Gana la escena
Madrid. 15/XI/2024. Teatro Real. Händel: Theodora. Julia Bullock, Theodora. Joyce DiDonato, Irene. Iestyn Davies, Didymus. Ed Lyon, Septimius. Callum Thorpe, Valens. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Ivor Volton, director musical. Katie Mitchell, directora de escena.
Tras un lejanísimo il Trionfo del Tempo e del Disinganno, esta es la segunda vez que el Teatro Real presenta un oratorio de Haendel con escena y, para ello, se ha sumado a la propuesta que Katie Mitchell estrenó en el Covent Garrden londinense coproduciendo el espectáculo. Y ha hecho muy bien, y ha demostrado tener muy buen olfato sumándose a un proyecto, que, por su calidad y excelente resolución, debería presentarse en otros teatros de primera linea; además de avanzar un poco más en la lucha feminista planteando preguntas que, por mucho que algunos se resistan a hacerse, y les moleste, un teatro público hace bien en plantear.
Porque si, Katie Mitchell hace una lectura abiertamente feminista, y así lo reconoce y lo defiende con firmeza y sin ambages, y aprovecha para sacar muy buen partido de un oratorio que, es verdad, tiene muy buen sentido y desarrollo dramático en origen, pero que la literalidad en las vicisitudes de una mártir en la Antioquía del siglo IV no hubiese ‘enganchado’ al espectador de hoy en día de la forma que lo hace Mitchell con su cinematográfica manera de hacerlo trasladándolo a la actualidad.
Porque la directora convierte Theodora en un verdadero thriller, donde la protagonista responde y no se doblega a la machista violencia desplegada por Valens, aquí un corrupto embajador romano que intenta someter a Theodora y a su facción de gente que profesa otra religión. Con la visión de la directora inglesa, la sumisión y aceptación del castigo al que se infringe a la heroína que da nombre a la obra, se torna rebelión y respuesta, y Mitchell no se arredra en agregar al envite represor resistencia y combate propio de una guerrilla sin importar para conseguir todo ello las armas a emplear. A toda esta visión, se suma el añadido de mostrar el sesgo oprimido y escondido que tuvo la primigenia religión cristiana en sus orígenes, siendo aquí ocultos personajes infiltrados en cocinas y demás dependencias, y que se sublevan y maquinan a escondidas para rebelarse contra el castrante poder.
El relato de Mitchell se sigue a la perfección y con sumo interés, te agarra desde el principio y no te suelta hasta su explosivo desenlace; y además tiene la virtud de saber cambiar el tempo fabulosamente, agregando al timing de la acción emocionantes escenas a cámara lenta magníficamente coreografiadas, precisamente en las arias y momentos donde ese tempo musical cae, dando un plus de emoción y expectación únicos.
Magnifica la escenografía de Chloe Lamford, y exageradísimo el revuelo generado por la contratación de una coordinadora de intimidad para las escenas de sexo, que, si bien está perfecto que se empiece a contar con dicha figura para el bienestar y comodidad de los cantantes/actores, aquí se ha utilizado más bien -y visto lo visto- como cebo para azuzar a los morbosos para la venta de entradas. Gran montaje en cualquier caso, y gran acierto del Teatro Real por su coproducción.
Desafortunadamente, y es una pena, el nivel musical no fue tan acertado. Ivor Bolton se quedó en la ‘espuma del mar’ en ese océano de riqueza musical que es el Theodora de Händel. Extraordinario oratorio, una de las obras más queridas y trabajadas del compositor (llena de tachones y correcciones de mejora), el actual director musical del teatro no acertó ni consiguió recrear ni impulsar la extraordinaria partitura, y ésta llegó chata, sin relieve, en una lectura aseada pero superficial y genérica. Con un arco dinámico muy pobre, sin acentos ni casi inflexones ni colores, Bolton provocó que la orquesta del Teatro Real, incluso con la suma de músicos especialistas en el barroco, sonase sin fuerza, desganada, y fuese raro oírle sonidos llenos o restallantes. Es verdad que siempre se escuchó ordenada y con muy notable afinación, además de suficientemente en estilo, pero tampoco el coro pareció especialmente motivado, y llegó a los oídos con mas palidez de lo usual, incluso teniendo en cuenta el menor número de integrantes.
Tampoco la protagonista, Julia Bullock, a pesar de su involucración en la propuesta escénica y su agotador desempeño actoral, consiguió sobresalir debido a que, vocalmente, la emisión del sonido es mas bien dura y en algunos momentos desabrida, no consiguiendo así regular y moldear la linea vocal ni tener la flexibilidad ni la morbidezza que tanto requiere su parte.
Mas entonado y regular, el contratenor Iestyn Davies le dio buena replica a la protagonista como su fiel y enternecedor enamorado, destacando por encima del Septimius del tenor Ed Lyon, vocalmente menos completo, aunque supiese cantar cuando debía con arrojo y decisión. Aceptable el desempeño de Callum Thorpe como el malvado Valens.
Y quiero acabar con la, para mí, mas destacable actuación vocal, la de la mezzo Joyce DiDonato. Con el instrumento mas rico y mejor emitido, la cantante norteamericana tuvo personalidad, y consiguió los mejores momentos de la noche con mucha diferencia. Musicalmente fue la que tiró del carro y elevó el listón en muchas de sus maravillosas arias, a base de regular el sonido de forma muy notable (a pesar de su vibrato un puntito descontrolado), saber recitar, crear progresiones y conseguir cierta magia en los momentos clave de sus bellísimas arias.
Fotos: © Javier del Real | Teatro Real