Con luz propia
03/08/2025. Palacio Kursaal, de Donostia. Obras de P. I. Chaikovsky y D. Shostakovich. Nelson Goerner (piano) y la Orquesta de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Mark Elder.
04/08/2025. Palacio Kursaal, de Donostia. Obras de L. van Beethoven y G. Rossini. Federica Lombardi (soprano), Paula Murrihy (mezzosoprano), Xabier Anduaga (tenor), Will Thomas (bajo), Orfeón Donostiarra y la Orquesta de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Mark Elder.
Los dos primeros conciertos sinfónicos de la LXXXVI Quincena Musical donostiarra han tenido como protagonistas a la Orquesta de la Comunitat Valenciana y a su nuevo director musical titular, el británico Mark Elder. Esta ocasión supone el debut de esta entidad en el festival y no podemos por menos que reconocer que su visita venía precedida de las laudatorias críticas que, generalmente, ha recibido este instrumento creado por Lorin Maazel en 2006 y especializado en las óperas que se celebran en Les Arts y el ciclo sinfónico.
Los dos programas abordados por la orquesta valenciana no han podido ser más diversos: mientras que el primero asumía repertorio ruso de los siglos XIX y XX, con dos páginas imprescindibles de cada uno de los compositores, Piotr Ilich Chaikovsky y Dimitri Shostakovich, el segundo entraba en el más puro clasicismo y el bel canto del primer tercio del siglo XIX con obras de Ludwig van Beethoven y Gioacchino Rossini. Difícil mayor diversidad en solo dos programas.
3 de agosto, Chaikovsky y Shostakovich
Programa interesante que abordaba dos páginas en las que el virtuosismo puede ser el lazo de enganche entre ellas. El que necesita el pianista para abordar una obra compleja y efectista como el Concierto para piano y orquesta nº 1 en si bemol mayor, de Chaikovsky, una página harto conocida y, sin embargo, no muy programada. De estructura desequilibrada, el primer movimiento Allegro non troppo e molto maestoso ocupa casi dos tercios de la misma mientras que los dos restantes apenas llegan al tercio restante. De entrada ampulosa, Nelson Goerner apostó claramente por el virtuosismo antes apuntado, volcándose literalmente sobre el piano para transmitir habilidad, seguridad y efectividad en cada uno de los movimientos; quizás hubiera sido deseable mayor poesía y calma en el Andantino simplice pero el público aprobó con nota su trabajo y el regalo, coherente, consistió en un preludio de Sergei Rachmaninov.
La segunda parte la ocupaba la Sinfonía nº 5 en re menor, op. 47, de Dimitri Shostakovich, quizás la más “popular” del compositor y aquí hay que decir que el magisterio de la batuta apareció en todo su esplendor. De gesto refrenado, sin grandilocuencias pero con efectividad, Mark Elder ha sido capaz de describir la obra con precisión de orfebre, creando los distintos colores, construyendo los crescendi con minuciosidad y todo ello siendo posible porque la orquesta era un instrumento maleable en sus manos. Podríamos recorrer una a una todas las familias de la plantilla pero quisiera subrayar el trabajo de flautas, contrabajos o percusión como símbolo del trabajo bien realizado.
La respuesta del público fue fervorosa en ambos casos y a consecuencia de ello Elder decidió regalarnos, tras un programa ruso-soviético, una obertura de ¡¡Verdi!! ¡Ay, ese apelar a la coherencia entre programa y propinas parece que es cuestión baldía! Mi primera reacción fue reflexionar sobre lo del huevo y la castaña pero está claro que en este terreno me muevo en minoría, así que nos dispusimos a escuchar la obertura de I vespri siciliani y nos fuimos a casa tan satisfechos. Eso sí, no puedo evitar el comentar que me sorprendió negativamente el grado de ocupación del Kursaal, que a vuela pluma podía ser del 70%. Demasiados asientos vacios.
