Romeo y Julieta en la Plaza del Castillo
Pamplona. 14/01/2017. Fundación Baluarte. Vincenzo Bellini: I Capuleti e i Montecchi. Maite Beaumont (Romeo), Sabina Puértolas (Julieta), José Luis Sola (Tebaldo), Luiz Ottavio Faria (Capelio), Miguel Ángel Zapater (Lorenzo), Orfeón Pamplonés y Orquesta Sinfónica de Navarra . Dirección musical: Antonello Allemandi
A cualquier aficionado a la ópera le costará encontrar otro lugar que con el número de habitantes de Navarra y con la histórica falta de tradición operística hasta hace apenas dos décadas sea capaz de levantar una función de una ópera como I Capuleti e i Montecchi, de Bellini basándose en cantantes autóctonos y consiguiendo además un resultado como el ofrecido ayer noche, en el Baluarte. Ha de ser razón para el orgullo que en un precioso auditorio navarro tres excelentes cantantes navarros sean capaces de elevar hasta nivel sobresaliente una ópera que es paradigma de lo que significa bel canto y que para nada es sencilla.
La única función programada por la Fundación Baluarte y en versión de concierto ha supuesto todo un éxito y no puede quien suscribe sino aceptar como mal menor el viaje de vuelta en coche, entre la nieve y pensando en la posibilidad de acabar retenido en cualquier punto del camino dado el nivel de satisfacción conseguido durante las dos horas y media de la representación.
I Capuleti e i Montecchi no goza de la popularidad de otras obras del autor pero ya queda apuntada su referencialidad en eso que llamamos bel canto: el drama, bien conocido, queda supeditado al canto y, en consecuencia, lo más importante es cantar bien y dentro de estilo. Maite Beaumont y Sabina Puértolas, Romeo y Julieta, lo hicieron de forma notable al conseguirse el adecuado contraste entre las voces de una mezzosoprano de graves y una soprano lírica de facilidad en la franja aguda. Tal contraste es imprescindible si queremos dotar al hecho de que Romeo lo interprete una mujer de la necesaria credibilidad.
Si ambas hicieron un trabajo notable quiero subrayar con encomio el trabajo de la primera, Maite Beaumont, en mi opinión la gran triunfadora de la velada: adecuación estilística, uniformidad de registro, notas graves de color y brillo adecuados y un fraseo elegante para la creación de un personaje de absoluta credibilidad. Cada uno de los dúos de los amantes fueron ejemplos adecuados pero especial atención a la escena final, con Beaumont en estado de gracia a la hora de abordar Deh! Tu bell’anima al despedirse de su amada, a la que cree muerta. La aprobación del público fue tan evidente como justa.
Sabina Puértolas no se quedó atrás. Capaz de hacer creíble la evolución de un personaje desde la candidez inicial a la inmediata madurez provocada por el desarrollo de los acontecimientos, Puértolas cantó, por ejemplo, con agudo digno y rigor estético una escena bella en Ah! Non possio partire en el momento de enfrentamiento con su padre, el inflexible Capellio.
El tercer pilar de la función fue el también navarro José Luis Sola, un Tebaldo de rompe y rasga, con un fraseo algo abrupto por momentos y con excesiva enfatización de algunas entradas y finales de frase que afeaban la línea trazada pero, en cualquier caso, Sola volvió a demostrar que es un tenor lírico de garantías, valiente en el agudo aun a costa de cierto color en el sobreagudo. Su gran momento, la primera escena del acto I fue fiel reflejo de lo aquí escrito, con un É serbata a questo acciaro notable.
Los dos papeles menores, ambos para bajo, fueron asumidos por Luiz Ottavio Faria (Capellio) y Miguel Ángel Zapater (Lorenzo), mejor el primero a pesar de un borroso fraseo porque el segundo, de buenas intenciones y con intenciones dramáticas, tiende a abusar del volumen en detrimento del estilo belcantista. La parte coral como la orquestal fueron asumidas por entidades navarras, por supuesto. El Orfeón Pamplonés, con su sección masculina, respondió con solvencia la demanda de la obra aunque podría pedirse mayor color.
Antonello Allemandi dirigió a la Orquesta Sinfónica de Navarra y cuidó a los cantantes en una dirección “bipolar” porque mientras en las escenas más líricas se plegó a las necesidades de los cantantes, en otros abusó de forma demasiado evidente del volumen, quizás en busca del efecto sonoro. Algunos golpes de percusión creaban tal contraste con el resto de la obra que Allemandi solo conseguía desconcertar al público.
La ópera se ofreció en versión de concierto aunque el fondo del escenario se utilizó a modo de pantalla para narrar los hechos en los preludios y otros momentos orquestales y para identificar el bando, ya Capuleto ya Montesco, al que representaba el coro.
Fue una lástima que una pequeña parte del público decidiera “morirse” con los amantes entre toses espasmódicas y nada disimuladas con un volumen intolerable, que habla más de la falta de educación que de una verdadera necesidad fisiológica.