© Toti Ferrer

Fervor musical 

Peralada. 19/04/25. Esglèsia del Carme. Obras de Bruck, Beethoven, Rajmáninov, Brahms. Pablo Ferrández, violonchelo. Luis del Valle, piano.

Peralada. 19/04/25. Esglèsia del Carme. Membra Jesu Nostri, Dietrich Buxtehude Cantoría. Inés Alonso, Rita Moras, sopranos I; Victoria Cassano, Marta Redaelli, sopranos II; Oriol Guimerá, Juan Manuel Morales, altos; Martí Doñate, Josep Rovira, tenores; Lluís Arratia, Lorenzo Tossi, bajos. Jorge Losana, dirección musical.

Peralada. 20/04/25. Esglèsia del Carme. Obras de Scarlatti, Leonardo Leo, Händel, Niccola Porpora. Mélissa Petit, soprano. Ann Hallenberg, mezzosoprano. Il Pomo d’Oro. Zefira Valova, violín y dirección musical.

Siendo el tres el número de mayor relevancia simbólica en el cristianismo, el tramo final de la tercera edición del ya emblemático Festival Perelada de Pascua, concluyó el pasado domingo con un balance muy positivo. La presente edición ha sabido elegir buenas propuestas sin salirse de un hilo conductor bien definido por el director artístico Oriol Aguilà, combinando tradición con nueva música y música antigua “redescubierta”, contando con artistas de primera línea, y dejando el listón de la calidad musical y de la organización todavía más alto.

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La primera propuesta del Sábado Santo, fue la que ofreció el dúo Pablo Ferrández y Luis del Valle, y fue la única puramente instrumental del festival. Chelista y pianista ofrecieron un debut muy especial, prácticamente inmejorable bajo la bóveda iluminada del templo, demostrando una gran sintonía forjada ya a base de compartir multitud de escenarios. El tándem comenzó con la delicada Kol Nidrei de Bruch, que sirvió de enganche espiritual, con la que Ferrández ya mostró los primeros trazos de una gran técnica y sensibilidad, especialmente en el tramo medio de su primera cuerda. Le siguió la Sonata para chelo y piano nº3 de Beethoven en la que el madrileño evitó los excesos de vibrato en una obra incipientemente romántica, y supo dosificar el protagonismo en los momentos en los que el oído apunta al piano. Silenció aplausos innecesarios adentrándose rápidamente en el Adagio, donde reafirmó su vertiente más expresiva, bien seguido de cerca por su escudero en las teclas, con tempi y pedales siempre bien medidos, y juntos firmaron un tercer movimiento con bravura y un visible buen ánimo.

Entre las combinaciones instrumentales de la siempre arrebatadora Vocalise de Rajmáninov, la de piano y chelo probablemente esté entre las versiones más expresivas, y así quiso remarcarlo el dúo invitado desde el altar. Del Valle graduó con sabiduría la ascensión climática, sin precipitaciones, y Ferrández sacó lo mejor del Stradivarius en la mejor parte del recital, destacando la sutil gama de matices que transitaban desde el sul tasto al puente, y rebajó con maestría las dinámicas en las repeticiones, ofreciendo una verdadera canción sin palabras que dejó sin aliento a la audiencia asistente. Remataron el recital con una convincente Sonata para chelo y piano nº1 de Brahms y regalaron una exquisita Du bist wie eine Blume, de Schumann. 

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Cuando Bach se decidió a recorrer a pie los más de doscientos kilómetros (solo de ida) para conocer a Buxtehude, debió de pensar que aquel encuentro valdría mucho la pena. Tras la cena, la siguiente propuesta fue la Memra Jesu Nostri del mencionado Dietrich Buxtehude, compositor del barroco alemán, una obra poco representada que, quizá a raíz del continuo escrutinio del universo Bach, ha llevado a los apasionados de la música antigua a indagar también en sus influencias más directas. El conjunto Cantoría, capitaneados por Jorge Losana ofreció una solemne interpretación que combinó liturgia escénica, devoción musical, y una gran calidad. ‘Siete cantatas centradas en el cuerpo de Cristo’ es la premisa que estructura una obra tremendamente descriptiva, especialmente en el plano sensorial –particularmente, cuando la música hace referencia a las heridas de las manos (Ad manus) mediante disonancias en contrapunto– y cargada de retórica, que interpretó el conjunto entre alternancias lumínicas. 