4 de agosto, Beethoven y Rossini
En este caso y a diferencia del día anterior, el Kursaal estaba lleno hasta la bandera. El cartel de Sold Out pudo ser colocado en taquilla y ello será motivo de alegría para una organización que está obligada a mirar hasta el último céntimo. Y es que el Orfeón Donostiarra tiene en casa una infinita capacidad de convocatoria, de lo que se es muy consciente; y por si esto fuera poco, la presencia de Xabier Anduaga, de rabiosa actualidad tras sus funciones verdianas en el Teatro Real, de Madrid era el reclamo mayor hasta el punto de que podemos afirmar que para la organización de la Quincena Musical este era “el concierto” de esta edición.
Muchas veces he hablado de la frialdad del público vasco pero siempre hay excepciones y esta ha sido una de ellas; nada más concluir la última nota del Stabat Mater rossiniano el clamor se apoderó del palacio: bravos, aplausos y reconocimiento general para los intérpretes, con la convicción de que habíamos vivido una de esas veladas que denominamos memorable. Un cuarteto vocal sólido, una masa coral impecable y una batuta notable dirigiendo a una orquesta de sonido brillante fueron los elementos que coadyuvaron a que la tarde-noche del 4 de agosto pudiera considerarse entre las más exitosas de los últimos años. Si el protocolo habitual de un concierto sinfónico-coral hubiera permitido aplausos libres tras el Cuis animan gementen, el Kursaal se hubiera caído una vez escuchado el límpido y brillante re bemol de Xabier Anduaga Y es que este tenor también jugaba en casa y, desde luego, supo estar a la altura de las expectativas: voz hermosa, agudos brillantes y fraseo ejemplar. Una gran velada.
No quedó lejos el resto del cuarteto: Federica Lombardi mostró un agudo solvente y volumen nada despreciable además de adecuación estilística. Paula Murrihy no tiene una voz grande pero en su página solista, Fac ut portem enseñó una voz interesante; eso sí, en las escenas de conjunto quedaba algo diluida. Finalmente, el bajo William Thomas no es dueño de un timbre hermoso pero su voz tiene la densidad necesaria para sonar a bajo y transmitir autoridad, la que mostró con suficiencia en su página solista, Eja, mater, fons amoris, muy bien secundado por el coro.
El Orfeón Donostiarra estuvo pletórico. Quedará para el recuerdo la última escena, un Amen potente, en el que cada sección sonó de forma brillante, especialmente las cuerdas agudas, tenores y sopranos, esmaltadas y empastadas. Muy bien la orquesta aunque cabe reprochar a Mark Elder una tendencia al volumen. Así, quiero subrayar dos cuestiones: la primera, que en algunas páginas el necesario equilibrio entre orquesta y solistas se resquebrajó en detrimento de estos, que sufrían para hacerse oír. Y por otro, que la teatralidad del Inflammatus et accensus nos retrotraía más al Don Carlo verdiano que al mundo rossiniano. En cualquier caso, nada que haga desmerecer la velada. Eso sí, no deja de ser significativo que para un servidor dos de los números más conseguidos fueran los números sexto y noveno, es decir, los dos para cuarteto vocal a capella.
Antes la Orquesta de la Comunitat Valenciana, la protagonista de estos dos días, nos había ofrecido una versión extraordinaria de la Sinfonía nº 2 en re mayor, op. 36, de Ludwig van Beethoven con los dos últimos movimientos excepcionales. Lo que ocurre es que, en este caso concreto, las sombras del orfeón y de Anduaga eran demasiado alargadas. Una noche de éxito y quizás, una de las referencias de esta Quincena Musical. Queda mucho aun por escuchar y no estaría de más que la organización adecuara los colores de la tradición simultánea sobre el marrón madera porque la versión en euskera, en tonos amarillos, es difícilmente perceptible. Menudencias en cualquier caso que no empañan una noche hermosa que cierra un pequeño ciclo de dos conciertos de una entidad que ha brillado en Donostia con luz propia.
