© Javier del Real | Teatro Real
Muerte entre las flores
Madrid 28/06/25. Teatro Real. G. Verdi: La Traviata. V. Valéry (Adela Zaharia). Alfredo Germont (Iván Ayón Rivas). Giorgio Germont (Artur Ruciński). Flora Bervoix (Karina Demurova). Annina (Gemma Coma-Alabert). Gastone (Albert Casals). Baron Douphol (Tomeu Bibiloni), Marqués de Obigny (David Lagares). Dr. Grenvil (Giacomo Prestia). Giuseppe (Joan Laínez). C. y O. Titutales del Teatro Real. Dir. Coro.: Jose Luis Basso. Henrik Nánasi, Dirección musical. Producción de la Dutch National Opera & Ballet.
Estimulante enésima presentación de La Traviata, título emblema del corpus verdiano para cerrar el fin de temporada 24/25 del Teatro Real. En esta ocasión con el protagonismo de la soprano rumana Adela Zaharia, una de las voces más en auge de los últimos años, ganadora de la edición 2017 del premio Operalia, quien protagonizó una función muy meritoria en la plúmbea versión desde el foso de un desdibujado Henrik Nánasi.
El Real ha querido escenificar este titulo tan popular con la que seguramente es la mejor puesta en escena moderna de esta ópera, la consabida producción de Willy Decker, estrenada en el Festival de Salzburgo en 2005 con la batuta de Carlo Rizzi y el estelar protagonismo de dos exultantes Anna Netrebko y Rolando Villazón. La propuesta, escenificada por doquier, se ha transformado ya en un clásico del siglo XXI.
La producción, inteligente y basada en un less is more, que concentra la acción dramática en una Violetta nuclear, epicentro de todo y de todos, quien se muestra como una deseada mujer objeto, cual Marilyn Monroe en Los caballeros las prefieren rubias, y que concentra en su trágico destino el devenir de la escena.
Si Verdi exige una protagonista total, dueña de una tesitura flexible, con soltura ligereza en el tercio agudo, desarrollo dramático y exigencia lírica en su ópera, Decker la convierte en un ser herido, consciente de la finitud de su vida, luchadora de un amor imposible y relegada a una muerte inexorable que la acompaña desde los primeros acordes.
La escenografía circular, el eterno reloj omnipresente y la figura de un médico, el Dr. Grenvil, como espejo-sombra de una muerte personificada con el tempus fugit como guadaña metafórica, hacen de la dramaturgia de Decker un dechado de virtud teatral y sencillez de medios. La proyección del muro floral del segundo acto, el único donde Violetta es fugazmente feliz, que vuelve a aparecer al final de la ópera en un último suspiro vital, es otro ejemplo del acierto escenográfico firmado por Wolfgang Gussmann.
El coro, travestido completamente en un ente masculino que rodea, agasaja y fuerza constantemente a Violetta, es otro tanto preclaro de la visión incisiva y desengañada de una dirección de escena atemporal. Un coro sin mácula en la siempre eficiente dirección de José Luis Basso.
Adela Zaharia demostró poseer el instrumento necesario y pleno de la protagonista. De técnica segura, agilidad y flexibilidad en las coloraturas, agudos incisivos, aún con algún reparo al final de su aria di sortita, Zaharia se adueñó del rol con la majestad de las sopranos maduras y dueñas de su instrumento. De proyección notable, timbre sedoso, auque algo genérico de color, la rumana cantó un sensible acto segundo, demostrando que se crece con la transformación lírica del rol hasta llegar a un tercer acto donde la voz se impone de manera natural y soberana. Una Violeta muy notable que demuestra el estado de madurez de una soprano asentada de gran clase.
El tenor peruano Iván Ayón Rivas fue un Alfredo de fraseo atractivo, instrumento sonoro, y lirismo generoso a pesar de un color algo ligero para el rol. Da la impresión de que el instrumento está desarrollándose en un repertorio más dramático de lo que pide el color y las prestaciones del peruano, pero lo cierto es que no solo cumple con su particella, sino que además demuestra una soltura en toda la tesitura más que admirable.
El barítono polaco Artur Ruciński fue un Giorgio Germont impecable, quien conjugó un color baritonal terso y oscuro con gran soltura en todo el espectro de su canto. Seguridad en toda la tesitura, fraseo trabajado y un canto de expresión justa y en estilo. Un único pero fue cierta monotonía en los colores, sin los ricos matices que un personaje como Germont padre puede ofrecer, sobretodo en el nuclear dúo del acto segundo.
Resto de los particcini sin mácula, con profesionales intachables como la Annina de Gemma Coma-Alabert, el tenor Albert Casals como Gastone o el veterano Giacomo Prestia como un decadente y mortuorio Dr. Grenvil.
Fue muy poco alentador el panorama ofrecido desde el foso por el director húngaro Henrik Nánasi. Su visión general de la ópera no tuvo ni continuidad dramática ni acierto en el desarrollo de la música. La falta de imaginación en las dinámicas, con unos tempi a menudo contradictorios, sin un fraseo musical que remarcara el drama escénico, un brindis genérico, un dúo Germont-Violetta superficial o una escena final demasiado testimonial.
La orquesta por su parte respondió con profesionalidad pero sin brillo, con secciones equilibradas pero sin destacar en ninguna escena ni en el computo global de la representación. Una pena pues tanto la protagonista como la producción, ya de tintes referenciales, lo merecían.
Fotos: © Javier del Real | Teatro Real