Amistades peligrosas
Barcelona. 24/04/2017. Palau de la Música. Mozart: Così fan tutte. Marcos Fink, Mark Milhofer, Robin Johannsen, Sophie Harmsen, Christian Senn, Sunae Ihm. Freiburger Barockorchester Dir. musical: René Jacobs.
Si hace un par de meses llegaba a los escenarios del Gran Teatre del Liceu la ópera Quartett, de Luca Francesconi ahora el Palau ha propuesto Così fan tutte, de Mozart, en la lectura semi escenificada de René Jacobs. Aunque ambas partituras están separadas por más de 200 años, las une un mensaje, una visión del ser humano y, sobretodo, de las relaciones personales y de ese fenómeno llamado amor. Y la respuesta es, en ambos casos, profundamente inquietante.
Si Francesconi partía de Chordeclos de Laclos y sus Amistades peligrosas, filtradas por Heiner Müller, para ofrecer un relato aniquilador sobre las relaciones y la condición humana, la propuesta de Mozart y Da Ponte no se queda atrás, planteando un juego de espejos en el que, al final, lo real y lo aparente, lo sentido y lo fingido se confunde y, sobretodo, la fragilidad de los sentimientos humanos, especialmente los amorosos, quedan en entredicho mediante una mirada brutalmente diseccionadora más que cínica, como se ha querido interpretar a menudo. El desangelado final creado por el talento de Mozart no tiene tanto de cínico como de desencantado. Un desencanto inherente a una época, a ese siglo XVIII que vio nacer al Marquis de Sade, al Vecompte de Valmont o a Casanova.
Jacobs conoce perfectamente los recovecos del Siglo de las luces, no sólo en lo que respecta al estilo musical. En el director belga se percibe una profunda comprensión del imaginario y del contexto intelectual de este período, como ha demostrado en sus sensacionales grabaciones e interpretaciones, tanto de la trilogía Da Ponte como de La flauta mágica, que, afortunadamente, ha ofrecido en versión concierto en el Palau (qué oportunidad perdida que no haya sido en el Liceu con producción teatral).
Cosí fan tutte cierra este excelente ciclo de cuatro años que, cabe decir, ha ido de más a menos por lo que respecta a las voces, pero ha mantenido en todas las representaciones un nivel musical y orquestal extraordinario. Tengo la sensación de que Cosí fan tutte ha sido, en este sentido, la propuesta menos radical en cuanto a planteamientos musicales, junto a Le nozze di Figaro, mientras que en Don Giovanni i La flauta mágica el director ha mantenido conceptos revisionistas que pueden ser discutibles, pero sumamente estimulantes.
En esta versión de concierto en el Palau no hubo grandes sorpresas ni en la articulación ni en la elección y variación (algo intrínseco del Mozart de Jacobs) de tempi, eso sí, siempre ligeros o muy ligeros, como en el caso del Finale Primo e, incluso, del trío Soave sia il vento o el número final. Jacobs está muy atento a los recitativi, de una vitalidad y variedad modélica, diría que difícilmente superable gracias a un bajo continuo de una flexibilidad y creatividad admirable, así como en la concertación de los innumerables números de conjunto, que mima con auténtico deleite. En este sentido la versión de Jacobs y la Freiburger Barockorchester fue de lujo.
En contrapartida, el nivel general descendía en los números solistas, más por una cuestión de calidad instrumental de los cantantes que a nivel interpretativo. El paradigma, en este sentido, fue el Don Alfonso de Marcos Fink, espléndido en intenciones pero inaceptable a nivel vocal. Por otra parte, la elección de una tipología de voz casi blanca, de contraltino, para interpretar a Ferrando (Mark Milhofer) es equivocada. Que lejos quedan las versiones de Kraus o Araiza que dan empaque a un personaje tan blandengue como Ferrando! La Fiordiligi de Robin Johannsen mostró seguridad en las agilidades pero a la voz le falta carnosidad para el personaje, sonando por momentos más a una soubrette ideal para Despina. El resto del reparto estuvo correcto, en especial la pareja Guiglielmo/Dorabella, interpretada por Sophie Harmsen y Christian Senn. Sunae Ihm, habitual en todos los repartos de Jacobs, sorprendió con un Despina plena de teatralidad y chispa como nunca la habíamos visto. Fue, sin duda, uno de los motores para que la versión semiescenificada funcionase sorprendentemente bien.
Y es que este tipo de versiones concierto, con un cierto aparato teatral (y en este caso tal aparato era considerable) suelen pecar de un aire improvisado, casi amateur, que acaba perjudicando el resultado final. No fue este el caso, pues la dinámica teatral fue correcta, por momentos incluso interesante, a pesar de que, ya puestos, no hubiese estado de más cuidar un poco el vestuario y el mínimo atrezzo. Dicho esto, y a pesar de los inconvenientes planteados, el Mozart de Jacobs volvió a mostrar esa vitalidad, inteligencia, creatividad y rigor a la que Jacobs, afortunadamente, nos tiene acostumbrados.