Thais Liceu Bofill 

Meditación y reflexión

Barcelona. 01/03/17. Gran Teatre del Liceu. Plácido Domingo (Athanaël), Nino Machaidze (Thaïs), Celso Albelo (Nicias), Damián del Castillo (Palémon), Sara Blanch (Crobyle), Marifé Nogales  (Myrtale), María José Suárez (Albine), Mercedes Arcuri (Encantadora), Marc Pujol (un sirviente). Coro del Gran Teatre del Liceu. Dir. coro.: Conxita García. Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Dir. Mus.: Patrick Fournillier.

Hablar de Plácido Domingo cantando ópera en el Liceu es ya historia pasados los cincuenta y un años de su debut en el teatro de las Ramblas. Teniendo todavía los efluvios del pasado Werther visto aquí con Piotr Beczala en el rol titular a principios de año, este segundo Massenet dentro de la temporada liceísta se justifica por el reparto, encabezado por la soprano georgiana Nino Machaidze como Thaïs, el Athanaël de Plácido (en esta ópera el protagonista masculino es el barítono), y el lujo de tener al tenor canario Celso Albelo como Nicias.

Como recuerda Antoni Colomer en el excelente artículo para Platea Magazine sobre este título poco conocido por el gran público, Thaïs fue desde su estreno en 1894 en la Opera de París, una ópera dedicada a la soprano que interpreta el rol titular. Un papel extenso, exigente y colorista sobre el que pivota toda la ópera con la única excepción del papel baritonal de Athanaël, su alter ego en una historia orientalista donde una cortesana de belleza turbadora se convierte en santa con la ayuda del monje cenobita que la reconduce por la vía de la fe cristiana.

Un Massenet maduro que ya había estrenado sus dos obras cumbre, Manon (1884) y Werther (1892), quien basa la belleza de la partitura en un orquestación llena de colorismo y exotismo que se refleja en una ópera donde la orquesta puede lucir secciones y el director musical demostrar el arte de su batuta. Así hay que reconocer la buena labor del debutante en el Liceu, Patrick Fournillier, especialista en Massenet quien dio buenas muestras de elegancia y atención al detalle en una partitura que pide lucir en momentos clave como la celebérrima Meditación, firmada con arco de oro por el concertino del Liceu, Kai Gleusteen. Fournillier acompañó y siguió con extrema atención a los solistas, a pesar que el volumen de la orquesta los tapó en más de una ocasión, sobretodo a un Plácido Domingo visiblemente más cansado que el resto. Con todo, las secciones de metal, viento y cuerdas graves brillaron en más de un momento, certificando la buena salud musical de una orquesta que parece, ¡por fin!, rescatada del sonido gris e impersonal que tenía tan solo hace dos temporadas. Al igual que la orquesta, el coro del Liceu -bajo las indicaciones de Conxita García- obtuvo un rendimiento más que notable, con cuidados acentos en la expresión y en la siempre difícil articulación francesa.

Plácido Domingo volvía a interpretar el papel baritonal de Athanaël, largo y exigente, con su espíritu inquebrantable y sentido dramático marca de la casa. Papel que había cantado en escena en el Palau de les Arts y en Sevilla (2012) y Los Ángeles (junto a Machaidze y con la batuta de Fournillier) en 2014, se presentó en Barcelona con el instrumento más opaco y visiblemente más cansado. Sus funciones como Giorgio Germont en Valencia parecen haberle desgastado notablemente y eso repercutió en un canto más monocorde de lo habitual, a pesar de lucir todavía el registro agudo con empaque y seguridad. Pasaron sus arias casi inadvertidas, Toi qui mis la pitié y Voilá donc la terrible cité, a pesar de una gestualidad y sentido dramático notable. Su constante atención a una partitura que parecía indispensable hacen pensar que necesitó más tiempo de descanso entre funciones para poder abordar con tranquilidad un rol largo y comprometido. Gracias a su desbordante personalidad y un canto ajustado a los límites propios de un artista que con setenta y seis años, lo ha dado todo en los escenarios del mundo entero, la reflexión vuelve a aparecer en la mente del aficionado, ¿tendrá que bajar su ritmo de trabajo Placido Domingo?. Cerró la ópera con lo mejor de su aportación de la velada en el precioso dúo final, Cést toi mon père con una Machaidze pletórica que espoleó al tenor parar cerrar con éxito de público otra noche que sumar a su histórico historial.

Nino Machaidze, quien no había vuelto al Liceu desde su Fiorilla de Il turco in Italia en 2013, demostró estar a la altura de un rol escrito para una diva en plenitud de facultades. La voz timbrada, cálida y de timbre atractivo, si bien no tiene el cuerpo de la última y gran Thaís vista en el Liceu, una pletórica y soberana Renée Fleming en 2007 (única ópera protagonizada por la estadounidense en el teatro de las Ramblas, en versión de concierto), Machaidze ofrece un control total del instrumento, que muestra fresco, sano y generoso, con una proyección luminosa y un registro homogéneo pulido y mórbido. Quizás no obnubiló en su gran aria Dis-moi que je sus belle, donde no ofreció el terrible sobreagudo final y si el oppure  emitido de manera impecable y sobrada. Nino, mostró en toda la ópera una personificación vocal irreprochable, con un sentido del fraseo y una cuidada linea de canto que incidió en la belleza de un instrumento en plenitud. Junto a un Domingo inspirado cerró la ópera con un dúo final emotivo y expresivo, donde llegó dos veces al temible Re sobreagudo con solvencia y seguridad, demostrando una técnica controlada y un sentido del canto elegante y sofisticado ideal para el personaje de Thaïs.

Tener a Celso Albelo como Nicias fue un lujo casi contradictorio, pues el pequeño rol, más allá de su atractiva intervención al principio de la ópera con Thaïs, le impidió mostrar al completo sus facultades líricas. Sigue el canario todavía esperando poder firmar en el Liceu un rol protagonista que haga justicia a su fama internacional para sumar el teatro barcelonés a sus continuos triunfos en teatros de ópera de medio mundo. 

Buen equipo de comprimarios españoles empezando por el sonoro y sobrado Palemón de Damián del Castillo, quien demostró un registro redondo y brillante además de una seguridad musical notable. Expectación por el debut de la joven soprano Sara Blanch como Crobyle, radiante y musical junto a la también debutante Marifé Nogales como Myrtale. Lástima que no lució en su pequeño particchino la joven Mercedes Arcuri como Encantadora, con una proyección mejorable. Impecables la Albine de María José Suárez y el sirviente de Marc Pujol, para una velada que cubrió de calidez en los aplausos al histórico Plácido Domingo, pero del que la reflexión sobre su actual ritmo de trabajo obliga a preguntarse si es buena tanta actividad continuada.