La orquesta y el virtuoso
Barcelona, 20/10/2024. Palau de la Música Catalana. Obras de Mozart y Brahms. Franz Schubert Filharmonia. Máxim Vengerov, violín. Tomàs Grau, dirección musical.
Venía una estrella del negocio invitada por la Franz Schubert Filharmonia. Ni más ni menos que Máxim Vengerov, un divo del violín. Formado todavía en la Unión Soviética en sus años mozos, Vengerov tuvo sin embargo proyección internacional a muy temprana edad y desde entonces ha desarrollado una carrera soresaliente con obras de Mendelssohn, Stravinski, Prokofiev o Shostakovich. Venía para la ocasión con su Stradivarius tardío que había pertenecido a Kreutzer y que Vengerov compró en Christie's.
De primero ofrecía el Concierto para violín nº1 en si bemol mayor K207 de Mozart, lleno de pasajes con veloces semicorcheas. Mozart no es un autor que le caracterice. La orquesta tampoco pareció estar muy a gusto en unos primeros compases no muy ordenados. En este primer movimiento Vengerov se mostró más enérgico que limpio, con una articulación no siempre muy concreta. Las cadencias eran obra de Maria Antal y tenían una relación deliberadamente problemática con el estilo mozartiano, lo que le dio a la cosa un aire ecléctico.
El concierto en cuestión se publicó en 1775 pero el análisis del manuscrito sobre el que se escribió el concierto sugiere que la fecha real de su composición puede hallarse en torno al año 1773, momento en el cual Mozart tenía diecisiete años. El efluvio galante de un Paisiello o un Cimarosa se puede encontrar en su segundo movimiento. Si bien Vengerov es un violinista virtuoso permaneció siempre en lo terrenal y ni él ni la orquesta fueron lo suficientemente cálidos ni delicados. En general no parece que Mozart sea el autor más congenial con este violinista.
Mucho mejor fueron las cosas en el tercer movimiento, brillantemente expuesto por la orquesta y Vengerov. Aquí el violinista estuvo agresivamente virtuoso (especialmente lo primero por cuanto refiere a la cadencia). Por lo tanto encaramos con optimismo el Concierto para violín nº3 en sol mayor K216 (escrito, este sí, en 1775) y no era para tanto. El primer movimiento no fue del todo elegante a pesar de que Vengerov convenció plenamente en la sección en tono menor. Fue creciendo en el segundo movimiento (no tanto la delicadeza en el entorno orquestal). Y como sucedió en el primer concierto, la cosa culminó en un tercer movimiento muy convincente, muy orgánico en la relación de la orquesta y el solista. La conclusión fue un éxito clamoroso a juzgar por el ambiente en la sala y un poco de Bach de propina por parte del virtuoso.
La segunda parte iba dedicada a Johannes Brahms y su Simfonía nº1, Op.68. Y la orquesta pareció estar más entregada a la causa. Intenso dramatismo de la notable sección de contrabajos y un brío juvenil del conjunto que parece que se comunica mejor con Brahms. El segundo movimiento fue dirigido sin batuta y aunque hubo alguna transición confusa la cosa suiguió emanando una vitalidad superior a la de la primera parte. En el tercer movimiento, dentro de la tónica general de bienaventuranza, se echó de menos una presencia más dominante de esas maderas tan brahmsianas (y tan deudoras de Beethoven también). Y en el cuarto movimiento (excelente) fueron todo lo limpios y lo ordenados que deben de ser los pizzicatos de cuerdas, preciosa la entrada de contrabajos que los sigue y ya para redondear los metales tuvieron su momento de lucimiento. Las timbalas tocaron muy (tal vez demasiado) empastadas con la orquesta.
Con esta segunda parte brahmsiana la Franz Schubert Filharmonia y su director Tomàs Grau, nos dieron la energía, la entrega y la convicción a la que nos tiene acostumbrados a los que disfrutamos de sus conciertos con cierta asiduidad. Y el publicó lo agradeció con la calidez que venía al caso.
Fotos: © Martín E. Berenguer