento se integrara de manera equilibrada en la plantilla clásica, y surfeó el Allegro Aperto con una soltura y naturalidad propias de alguien muy seguro de sí mismo, en cierta concordancia con su lenguaje corporal y su complexión atlética. Exhibió elegancia y precisión en los característicos trinos de final de frase y destacó, por supuesto, una extraordinaria cadenza, probablemente de cosecha propia, aunque quizá con leves pinceladas de la del histórico Jean-Pierre Rampal; sin prisas, y recorriendo ad libitum los retos técnicos, con frecuentes notas repetidas y firmando una inmejorable articulación, empastando el final muy bien con una orquesta que sonó en plena sintonía con el director invitado.

El Andante ma non troppo discurrió con la misma tónica y más terreno para lucir el mejor legato, donde el solista pudo explorar los pasajes en modo menor, con otra sensibilidad y unos adornos más lentos. En el rondó final, López desplegó su mejor agilidad y otra brillante cadenza que de nuevo dejó atisbar una evidente complicidad a tres, entre orquesta, director y solista. Regaló una propina de su puño y letra, llamada Mångata –en sueco “no literal”: “reflejo de la Luna en el agua de río”–, que compuso durante su estancia en Gotemburgo; una obra breve y evocadora, con vistosos juegos de arpegios y otros materiales sencillos que gustó enormemente al público.

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Antes, Pintscher, un director y creador abierto a lenguajes contemporáneos, también había dirigido su propia obra, Neharot, en la que, si bien muchos de sus efectos y sorpresas funcionaron, dio la sensación de que tanto músicos y oyentes tardaron en habituarse a las reglas de esta pieza dominada por frecuencias bajas, y decorada con sonidos aerófonos y siseantes. Con un gran despliegue en la percusión (hasta tres juegos de campanas tubulares), el alemán recorrió su imaginario musical gracias a un público paciente, que aguantó los “zarpazos” orquestales sumido en una misteriosa atmósfera, no siempre fácil de digerir, pero indudablemente trabajada en lo vertical y en lo horizontal. 

La velada acabó con la visceral música de Bartók, en una lectura que recrudeció, en el buen sentido, la cruenta historieta del esotérico y Mandarín obsesionado con la joven, naturalmente interpretado en formato concierto y subtitulado. Con una vistosa gestualidad e implicación, Pintscher resaltó las armas más punzantes de la orquesta, de la cual destacó una espléndida sección de trombones, cerrando una velada con poquísimo o ningún margen de mejora.

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Fotos: © May Zircus