Fledermaus Bayerische Staatsoper

El genio y la tradición

Múnich. 05/01/2017. Bayerischen Staatsoper. Johann Strauss: Die Fledermaus. Johannes Martin Kränzle (Gabriel von Einstein), Elena Pankratova (Rosalinde), Christian Rieger (Frank), Daniela Sindram (Príncipe Orlofsky), Edgaras Montvidas (Alfred), Björn Bürger (Dr. Falke), Anja-Nina Bahrmann (Adele). Dir. escena: Leander Haußmann. Dir. musical: Kirill Petrenko

Vistos los últimos acontecimientos relacionados con el terrorismo que han tocado el corazón de Alemania, la tradicional programación en estas señaladas fechas de Die Fledermaus en la Bayerischen Staatsoper ha revivido en parte su propósito primigenio, el de levantar el ánimo –por aquel entonces vienés– de una población que todavía se encontraba en estado comatoso tras el colapso de la bolsa en aquél fatídico 9 de mayo de 1873, su particular viernes negro.

La gran novedad de esta producción residía en que era la primera vez en absoluto que Kirill Petrenko dirigía la famosa opereta de Johann Strauss. La ouverture no se podría tildar como la aislada demostración de un auténtico genio. Su entera dirección se convirtió en toda una lección de savoir faire por parte del director ruso-austriaco, una clase magistral de hasta qué nivel el gusto, el conocimiento y la atención en el detalle pueden darse la mano a la hora de llevar las riendas de una orquesta. No denota una asimilación impecable del texto, sino que parece que tatúa cada parte, cada sección, en su privilegiado intelecto musical, haciendo que todas brillen en su justo momento, pero a su analítico antojo, que es sin duda lo que le caracteriza. La añosa opereta desprendía aire fresco por doquier, aunque por desgracia solo a través de la orquesta. El único peligro que logro entrever en sus intervenciones es que alguien se quede obnubilado atendiendo a lo que crean sus gestos, y pierda la atención a lo que sucede en la escena. En este caso tampoco hubiese sido delito alguno. 

Para el público muniqués cada batuta que alza Petrenko es como un pequeño puñal que se clava en el corazón, a la espera de aquel fatídico momento en el que uno de los mejores directores de todos los tiempos vuele hacia el cielo berlinés. Su luz es a día de hoy irremplazable y, sinceramente, en aquellos días que sucedieron a la elección de los Berliner me costaba entender cómo a veces se señalaba a Petrenko como un futuro patrón casi improvisado, cuando en realidad se están llevando a la que es, en mi opinión, la batuta que encierra más talento en la escena actual. Me pregunto, además, a razón del reciente concierto vienés de año nuevo, si alguien de esos lares se habrá acercado a ver bailar a Petrenko con Strauss.

A propósito de lo que aconteció más allá de la dirección musical, me parece lícito recordar la otrora reseña del compositor y director vienés Carl Michael Ziehrer para el Deutsche Musikzeitung aludiendo a que el libreto no tenía gran valor (obra de Richard Genée), la música tenía su encanto, pero no le despertaba un gran entusiasmo, y como opereta resultaba demasiado extensa (rozando las tres horas de duración), con demasiados números y personajes superfluos. No le faltaba parte de razón. El género requiere, como es menester, un buen equilibrio entre la ejecución vocal y la teatral, algo que demostraron con holgura Johannes Martin Kränzler (Gabriel von Eisenstein) y Anja-Nina Bahrmann (la sirvienta Adele), el primero sin duda por tablas –camuflando además con maestría una tos recurrente–, la segunda por preparación y entusiasmo. El resto del reparto cumplió simplemente su función, con ciertos brotes de excelencia de la mezzo alemana Daniela Sindram (Príncipe Orlofsky). El coro de la Bayerischen Staatsoper comenzaba esta ocasión bien el año, con escrupulosas intervenciones que parecen indicar que con quien realmente se entienden es con la dirección final de su titular. 

La puesta en escena de Leander Haußmann llega a su mayoría de edad con la misma gloria, léase ninguna, que lo hizo por aquel entonces. Por no ser, no es capaz de sacar el más mínimo provecho a la concurrida fiesta del príncipe Orlofsky, a pesar de introducir la novedad del confeti con aires de espumante. Ninguna pequeña alteración, como la señalada, producto de la Neueinstudierung de Andreas Weirich, puede quitar el olor a rancio con el que ya nació esta producción. Mención aparte merece la interpretación del actor austriaco Cornelius Obonya (Frosch, el carcelero) con un satírico y actual discurso en el que no dejó títere con cabeza con un excelso soliloquio sobre la sinrazón de la política actual, desde Erdoğan a Trump. Sus afaires con el mundo de la ópera son tan exitosos como conocidos (su Jourdain en el Ariadne auf Naxos de Kaufmann, por ejemplo), y su particular idilio con Die Fledermaus en la ópera de Múnich, a razón de los aplausos que siempre recauda, se seguirá seguramente prolongando.