© Toni Bofill 

Bienvenida y adioses

Barcelona. 2 de julio de 2025. Gran Teatre del Liceu. Asmik Grogorian, soprano. Matthias Goerne, barítono. Orquestra del Gran Teatre del Liceu. Josep Pons. Dirección musical.

Entre los centenares de extraordinarios lieder que escribió Franz Schubert hay uno cuyo título podría sintetizar la propuesta protagonizada por Asmik Grigorian, Matthias Goerne y Josep Pons en el Gran Teatre del Liceu. Ni más ni menos que Willkommen und Abschied (Bienvenida y despedida) a partir de los versos de Goethe. Por un lado, porque el programa planteaba cuatro extraordinarios números musicales que aportan distintas perspectivas del adiós: la despedida serena, repleta de colores otoñales, de las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss; el abandono gozoso de la vida para culminar el amor en toda su plenitud en el caso de Isolda y su Liebestod; pero también el adiós a una amistad que se creía indestructible y a la hija más amada en los grandiosos monólogos de Marke en Tristan und Isolde y Wotan en Die Walküre

Pero no cabe duda de que otro de los grandes alicientes del concierto era la bienvenida al nuevo papel que Asmik Grigorian, tal como anunciaba en su reciente entrevista a Platea Magazine, incorporará las próximas temporadas y del cual dejó una primera muestra. La soprano lituana está protagonizando estos días unas funciones memorables de Rusalka en Barcelona y, tras la cancelación de la inicialmente prevista Lise Davidsen por motivos ya conocidos, el Liceu tuvo la cintura de proponer una sustitución de lujo a Grigorian, que asumió íntegramente el programa anunciado por su colega. Un programa un tanto singular en su dinámica pues la soprano cantó en la primera parte y el bajo-barítono alemán asumió la segunda en su totalidad, en lo que, a la práctica, resultaron ser dos recitales independientes de desequilibrado nivel. 

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Lo mejor de la velada fue, de largo, la primera obra del programa, las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss. Josep Pons y la Orquestra del Gran Teatre  del Liceu, manteniendo el estado de gracia que están mostrado estos días, regalaron a la cantante un sustrato sonoro a la vez sutil y suntuoso, logrando un tornasol de colores que se iluminaban y oscurecían de manera imperceptible. Las cuerdas sonaron compactas y transparentes mientras que sería injusto no destacar la labor de las trompas y flauta. Finalmente, Kai Gleusteen se exhibió en el solo de violín de Beim Schlafengehen, en íntima comunicación con la soprano, logrando ambos erizar la piel de más de uno.

Asmik Grigorian, sorprendentemente con la partitura en al atril, dejó correr su instrumento de resonancias plateadas por cada rincón de la enorme sala con desarmante facilidad. Su elegante fraseo, portador en todo momento de una emoción contenida, se impuso en las cuatro piezas gracias a una voz que brilla por igual en todos los registros, cada uno de ellos ricamente coloreado. Una interpretación sensacional y, sin duda, más madura que el Liebestod con el que concluyó su tarea.

Es evidente que un rol como el de Isolda, sobre el papel, está, por lo menos, en el límite de la vocalidad de una soprano que, por sus características tímbricas, se podría definir como spinto. Pero Grigorian ha demostrado a lo largo de su carrera tanta inteligencia y dabiduría técnica a la hora de abordar papeles dramáticos que uno no puede sino esperar y ver lo que deparará el tiempo. Según lo escuchado en el Liceu aún queda camino por recorrer para cogerle las hechuras al rol. Se percibieron intenciones interesantes y pasajes bellamente cantados, pero también una voz al límite de su expansión y algunas frases aún no perfectamente resueltas y que, seguro, con el tiempo y el estudio estarán más afiladas. Pons y la orquesta la acompañaron con mimo interpretando también un Preludio de Tristan und Isolde bien graduado al que solo se le echó en falta mayor presencia y temblor de las cuerdas graves.

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Muy distintas fueron las cosas en la segunda parte protagonizada por Matthias Goerne. El barítono de Weimar ha sido un excepcional liederista, uno de los grandes de su generación, y sobre ese repertorio ha construido su extraordinaria carrera. Otra cosa es en el ámbito operístico, que siempre se le ha resistido. El motivo principal de esa dificultad se encuentra en una voz que, si bien ha poseído bello terciopelo y armónicos, siempre ha carecido absolutamente de metal. Esa característica, acentuada por sus fundamentos técnicos, especialmente en el tratamiento del registro agudo, hacen que el instrumento tenga muchas dificultades en traspasar el tejido orquestal y proyectarse en una gran sala.

Todo ello ha limitado notablemente la trayectoria operística del cantante, que solo ha conseguido destacar en óperas en la que predomina la transparencia en la orquestación, como Die Zauberflöte en su juventud, Wozzeck más tarde e incluso, L’Upupa, de H. W. Henze. En cambio, la orquestación wagneriana supone un obstáculo insuperable para un cantante que ya no está en plenitud de medios. Todo ello y la opacidad del sonido en la franja aguda ha llevado a Goerne a bucear en roles de bajo, como el de Marke, del que ofreció el gran monólogo del segundo acto. El cantante se mostró visiblemente incómodo durante todo ese lamento, oscureciendo el sonido de modo artificial y no consiguiendo continuidad en el fraseo ni transmitir emoción. Se resarció en cierta medida en la parte central de la despedida de Wotan, único momento de su intervención en el que pudo exhibir ese legato que lo llevó al Olimpo del Lied.

© Toni Bofill