Ligereza
Madrid. 01/02/2017. Auditorio Nacional. F. Schubert, Sinfonía nº 5; G. Mahler, Sinfonía nº 1. Director: Jonathan Nott. Orchestre de la Suisse Romande.
Una cara familiar aunque totalmente inesperada abrió el último concierto de Ibermúsica. No era el director programado, Jonathan Nott, el que recibía los aplausos iniciales sino nuestro cómico castizo, Miguel Rellán. Con gracejo y soltura nos recordó las normas de etiqueta para el público de un concierto: habló de controlar las toses, los malditos caramelos y por supuesto, la plaga de los móviles. Hay que decir que la iniciativa funcionó, dando paso a uno de los conciertos más silenciosos que recuerdo.
La Quinta Sinfonía de Schubert, ocupó la primera parte de la velada. Nott y su orquesta de la Suisse Romande se decantaron por una lectura eminentemente vienesa de la obra. Si Rellán había hablado de buena educación al público, Nott hizo lo propio con la orquesta en una de las obras más clásicas de Schubert. Fue una versión cortés, sin exageraciones, comedida en cada uno de los movimientos con una fijación en la ligereza y fluidez de los elementos melódicos a costa de los armónicos. Incluso los fortes y los episodios en modo menor sonaron delicados y amables. Una versión ejecutada con mimo y profesionalidad, a pesar de un par de notas huecas de la flauta en los movimientos centrales, en la que la falta de pasión se sustituyó por una búsqueda continua, y no completamente alcanzada, de lo sublime. Un espíritu medido y epidérmico que, si bien puede funcionar para para la deliciosa Quinta de Schubert, definitivamente no sirve para la monumental Primera de Mahler.
Nott ha demostrado ser un competente intérprete de Mahler. En sus grabaciones y en sus numerosos directos ha dado buena muestra de ello. Todavía se recuerda en Madrid la profundidad y energía de su Resurrección, hace menos de dos años en este mismo ciclo, también organizado por Ibermúsica. Así, las expectativas ante este concierto estaban tan altas que la sorpresa fue mayor ante una versión correcta pero con una notable falta de calado. Comenzó con una apertura retardada, unos compases de sonidos primigenios, que crearon una atmosfera sin demasiada tensión desde la que intentó construir, no muy claramente, una narrativa malheriana a través de una exhibición de medios sin demasiado espíritu. El aroma vienés, envolvió en el segundo movimiento, los valses y bailes, apuntando continuamente hacia lo lírico, sin demasiada energía en las cuerdas, ni ese necesario toque maldad que requiere la partitura. La marcha fúnebre-Frère Jaques y su contrapartida a modo de música callejera judía en el tercer movimiento evitaron los deleites de lo burlesco, salvo por una salvadora y puntual intervención del requinto. Un final de trazo grueso aunque jubiloso y con cierto desenfreno finalizó la velada.
Parece que, de momento, Nott no ha alcanzado con esta orquesta el nivel que ha demostrado con su Bamberger Symphoniker. Como resumen diremos que los elementos formales malherianos -fanfarrias, clímax progresivos, valses, melodías populares, etc.- estuvieron presentes, con una ejecución en general correcta, algo más cuestionable en el caso de los vientos. Pero fue una interpretación ligera, no el en sentido técnico, sino en el espiritual; faltó aquello que le es esencial a la música del Mahler: la ironía, el humor, lo grotesco, las contradicciones… esas manifestaciones pulsionales que nacen de las profundidades del alma.
En una reciente entrevista a las hermanas Labèque, estas me comentaban sabiamente que el problema con los críticos es que no estamos abiertos a nuevas interpretaciones y vamos buscando lo que esperamos de antemano. Touché. ¿Es posible que el experto Nott haya ofrecido una visión diferente pero igualmente válida? Es entonces imprescindible recuperar la idea de Mahler de que “la sinfonía debe ser como el Universo” y darse cuenta de que en este concierto, a pesar de todos los medios mostrados y de unas formas correctas, en realidad, no ha pasado demasiado.