© Agustín Pacheco
Sevilla-Barcelona-Bagdag
Sevilla. 26/09/2025. Patio de la Montería del Real Alcázar de Sevilla. Manuel García: Il califa di Bagdag. Juan de Dios Mateos, (Isaún, califa de Bagdag). Leonor Bonilla, (Zetulbé). Alicia Naranjo, (Kesia). Nerea Berraondo, (Lemedé). Pepe Hannan, (Jemaldén). Eugenio Maria Degiacomi, (El Cadí). Alessandro D’Agostini, dirección musical. Guillermo Amaya, dirección de escena.
Localización histórica, recuperación patrimonial musical, expectación y ambiente ilusionante, el del estreno de la ópera Il califfo di Bagdag (Nápoles, 1813), del compositor sevillano y polifacético artista Manuel García.
Éxito merecido, reparto lleno de carisma y calidad, orquesta en estilo a gran nivel, una lectura musical elegante y una puesta en escena efervescente y muy divertida rubricaron una noche para recordar en la primera edición del Festival Ópera de Sevilla.
Triunfó la lírica, y se hizo justicia histórica a la figura de uno de los sevillano más emblemáticos de la historia de la ópera, Manuel García (Sevilla, 1775-París 1832), en el 250 aniversario del nacimiento del famoso tenor y compositor.
El que fuera el primer Conte di Almaviva en el estreno de Il barbiere di Siviglia de Rossini, el padre de dos grandes y carismáticas cantantes como fueron Maria Malibrán y Pauline Viardot, tenor, compositor, director de escena, profesor de canto, y padre también de Manuel Patricio Rodríguez, García, autor de una tratado de canto todavía citado como uno de los libros de técnica vocal más importantes e influyentes de la historia. Sevilla le guiñó el ojo a un emérito sevillano en una noche donde la felicidad musical brotó con la magia de las primeras veces.
Si bien algo empequeñecida en el monumental entorno del Patio de la Montería del Real Alcázar de Sevilla, tanto la sencilla pero inteligente y prática escenografía firmada por Juan Ruesga como la efectiva iluminación de Adolfo Carmona hicieron su función con sobrada profesionalidad. Hay que resaltar también el resolutivo vestuario de Nino Bautí, pero sobretodo la dirección de escena de Guillermo Amaya.
Amaya demostró ser un magnífico director de actores pues cada personaje estuvo delineado con gran teatralidad, empáticos en los divertidos diálogos que trufan la ópera, con una gestualidad muy conseguida y una fluidez de movimientos y naturalidad escénica de contagioso entusiasmo.
La idea de trasponer la escena en una Barcelona que juega con el nombre de su emblemática Sala Bagdag, sala de espectáculos eróticos de renombre internacional, pareció una divertida y anecdótica excusa. La propuesta funcionó a nivel estético a las mil maravillas con la trama y el cinematográfico guión de los diálogos hablados adaptados y firmados por el propio Amaya, en un doble triunfo como director de escena y dramaturgo.

Todo en orden a nivel escénico, el reparto lució con la ambición artística de una recuperación patrimonial de primer nivel. Es de justícia destacar a la pareja protagonista. Una, a todas luces, brillante y deliciosa soprano sevillana Leonor Bonilla como Zetulbé, acompañada por su partenaire, el almeriense Juan de Dios Mateos, de voz tenoril fresca y comunicativa.
Ambos empastaron a las mil maravillas. Bonilla hizo gala de una técnica resuelta, de fonación cristalina y elástica quien dominó el registro agudo y sobreagudo con notas luminosas y una coloratura diamantina. Lució el color de una soprano lírico-ligera de gran clase y demostró una soberbia calidad en un momento de felicidad vocal contagiosa.
Juan de Dios Mateos fue un Califfo que aunó un registro modulado con suma elegancia, de fraseo aniñado y dulce, con grácil control de los agudos y atractivo color además de un físico muy adecuado a la regie que lo convirtió prácticamente en un Toy Boy en manos de la pizpireta Zetulbé de Bonilla. La química entre ambos fluyó con una teatralidad envidiable además de un empaste tímbrico ideal.
Roba escenas de lujo la divertidísima Kesia de la mezzo debutante Alicia Naranjo, quien aprovechó cada uno de sus momentos, tanto musical como teatral para llamar la atención con su refrescante interpretación en la linea de toda una chica Almodóvar. Un descubrimiento de una artista a seguir.
Otro tanto se podría decir de la Lemedé de la mezzo Nerea Berraondo, de timbre oscuro, estilosa y de fraseo meloso quien hizo de su papel de madre protectora y carismática toda una recreación, divertida y técnicamente impecable.
Algo menos entonado a nivel musical, debido a una emisión desigual de técnica irregular, el también jocoso Cadí del bajo-barítono Eugenio Maria Dragoni. Pepe Hannan mostró un interesante color tenoril como Jemaldén para cerrar un reparto que alzó el vuelo en los conjuntos, preciosos momentos de la partitura como el alocado final del primer acto. El Joven Coro de Andalucia sonó correcto y habilidoso.

El disfrute musical se rubricó con una Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que hizo honor a su calidad en una partitura que bebe de Mozart, recuerda a Paisilello en su encajador lirismo, al Cimarosa en sus números de dúos, tiros y conjuntos, y del que el espíritu rossiniano fluye por doquier.
La fluida dirección musical del maestro Alessandro D’Agostini ayudó a brindar un sonido belcantista de hermoso acabado, con un estilo depurado al que solo le faltó algo más de contraste en unas dinámicas más melosas que dramáticas para una ópera bufa preciosa que merece representarse más.
Aceptable el resultado de la ligera amplificación de orquesta y voces para un entorno al aire libre que pide y necesita este tipo de remiendos sonoros. Si bien es un recurso poco deseable en un Festival de Ópera, pues sacrifica el sonido natural de las voces por un ligero metalizado por la técnica del microfonado, aquí funcionó sin percances técnicos y demostró que la música, los artistas y las ideas, si fluyen y son de calidad el resultado siempre es de gran nivel.
Una producción del Festival de Ópera de Sevilla que merece rodarse y verse en más ocasiones. Fotos: © Agustín Pacheco.