Apoteosis
Madrid. 05/10/2025. Auditorio Nacional. Wozzeck, de Alban Berg, con Martin Winkler (barítono, Wozzeck), Lise Lindström (soprano, Marie), Solgerd Isalv (mezzosoprano, Margret), Rodrigo Garull (tenor, tambor mayor), Jürgen Sacher (tenor, capitán), Stephen Milling (bajo, doctor) y otros. Antara Korai y Orquesta y Coro Nacionales de España. Dirección escénica: Susana Gómez. Dirección musical: David Afkham.
Los aficionados a la ópera somos muy de discusiones bizantinas: que si cuál es la mejor ópera de Verdi, que si Verdi o Wagner, que si Di Stefano o Del Monaco,… y así podemos tirarnos horas y horas de vehemencia, soflamas y argumentos para terminar en el punto de partida y caminar cada uno a su casa tal y como llegó sin problema alguno. Y esto lo digo porque un servidor nunca ha tenido problema alguno en situaciones así para definir a Wozzeck como la mejor ópera del siglo XX, lo cual no deja de ser una boutade. Porque nada más decir eso me acuerdo de Peter Grimes, de Le grand macabre o Saint François d’Assise y se me abren las carnes. Eso sí, me lo paso de escándalo.
Una de las cuestiones que más me reprochan cuando hago mi defensa vehemente de Wozzeck es que esta ópera puede definirse de muchas maneras pero Wozzeck no es una ópera hermosa. Porque esta obra de Alban Berg es de una crudeza absoluta. Si Rigoletto fue criticada por poner en el máximo protagonismo al ser más infecto de una corte, el bufón, Alban Berg nos trae no ya a un miembro del proletariado sino al mismo lumpen. Es difícil imaginar una vida más miserable, más injusta y, por lo tanto, más comprensible a la hora de rebelarse. Porque al soldado Wozzeck le rodean seres despreciables que se mofan y abusan del pobre hombre sin piedad alguna. El capitán lo trata como a un esclavo abusando de su graduación; el doctor lo utiliza de cobaya para experimentos estúpidos que están condenados a terminar en la nada; y el tambor mayor utiliza la “elegancia” de su uniforme para seducir a Marie y reírse a la cara del marido cornudo. Y Wozzeck, en su incipiente enfermedad mental, es consciente de toda la podredumbre que le rodea aunque, curiosamente –o no- el miserable soldado la tomará no con cualquiera de estos tres impresentables sino con la única persona que le ha dado algo de cariño y acabará matando a Marie. En el fondo es una ópera de una actualidad que asusta. Leído todo esto, ¿puede Wozzeck calificarse de ópera hermosa? Pues musicalmente, no tengo la menor duda aunque su argumento nos introduzca en el mundo de la degradación personal y colectiva.

Es tal la fuerza de la historia de Wozzeck que basta con un sillón de barbería en una pequeña plataforma escénica y unas escaleras para hacer creíble la historia. Porque, digámoslo cuanto antes, la función de la Orquesta y Coro Nacionales de España ha sido de una brillantez absoluta. Hace mucho tiempo que no sentía en mi interior tal conmoción, tal sensación de plenitud y, al poco de finalizar la función, tal agradecimiento por lo vivido.
Las claves de tal éxito fueron en mi modesta opinión, dos personas: David Afkham y Martin Winkler. El primero, el director titular en su última temporada en tal cargo, porque nos regalo un Wozzeck sinfónico de altos vuelos, con momentos de pura magia como fueron los dos crescendi del tercer acto, tras las respectivas muertes de Marie y Wozzeck. Pero es que, además, en todo momento batuta y todos los músicos nos regalaron una implicación y precisión que hicieron de esta partitura tan compleja una página comprensible. Por cierto, ver la función en versión de concierto te permite disfrutar del trabajo y detalle de cada una de las secciones orquestales que, de estar encerradas en el foso, pasan más desapercibidas. Sería necesario apuntar a todos los músicos pero clarinete, tuba, celesta, la sección de percusión con cinco solistas, la concertino,… sirvan como ejemplo de una orquesta que brilló a un nivel excelente.

La segunda base de este éxito ha sido Martin Winkler. No estamos ante una voz extraordinaria, ni ante la personificación del canto elegante pero en los cien minutos de la función estuvimos delante de Wozzeck. Desde la escena inicial, donde su respuestas mientras afeita al capitán se hacen desde la indiferencia más absoluta hasta la forma en la que encara a su mujer justo antes de matarla, todos los gestos, inflexiones y movimientos ayudan a construir un Wozzeck creible. Sobresaliente su función y aplausos y bravos más que merecidos de un público entregado.
El resto del elenco ayudo mucho a que todo concluyera con un éxito apoteósico. Lise Lindström sufrió en ocasiones con el volumen orquestal pero su Marie fue muy eficiente, con un volumen ajustado y caracterizando muy bien a la mujer desesperada. Rodrigo Garull fue un tambor mayor chulo y provocador, con un agudo solvente y muy adecuada presencia escénica.

Muy bien Stephen Milling en un papel muy exigente para la tesitura de bajo, subrayando su inmoralidad con una voz rotunda. Jürgen Sacher dibujó un capitán histriónico, casi histérico y que recordó a esos tenores de carácter típicos de la tradición germana. Muy bien Tansel Akseybek en un Andres, que pasa por ser el único ser humano que rodea al protagonismo Mostró un agudo sonoro con el fiato necesario para hacerse oír entre la locura de su amigo. Bastante más desapercibida pasó Solgerd Isalv en una Margret que palideció al lado del resto del elenco.
Los tres miembros del coro que asumieron papeles menores estuvieron sencillamente extraordinarios. Enrique Sánchez Ramos (primer aprendiz), Diego Blazquez (segundo aprendiz) y, sobre todo, un Xabier Pascual (un loco) memorable en su salida a escena, lunático, llegando a imitar los movimientos del maestro con su batuta. El niño Jairo Somolinos encarnó de forma eficiente al hijo de la pareja protagonista. El Coro apenas tiene trabajo y lo hizo de forma adecuada mientras que seis miembros de la escolanía Antara Korai construyeron con solvencia la escena final, una de las más dramáticas de la historia de la ópera.

Ya queda dicho que este Wozzeck era una versión de concierto teatralizada. Susana Gómez nos propone una reducida plataforma a modo de escenario entre el director de orquesta y el público y juega con el espacio del recinto para crear distintas dimensiones. En el centro del pequeño escenario , el mencionado sillón de barbería que servirá para lo obvio además de cómo cuna del niño o juguete de la fiesta tabernaria. Gómez lleva distintas escenas a un lateral –primer encuentro de Margret y Marie- o al fondo, junto al órgano –escena de la seducción del tambor mayor. Lo mejor, el uso acertado de la iluminación para sustentas las distintas emociones que recorren la ópera. Ese rojo intenso en el momento del asesinato de Marie…

En definitiva, una función extraordinaria con una ópera que, precisamente este 2025, cumple cien años. Hay aún espectadores que no pueden con esta música, que no tiene nada de contemporánea, y supongo que si tras cien años aún no lo han conseguido el problema no será de la partitura. Es de desear que el próximo director titular, Kent Nagano, continúe con esta acertada tradición de realizar una ópera dentro de la temporada de abono de la entidad. Conviene recordar que en 2018 esta batuta dirigió The Bassarids, de Hans Werner Henze en este mismo recinto y este puede ser un buen camino a seguir. ¡Ah! Y por si no ha quedado claro, la mejor ópera del siglo XX es Wozzeck.

Fotos: © Rafa Martín