De París al cielo
Barcelona. 17/11/24. Palau de la Música Catalana. Obras de Cherubini, Farrenc y Fauré. Núria Rial, soprano; José Antonio López, barítono. Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana. Franz Schubert Filharmonia. Laurence Equilbey, directora. Xavier Puig, director (coro).
El tercer capítulo de las andadas de la Franz Schubert Filharmonia de la presente temporada, culminó en el Palau de la Música tras visitar Tarragona y Lleida, con el célebre Réquiem, op. 48 de Fauré, el pasado domingo. Se ha consumado también el primer relevo de batuta, asumido por la directora francesa Laurence Equilbey, una de las figuras más relevantes en el ámbito de la dirección coral del país vecino. La soprano Núria Rial y el barítono José Antonio López completaban el elenco de rostros invitados.
El pasado diciembre, Equilbey visitaba el auditorio modernista al frente de la Insula Orchestra, de la que es fundadora y directora titular, con una potente producción de El Mesías de Haendel. Casi un año después, la directora gala debuta con la formación catalana con un programa ligero, y dadas las circunstancias, afín al momento, sirviendo, con esta solemne propuesta, de recordatorio a los afectados de las riadas de Valencia. Completaban el menú la Marcha Fúnebre de Luigi Cherubini, compositor importantísimo en el panorama musical y académico francés –no por nada, está enterrado en el célebre Père Lachaise–, y la primera sinfonía de la casi olvidada Luise Farrenc (1804–1875), una propuesta, quizá influida por la labor actual de la directora en visibilizar el papel de la mujer en diversas áreas.
La lectura de Equilbey de la Marcha Fúnebre de Cherubini pudo entenderse como un preludio del Réquiem de Fauré, que llegaría en la segunda parte, tejiendo una unión extramusical con el legado religioso que dejó tras sus largos años en París. Aunque, fuera como fuera, la francesa trató de transmitir una solemnidad real con esta breve pieza, enfatizando las percusiones y puliendo progresivamente algunos ataques en las cuerdas durante los primeros compases de este entrante sacro. Le siguió la Sinfonía nº1 de en do menor de Luise Farrenc, que discurrió como una propuesta original de música ciertamente bien escrita, ceñida más o menos a los cánones del estilo romántico, pero demostrando también personalidad propia en el desarrollo motívico y temático. Destacó la elegancia de los temas principales del primer movimiento, con Equilbey evitando una gestualidad forzada, y especialmente la parte central del minueto, el trío, y de manera general, las intervenciones del primer clarinete.
Equilbey mostró su sabiduría sobre la partitura de Fauré, de la que se puede decir que es una de sus especialidades predilectas y una de las mayores expertas actuales. La directora gala no dudó en reorganizar la sección de cuerdas y colocar los chelos entre las dos secciones de violines, y por cómo hizo entrada el primer movimiento, Introitus, quedó claro desde el primer compás que la francesa sabía lo que se hacía.
Cuerdas graves y coro asomaron con gran atención dinámica en los primeros suspiros de la obra, y la directora se comprometió en prolongar los finales debidamente, lo cual fue la tónica también del resto de partes. Aun siendo una misa de difuntos que rehúye la visión castigadora de Dios, propia de épocas y estilos anteriores, los pocos pasajes “tensos” y contundentes correspondieron con algunas de las mejores partes del concierto. Fue el caso del Kyrie, incluso a pesar de echar en falta algo de contundencia en el órgano –comparado con grabaciones de la propia Laurence Equilbey–, donde el coro lució alguno de los mejores tutti, como en el caso del Offertoire.
Entró en escena la voz de José Antonio López, con un color muy cuidado en el registro grave medio, a lo largo de su primera intervención. Equilbey condujo bien la masa coral femenina y logró un buen empaste en los fraseos del concertino. La reconocida Núria Rial interpretó con maestría su breve papel, firmando un Pie Jesu de extraordinaria sensibilidad e infundiendo verdadero descanso eterno con un delicadísimo final: “dona eis requiem sempiternam”.
La Franz Schubert sacó su mejor legato de cuerdas en el Agnus Dei antes de que la francesa apuntara hacia un Libera me ambicioso, nuevamente con un José Antonio López muy solvente. El evocador In Paradisum, con la textura órgano-arpa bien balanceada, despidió una velada memorable, cerrando un debut muy satisfactorio con la FSF. La francesa deja buenas sensaciones también al frente del Cor de Cambra, que ya mira hacia el tradicional Concierto de Sant Esteve.
Fotos: © Martí E. Berenguer