Il mondo furibondo
Santa Cruz de Tenerife. 19/11/24. Auditorio Adán Martín de Tenerife. Puccini: Madama Buttefly. Kristine Opolais (Cio-Cio-San). Giorgi Sturua (Pinkerton). Alisa Kolosova (Suzuki). Fernando Campero (Sharpless). Alberto Ballesta (Goro), entre otros. Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Tenerife. Ramón Tebar, dirección musical. Stefano Monti, dirección de escena.
Cojan aire conmigo: Barcelona (Ópera Cataluña), Jerez de la Frontera, Madrid, Santander, Albacete, Vigo, Tenerife, Málaga y Barcelona de nuevo (Liceu). En el año del del centenenario de la muerte de Giacomo Puccini, España se ha conjurado para ofrecer una de sus grandes óperas casi de contínuo sobre sus escenarios: Madama Butterfly.
¿Por qué Butterfly? Puccini era, por encima de muchas cosas y me atrevería a decir que a la par que un consumado compositor, un verdadero hombre de teatro. Un talento innato por la música y los escenarios, un hombre que amaba el drama escénico ya no sólo como creador, sino también como espectador. Tanto que su inspiración sobre esta ópera - al igual que otros de sus partituras - surgiría desde el patio de butacas. Tal es la fuerza del drama construido por Giacosa e Illica (libretistas sobre el original de David Belasco, uno de los hombres teatrales del momento y quien se negó en un principio a ceder los derechos para esta nueva ópera) y la magnífica construcción de personajes, que podemos sentir más allá de lo que se nos narra en el tiempo que alcanzan sus compases. Nos barruntamos - es imposible no hacerlo - el estado en que quedan los personajes supervivientes tras caer el telón. Primero de todo: en un país, una época y una sociedad donde el legado, el linaje y el honor representaban sino todo, sí un sino al que enfrentarse, ¿Qué memoria quedará de Cio-Cio-San? ¿Qué será de su hijo? ¿Cómo le será contada la historia de su madre? ¿Quién se la narrará? ¿Será la nueva esposa estadounidense del oficial? ¿Soportará esta la carga de saber cómo se ha comportado su marido con otras mujeres? ¿Qué será de Suzuki? Y Sharpless, ¿reflexionará por no haberse dedicado a su cargo como era debido? ¿Qué porqués le encuentran ustedes a sus personajes antes, durante y después de la tragedia?
Y como de costumbre, Puccini nos empuja a ser algo más que un simple público. Nos convierte en testigos de primera mano, volviéndonos cómplices del drama y golpeándonos con él en toda la cara. Como sucede en Bohème, en Tosca, en Turandot… Nosotras y nosotros sabemos más que sus personajes. Toda la candidez con la que se presenta a Cio-Cio-San cobra mayor peso cuando asistimos, minutos antes, a las demoledoras frases que suelta Pinkerton. Antes de que ella llegue al altar que han convenido con un casamentero y tras compararla con una mariposa, asegura: “siento un verdadero furor por alcanzarla, aunque para ello tenga que quebrarle las alas”. Y cuando Sharpless quiere brindar por la familia del militar, este continúa: “¡Y por el día de mi verdadera boda, con una auténtica esposa… americana!”. Inmediatamente después de esas últimas palabras de Pinkerton proclamando su “amor” como si fuera una multinacional abriendo franquicias y reafirmándose a base de agudos como golpes en el pecho, Puccini introduce a Cio-Cio-San en un remarcado y genialísimo contraste, acertadísimo efecto teatral y musical. ¡Qué manera tan diferente de subir la colina! En Japón, especialmente en Nagasaki, donde es imposible no desfallecer en el calor estival… ella aparece en escena pasito a pasito, cándida, sutil, amable. En sus formas se intuye una mujer desvalida, frágil, necesitada del supuesto orden e incluso de la posesión de un hombre… que más tarde parece confirmarse en sus palabras. “¿Ha sido dura la escalada?”, pregunta Pinkerton. “Para una esposa entregada más penosa es la impaciencia”, contesta ella.
Esta es la carta jugada y remarcada por Kristine Opolais para su recreación de Cio-Cio-San, explotando su perfil más quebradizo e íntimo, que encuentra algunos de sus mejores momentos al llegar el último acto y con él, la esperaza... y el final. Todo tras ese Coro a bocca chiusa magníficamente interpretado por el Coro Intermezzo desde el patio de butacas. Una maravillosa reminiscencia musical de toda aquella sutilidad y candor representado por Cio-Cio-San... Puccini no nos prepara para el desenlace... nos abre la herida para que el final sea aún más doloroso, recordándonos el mundo idealizado de la joven muchacha. En contraste con las recriminaciones de la familia en el primer acto, al llegar el tio Bonzo, que nunca había escuchado con tanta rotundida, nitidez, exactitud, el Coro Intermezzo se mostró en espléndida forma, también en su filial tinerfeña. En las mismas coordenadas cabe hablar de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, que estuvo soberbia en todo momento, con un sonido amplio, empastado y lo suficientemente delineado para sostener la acción y remarcar el drama, siempre en manos de las sabias manos de Ramón Tebar. Un 10/10 para los cuerpos estables de Tenerife.
Sobre el escenario, imaginado convencionalmente por Stefano Monti en una línea muy tradicionalista, con sus fusuma, tatami, jardin zen y una suerte de rocas a lo Futami unidas por cuerda cual shimenawa, uno bien pareciera encontrarse en Eikandocho o Fukuchicho de Kioto, con toda su belleza, quietud y tradición. Todo ello con una dirección de actores y detalles de buen gusto para dotar de personalidad a los personajes, especialmente en un Sharpless que siente y se preocupa realmente, estupendamente bien cantando por el barítono tinerfeño Fernando Campero y por la Suzuki de Alisa Kolosova, de timbre oscuro y voz plena, absolutamente imprescindibles ambos en esta propuesta, que se completaba con un buen plantel de comprimarios y con el apropiado Pinkerton de Giorgi Sturua.
De bien pequeño, sin entender apenas italiano, en la grabación que se escuchaba en casa, al llegar el dúo de amor del primer acto, yo entendía a Pinkerton decir "Il mondo furibondo" (no "il Bonzo - pariente - furibondo") y para mí todo era - quería ser - más comprensible. ¿Era Pinkerton en realidad una buena persona que se iba a apiadar de ella ante un mundo furioso? Bueno, luego ya todos hemos comprendido que no. El americano nos deja bien claro que sólo ha venido a divertirse. No le importa quién es Cio-Cio-San, ni su pasado, ni su familia. Su ascendencia y legado. Pinkerton sólo quiere hacerse la foto con su nueva adquisición para su colección particular. Y de alguna forma, me pregunto en voz alta: ¿Acaso no sigue vivo Pinkerton en nosotros, oh occidentales, cuando acudimos como turistas salvajes al Gion de Kioto, donde han terminado por prohibir el acceso a las calles en las que suelen concentrarse las gheisas? No sigue siendo Japón, el que se pretendía hermético, pero que siempre ha resultado solícito, bello y predispuesto, esa sutil mariposa - Butterfly - que seguimos queriendo someter desde Occidente a la manera de Pinkerton? ¿No nos muestra Butterfly que somos hoy por hoy un mondo furibondo en tantos sentidos?