© Toni Bofill
Detalle versus conjunto
Barcelona. 23/10/2025. Palau de la Música Catalana. Ludwig van Beethoven. Orchestre des Champs Élysées. Philippe Herreweghe, director.
El 22 de diciembre de 1808 la ciudad de Viena vivió el que, probablemente, sea el concierto más legendario de la historia. En un Theater an der Wien helado por la falta de calefacción, un Ludwig van Beethoven en la cima de su creatividad presentó un programa maratoniano que incluía diversas arias de concierto, el Concierto para piano nº4 y la Fantasía Coral además del estreno de dos de sus grandes sinfonías. La primera que sonó y que de hecho abrió el concierto fue la Sinfonía nº6, posteriormente rebautizada como “Pastoral”, mientras que la segunda parte arrancó con los famosos acordes de la celebérrima Sinfonía nº5. No cabe duda de que, a falta de calefacción, un Beethoven volcánico, ya retirado de la faceta interpretativa a causa de su conocida sordera, incendiaba el teatro. Lo hacía exhibiendo el hueso de la producción de su período intermedio, del cual son emblema estas dos sinfonías escritas prácticamente en paralelo entre 1803 y 1808.

En el mismo orden que el día de ese memorable estreno las presentaron la Orchestre des Champs Élysées y su fundador y director Philippe Herreweghe en este concierto en el Palau de la Música Catalana. El director belga, muy apreciado en Barcelona por sus grandes recreaciones bachianas estos últimos años, salió al escenario con paso cansado y arrancó precipitadamente los primeros acordes. Era el preludio de una lectura de la Sinfonía Pastoral falta, por encima de todo, de esa energía interna que requiere la obra. Más centrado en los detalles que en el conjunto, Herreweghe aplicó en general tempi morosos que, en más de una ocasión, originaron evidentes caídas de tensión. Fue el caso de un segundo movimiento inacabable, pálido en el ámbito sonoro y desequilibrado en su concepción arquitectónica. Una primera parte un tanto tediosa que solo pudieron salvar los extraordinarios músicos de la Orchestre des Champs Élysées. Magníficas en todas sus intervenciones las dos flautas y el piccolo así como toda la maravillosa sección de maderas que ofreció una exhibición de colores y dinámicas con instrumentos de época. Gran reconocimiento también para las trompas, grandes protagonistas de esta sinfonía que les exige el máximo, así como para la expresiva percusión. En definitiva, detalles aquí y allá gracias a los solistas, pero poco que llevarse a la boca en cuanto a impulso beethoveniano en esta lectura carente de una idea narrativa y orgánica del conjunto para una obra que lo pide a gritos.
Por fortuna las cosas cambiaron de manera notable en la segunda parte. No deja de ser paradójico que los primeros famosos acordes sonasen un tanto imprecisos, pero que, pese a ello, en ellos se percibiera ya una tensión muy distinta. El sonido orquestal, que en la primera parte sonó un tanto apagado, repentinamente adquirió más brillo y una paleta de colores infinitamente más amplia. Herreweghe, a pesar de un gesto particularmente ambiguo que solo sus músicos son capaces de descifrar pues lo conocen a la perfección, inyectó una sorprendente energía, controlando en todo momento con gran fluidez las transiciones temáticas en el primer movimiento y exponiendo con claridad quirúrgica las variaciones del segundo. En ese contexto, el conjunto instrumental se fue creciendo hasta culminar su actuación con un Allegro vivace final pleno de vitalidad, repleto de ese gozo indescriptible que produce la música de Beethoven cuando el impulso del conjunto se impone a la simple atención al detalle.

Fotos: © Toni Bofill
