OSE febrero 17 

Desconcierto y emoción

Vitoria-Gasteiz. 02/02/2017. Teatro Principal. L. van Beethoven: Concierto para piano y orquesta nº 4; E. Aragón: La flor más grande del mundo. P. I. Chaikovsky: Romeo y Julieta. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Dirección musical: Ainars Rubikis.

El cuarto concierto de abono, bajo la batuta del letón Ainars Rubikis, ha estado sumado en cierto desconcierto ya desde la misma propuesta de programa pues parecía estar ausente coherencia alguna al tratar de fusionar el clasicismo o prerromanticismo beethoveniano con el pleno romanticismo ruso y un obra diseñada para la solidaridad. Si a ello añadimos un solista de piano que nos colocó a los oyentes, de forma permanente, ante el precipicio ello nos lleva a concluir lo dicho: primó el desconcierto desde el mismo diseño y salió un servidor del Teatro Principal vitoriano con sensación agridulce.

Atendiendo al orden del programa toda la primera parte estuvo centrada con el Concierto nº 4 para piano y orquesta en sol mayor, op. 58, de Ludwig van Beethoven, asumiendo el estadounidense Nicholas Angelich la parte solista. No puedo negar que durante los treinta y cinco minutos de su interpretación no pude evitar sentir una permanente sensación de desasosiego por la –aparente- falta de equilibrio en la propuesta artística del pianista, con un uso desconcertante del rubato y del ritmo así como un fraseo difuso en más de un momento. La reacción del respetable, de excesiva austeridad por lo general, respondió al señalado desconcierto porque alguno braveó con ímpetu mientras otros respondieron con caras de sorpresa. Me reconozco entre los segundos.

Tras el pertinente descanso la segunda parte incluyó la interpretación de La flor más grande del mundo, obra del polifacético Emilio Aragón que merece más una reflexión como ejemplo de solidaridad que musical en sentido estricto. Esta obra es encargo del proyecto Mosaico de Sonidos, que persigue la participación activa de personas con disfunción intelectual en la vida de una orquesta. Estas personas fueron situadas en el centro de la orquesta, cada una de ellas acompañada de un colaborador que ejercía de guía y contando este grupo con un director específico que, con gestos infrecuentes, llevó a buen puerto las secciones musicales que les correspondían. Por lo tanto, la partitura está condicionada por tal participación, lo que conlleva un inevitable menor grado de dificultad. Aquí pudo la emoción de ver la ilusión y entrega de personas a las que, por desgracia, este tipo de implicación les ha sido vetada históricamente.

Volviendo al diseño de un concierto ordinario, el concierto terminó con la obertura-fantasía Romeo y Julieta, de Piotr Ilich Chaikovsky. Aquí prevaleció el efectismo y un exceso de sonido que privó de poesía a la versión. En definitiva, cabe resumir este concierto como una fusión, intuyo que no deseada, de desconcierto en las obras “ordinarias” con emoción en la obra solidaria, aquí sí, buscada y lograda.