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No a la guerra

Madrid. Auditorio Nacional. 2/02/2025. Obras de Mendelssohn, Schönberg y Shostakovich. Christian Miedl, narrador. Orquesta Nacional de España. Coro de la Comunidad de Madrid. David Afkham, director.

Cómo culmen de la línea temática “Guerra y libertad” diseñada para la presente temporada, y como conmemoración de la capitulación de Berlín en mayo de 1945, la OCNE ha confeccionado un programa que sirve de memorial por las víctimas del conflicto bélico. Además han hecho coincidir la serie de conciertos, con los días en los que se celebra -lunes 27 de enero- el Día Internacional en Memoria de las víctimas del Holocausto, y los 80 años de la liberación de Auschwitz. Para ello han diseñado un programa en la primera parte con el Salmo 114 para coro y orquesta de Mendelssohn, unido, sin solución de continuidad, con Un superviviente de Varsovia op.46 de Schönberg; ocupando la segunda parte la sinfonía n. 8 de Shostakovich.

El Salmo 114 de Mendelssohn es una obra con un protagonismo casi absoluto del coro, además a ocho voces, por lo que es difícil evitar que esa circunstancia no acabe espesando las texturas de más y el conjunto se torne un tanto homogéneo. Complicado clarificar las distintas voces. David Afkham, junto con el Coro Nacional de España, lo consiguió sólo a medias, aunque ambos realizaron una lectura notablemente cuidadosa de la obra. Al salmo se le nota la influencia del contrapunto barroco, época a la que el compositor profesaba su admiración, y Mendelssohn, de ascendencia judía, tenía un interés especial en la música sacra y los textos bíblicos, y este Salmo, podría representar la idea de la liberación tras la opresión y la superación de la guerra. Curioso el ondulante pasaje de notas rápidas iniciado por las violas describiendo las ondas del mar. 

Inmediatamente a continuación, se siguió con esa maravilla de obra que es Un superviviente de Varsovia, que en su condensación y poco recorrido (menos de 10 minutos) consigue provocar un impacto seguro a cualquier escuchante mínimamente atento. Y todo con un lenguaje empleado por Schönberg plenamente dodecafónico. La composición se basa en un monólogo declamado -escrito por el propio compositor- por un superviviente del gueto describiendo su experiencia durante una redada nazi. Todo termina con el coro masculino -aquí el Coro de la Comunidad de Madrid-, que representa a los prisioneros judíos antes de su ejecución, cantando el Shema Yisrael, una de las oraciones más importantes del judaísmo. Christian Miedl, como narrador, estuvo perfecto desgranando el desgarrador texto, y Afkham y orquesta, consiguieron crear una apropiada atmósfera enrarecida y de tímbrica suficientemente áspera y acerada, que tuvo una formidable progresión con la entrada del coro que culminó de forma magnífica toda la escalada, logrando así todos dejar al acabar un clima de indudable impacto. 

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La Sinfonía n. 8 op. 65 de Shostakovich, fue compuesta en 1945 en plena Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética luchaba contra la invasión nazi. En su estreno fue bien recibida, pero luego cayó en desgracia con las autoridades soviéticas, y fue acusada de “formalismo” y prohibida en la URSS, y aunque oficialmente se presentó como una obra sobre la lucha contra los nazis, en realidad se cree que refleja el miedo del compositor y su opresión bajo el régimen estalinista. Es, posiblemente, una de las obras más pesimistas y reconcentradas del compositor. Difícil hallar una composición más sombría, intensa y devastadora. Su profunda sensación de tragedia y desesperanza te deja cao al terminar, y es una obra difícil, muy difícil para el público, que debe aguantar algo más de una hora de oscuridad y fatalismo, con un lenguaje más bien críptico y concentrado.

Su inicio comienza con un diseño quebrado que recuerda mucho al que abre su quinta sinfonía, y en el extensísimo primer movimiento la cuerda es realmente protagonista. Afkham y la Orquesta Nacional comenzaron a establecer perfectamente el melancólico clima desde el inicio, y la entrada de los primeros violines conmovió en su desolación y lejanía. Las intervenciones a solo de este grupo de instrumentos se suceden con frecuencia y los de la Nacional se lucieron liderados por su concertino Miguel Colom. La caja lidera un importante crescendo creando un clímax que culmina en un fortísimo atronador y, posteriormente, se establece una atmósfera fría y yerma donde el corno, bajo un inquietante trémolo de la cuerda, tocó de forma sobresaliente su larguísimo solo.

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El segundo y el tercer movimiento se caracterizan por su energía feroz y su carácter implacable. Funcionan a modo de scherzo pero sin aliviar la sensación de angustia y opresión que domina toda la sinfonía. Se alcanza una alta cota de decibelios, y particularmente llama la atención el segundo de ellos, con su inexorable y duro ritmo marcado muy staccato comenzado por las violas, y que posteriormente se irá pasando por los demás grupos instrumentales. Es como un motor constante pétreo, violento y despiadado, y que crea un clima realmente atosigante. Es un momento donde toda la energía es bienvenida, y la orquesta consiguió, en un punto donde el cansancio ya se empieza a notar, desplegar un notable y meritorio vigor. Quizá Afkham podría haber marcado con algo más de incisividad el momento, pero indudablemente todo sonó con el suficiente contraste y contundencia. 

El largo que sigue es helador, con su textura sobria y austera, y tiene un muy poco desarrollo melódico que refuerza su sensación de duelo. El quinto y último comienza con una melodía casi infantil en el fagot, pero su evolución es contenida y no tiene una conclusión clara a pesar de modular a do mayor. No hay catarsis ni cierre glorioso como en otras sinfonías del autor, aquí el final se apaga de manera tenue y con sensación de cierta ambigüedad.

Obra  realmente dura y difícil, por lo que hay que resaltar el magnífico trabajo de toda la orquesta, y de su director David Afkham, que consiguieron llevar a buen puerto esta impactante y larga sinfonía, y que pone a prueba a cada uno de los instrumentistas de la formación. Hay que aplaudir a cada uno de sus solistas, y a cada una de las secciones de la cuerda, y a David Afkham, su titular, por haber presentado un programa complicado de preparar y nada de cara a la galería. Así lo agradeció el público con sus aplausos, consiguiendo todos un éxito incontestable y merecido.

Fotos: © Rafa Martín