Trabajar la cantera
Donostia. 15/07/2025. Teatro Victoria Eugenia. Obras de A. Copland, J. Esnaola y D. Shostakovich. Euskal Herriko Gazte Orquestra/Joven Orquesta de Euskal Herria. Dirección musical: Diego Martín-Etxebarria.
La Joven Orquesta de Euskal Herria (EGO) tiene una cita semestral con la melomanía vasca en las fechas navideñas y en torno a los sanfermines y los programas que se ofrecen suelen tratar de ser originales. En el caso que nos ocupa, que ha sido el último concierto de un ciclo de cinco que han tenido lugar en Vitoria-Gasteiz, Azkoitia, Hondarribia, Bilbao y, finalmente, en la capital guipuzcoana, el principal aliciente era el estreno de una obra del insolentemente joven Jon Esnaola, percusionista tolosarra que nos ha ofrecido una obra de título Luur. El título viene a ser un juego de palabras entre la palabra vasca lur (tierra) y la escandinava luur, especie de trombón procedente de la Edad Media. La obra, para gran orquesta, dura unos diez minutos y la percusión y el metal juegan un papel dominante, como no es difícil deducir.
Los trombones lanzan llamadas incesantes interrumpiendo o solapando el sonido de los múltiples instrumentos de la sección de percusión a los que hace frente media docena de músicos. Una obra muy interesante que, además, y a través del arpa en posición sonora privilegiada, recoge y moldea melodías folclóricas vascas que se entrecruzan entre las mencionadas llamadas y sonidos. El compositor, presente en la sala, nos presentó sucintamente su obra y ésta fue muy bien recibida por el público.
Antes del estreno y con los metales sitos a ambos lados, en los palcos superiores del Victoria Eugenia junto a tres percusionistas sobre el escenario escuchamos la breve pero contundente Fanfarría para un hombre común, de Aaron Copland. Bien coordinada y sonora como es, supuso una apertura de concierto muy adecuada.
El plato fuerte era la Sinfonía nº 5, en re menor, op.47, de Dimitri Shostakovich, la misma que en apenas dos semanas podremos escuchar en la Quincena Musical donostiarra, a apenas doscientos metros. Aquí, la batuta de Diego Martín-Etxeberria jugó un papel primordial para canalizar toda la energía de los jóvenes meritorios que, a pesar de algunos pequeños desajustes, inevitables, supieron ofrecer los múltiples contrastes que plantea el soviético en esta sinfonía: un moderato contenido, un allegretto expansivo y sonoro, a los que siguieron un largo sereno y profundo para terminar con el allegro ma non tropo que culminó, entre las ovaciones del personal, una interpretación más que digna. El bis, inevitable, fue una de las rapsodias eslavas de Antonín Dvorak, lo que posibilitó la exhibición sonora del grupo.
En estos conciertos parte significativa del público es familiar o conocido de alguno de los intérpretes, lo que se aprecia tanto durante el concierto como, sobre todo, en el momento de los saludos finales. Ello también hizo posible –con la aceptación del director, que al final del concierto dijo que a él le parecía bien tal actitud- que tras cada uno de los movimientos sinfónicos parte del mismo aplaudiera con fervor mientras otros manteníamos el habitual silencio.
El Teatro Victoria Eugenia presentaba una entrada magnífica. Esta cita es ya un clásico y no deja de tener relevancia el que podamos escuchar al menos dos veces al año a quien habrán de alimentar en un futuro no tan lejano tantos y tantos grupos musicales, clásicos o no, vascos o no. Lo cierto es que la cantera suena muy bien. Gracias.
© EGO/Iñigo Ibañez