Un viaje a la esencia del lied
Hohenems 11/07/2025. Markus Sittikus Saal. Winterreise. Schubert. Julian Prégardien, tenor. Daniel Heide, piano.
A un camposanto / me ha conducido mi camino. / Aquí me quiero hospedar, / he pensado para mí. Con estos versos comienza Das Wirtshaus (La posada), el antepenúltimo poema de los veinticuatro que conforman el magno ciclo Winterreise de Franz Schubert sobre versos de Wilhelm Müller. En ese lied, el tenor Julian Prégardien (al que acompañaba el pianista Daniel Heide) dio, simbólicamente, por terminado su Viaje de invierno particular. Faltaban, claro está, tres lieder más, entre ellos el celebérrimo y último: Der Leiermann (El zanfonista), pero en el planteamiento del cantante alemán, en su gesto, en su actitud desarrollada a lo largo de todo el ciclo, esa canción simbolizó la rendición del viajero, el final, el lugar donde quería reposar y de donde ya no quería pasar.
Escribir una reseña después de escuchar Winterreise, el Everest del mundo de la canción alemana, siempre resulta difícil. Los versos de Müller, intensos, apreciables, pero no excepcionales, se convierten, en manos del compositor vienés, en el paradigma del sentimiento del idealizado hombre romántico, aquel que parte a un viaje, quizá sin retorno, en el invierno helado de su corazón. El acercamiento a ese mundo tan cerrado, tan íntimo, tan especial, constituye uno de los retos más difíciles para un cantante. No sólo por la complejidad musical, sino sobre todo porque en el Viajero de Schubert hay mil hombres distintos a los que el intérprete se puede acercar de mil maneras diferentes. Por eso resulta complicado hablar sobre el tema después de un concierto. Cuando te mueves en interpretaciones de primer nivel, tu apreciación suele ser más personal, si cabe, de lo habitual y puede diferir completamente de la de otro aficionado. La escucha del lied tiene una parte objetiva, de técnica, y otra, para mí más importante de afinidad, de que la interpretación te llegue dentro, te conmueva.
Julian Prégardien es un cantante con unos medios extraordinarios y un timbre de indudable belleza. Planteó un Viaje con los ingredientes habituales y exigidos de dolor, frustración e ira, a veces contenida y otras no tanto. El tenor añadió un toque sarcástico, y amargo a la vez, en algunos giros, en algunos pasajes donde esa interpretación encajó perfectamente. A sus cuarenta y un años (el día siguiente a su recital, cuando se escribe esta crónica, es su cumpleaños) Prégardien está en un momento dulce de su carrera. La voz suena limpia, con una madurez más acentuada que en otras ocasiones que le he escuchado. Tremendamente seguro en toda la tesitura, aunque algunos pianissimi en agudo pudieron rozar el falsete. Una nimiedad ante un trabajo espléndido que tuvo momentos realmente memorables.
Los que más me llegaron fueron, como era previsible, los que más me gustan: Gute Nacht (Buenas noches), primer lied y toda una declaración de intenciones del poeta y el compositor del camino duro y triste que nos espera; Gefror’ne Thränen (Lágrimas heladas) con su ritmo a marcha, sus cambios de ánimo; El inolvidable y famoso Der Lindenbaum (El tilo), él único lied que gustó en un principio a sus amigos cuando conocieron el ciclo); el falso atisbo de alegría que transmite Frühlingstraum (Sueños de primavera), destrozado en la segunda estrofa; Die Post (El correo) que, perdónenme, a mi siempre me recuerda el ansia con el que se espera la diligencia en una película del Oeste y que es un un grito, casi el último de esperanza. Der greis Kopf (La cabeza cana) es uno de mis canciones favoritas y termina con unos versos que contienen unos versos que siempre me conmueven: “entre el anochecer y el amanecer muchas cabezas se han hecho viejas”; y finalmente el estremecedor Der Leiermann (El zanfonero), uno de los lied más tristes y maravillosos que se han escrito nunca.
El trabajo del pianista en Winterreise es fundamental. Daniel Heide fue el acompañante perfecto de Prégardien. Con su gesto contenido, elegante, preciso y lleno, por otra parte, de profundo sentimiento, se lució en todos los momentos que el genial Schubert escribió para que el piano tomara el protagonismo que tiene en este ciclo. El público, entusiasmado aplaudió (y zapateó) con ganas una interpretación donde ambos artistas estuvieron a un altísimo nivel.