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Losana equilibró bien la orquesta y los cantantes, y tanto en los tutti como en las arias con continuo, se percibió siempre una agrupación cohesionada. Con tonos claros y humildes, en el buen sentido, los diez cantantes turnaban intervenciones que se articulaban entre números corales. En las arias destacaron las sopranos Inés Alonso y Rita Morais, y el tenor, en el papel de alto, Oriol Guimerà, aunque en el ámbito masculino, lo más notable fueron los tríos, como en Ad manus y en la melismática Ad pectus, gracias en buena medida, a unos bajos muy estables y sólidos. Mención aparte mereció el Ad Facem y su Amén final. Aunque la calidad interpretativa fue notable, hay que admitir que el vaivén de velas y la interacción con el cristo, dinamizaron favorablemente la interpretación sin frivolizar ni la música ni el rito en sí.

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Por primera vez en el festival, un concierto matinal en Domingo de Resurrección fue el encargado de clausurarlo. El hilo del programa fue la ópera, o más bien, cómo en el barroco, las innovaciones en este campo también influyeron en la música destinada al culto cristiano. La concertino y directora de Il pomo d’Oro, Zefira Valova fue la encargada de liderar esta pequeña expedición al siglo XVIII, abanderada por la mezzosoprano Ann Hallenberg y la soprano Mélissa Petit; dos perfiles muy distintos que ofrecieron la última confesión de música sacra y un recital lírico de altura. En concreto, fueron dos las piezas seleccionadas, ambas homónimas y basadas en la misma antífona mariana, Salve Regina, compuestas por dos compositores coetáneos: Domenico Scarlatti y el menos popular, Leonardo Leo. Cabe apuntar lo excepcional que resulta el explorar el catálogo vocal de Scarlatti, inmensamente opacado por su producción para teclado –como ocurre con su discípulo, el Padre Soler–, y la decisión de comparar dos visiones sobre un mismo texto resultó acertada e interesante. 

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Aun así, Hallenberg, que se encargó del de Scarlatti, no tuvo el mejor de los comienzos y la experimentada mezzo tuvo que reencontrarse con su mejor versión hacia el ecuador de la obra para mejorar una proyección a veces escasa. Aunque la competición entre cantantes no era el propósito del recital, Petit, mucho más joven y poseedora de un registro más explotable, lució mejor su partitura, más dada al belcantismo. Destacó su vertiginoso paseo por Ad te clamamus y su precisión cromática en Ad te suspiramus, sin olvidar la extrema dulzura con que la francesa se despedía de María en los últimos versos.

Ya en terreno operístico, las invitadas ofrecieron una selección de arias de Händel, Porpora y Broschi. La mezzosoprano sueca recuperó su esplendor vocal en una emotivísima e inmejorable Alto Giove –de la ópera Polifemo–, llena de coraje que casó bien con su tono oscuro y el caminar del continuo. Ya en otro carácter, Hallenberg se mostró oceánica en Son qual nave ch’agitata (de Artaserse) y su diafragma sorteó el oleaje sin perder la teatralidad ni su fuerza vocal. Petit tampoco defraudó en Tu del ciel ministro eletto (del oratorio Trionfo del Templo e de Disingnanno), aunque su primera aria, Volate d’amori (Ariodante) pareció más consistente. Sin embargo, el momento estrella fue el dueto Io t’abbraccio (Rodelinda), evocador y bien complementado, en la que cada una encontró su línea y sus florituras sin opacar a la otra. Calmaron la generosa ovación regalando otro fantástico dueto, Bramo aver mille vite, un broche alegre y vistoso que puso fin al debut de las cantantes y a una edición realmente memorable, que deja inmejorables sensaciones a tres meses del festival de verano. 

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Fotos: © Toti Ferrer | © Miquel González