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Hallazgos e incertidumbres

Zaragoza. 25/04/2017. Auditorio de Zaragoza. Rachmaninov: Concierto para piano y orquesta no. 2. Chaikovsky: Suite del ballet “El lago de los cisnes”. Varvara, pianista. Orquesta Sinfónica Chaikovsky. Dir. musical: Vladimir Fedoséyev.

La joven pianista rusa Varvara Nepomnyashchaya (Moscú, 1983) se ha convertido en apenas cuatro años en un nombre de forzosa actualidad en el pianismo de nuestros días. En 2012 se alzó con todos los galardones posibles en el Concurso Géza Anda de Zúrich en lo que supuso un respaldo definitivo a su proyección internacional. En pocas palabras podría glosarse su hacer como el de un virtuosismo un tanto alborotado y disperso, como si un talento evidente no estuviera del todo canalizado. Lo que más convence en su caso es una musicalidad honda y de raigambre genuina, en manos por descontado de una técnica sólida aunque, ya digo, no siempre engarzada como es debido en el discurso expresivo. 

Lo dicho fue evidente en el Concierto para piano y orquesta no. 2 de Rachmaninov, partitura que conjuga a la perfección ese difícil equilibrio entre la pura resolución técnica virtuosa y la expresividad genuina, elaborada y reflexiva. Hay en el piano de Varvara, por momentos, más búsqueda de un eco exterior que de una resonancia interior, aunque en realidad ésta no es la tónica como tal de su hacer, que es precisamente irregular por cuanto alterna, sin demasiada lógica, momentos de un enfoque casi exhibicionista con otros de una intensidad auténtica y trascendental. Varvara es una pianista un tanto desconcertante, quizá eso sea lo más valioso que puede decirse de un intérprete, en la medida en que así éste escapa de cualquier categoría preestablecida. En ese desconcierto, escuchar el Rachmaninov de Varvara fue una amalgama irregular de hallazgos entre no pocas incertidumbres.

La Orquesta Sinfónica Chaikovsky se fundó en 1930 como el primer gran conjunto orquestal vinculado a la radio soviética, posición que todavía hoy ostenta. Su larga trayectoria, ya camino de ser centenaria, no ha estado a buen seguro a la altura y renombre de la de otras formaciones rusas. En todo caso, como quedó patente en Zaragoza, esta orquesta tiene todo lo que hay que tener para recrear este repertorio con solvencia: un sonido compacto, un color idóneo y una seguridad intachable en todas las secciones. A cambio carece de una personalidad genuina, suena en cierta medida como suenan tantas otras orquestas rusas, con un alto grado de capacidad técnica, sí, de probada buena escuela, aunque con una gama muy variable de resultados, en función de la batuta que las estimule. Aquí esa labor recaía en el veterano Vladimir Fedoséyev (San Petersburgo, 1932), director artístico y director principal de este conjunto nada menos que desde 1974.

El acompañamiento en el concierto de Rachmaninov fue ejemplar, más allá de algunos pasajes del tercer movimiento donde el exceso de decibelios amenazó con sepultar el sonido de la pianista. Fedoséyev, por cierto, tanto aquí como en la segunda parte con la suite de Chaikovsky, apostó por disponer a la orquesta en un único nivel, sin escalonar a la cuerda, los metales y las maderas como es costumbre extendida, dispuestos aquí más bien como si ocupasen el foso de un teatro. Curiosa opción, poco empleada, que permite y obliga un trabajo distinto en el equilibrio sonoro entre secciones, del que Fedoséyev salió más o menos airoso. Y es que la suite de Chaikovsky sobre El lago de los cisnes es una partitura difícil de medir. En el equilibrio entre pasajes inspirados, de lirismo evocador, y páginas de un sonido más evidente y fácil, menos elaborado, la lectura de Fedoséyev pareció apostar finalmente por los segundos, en un exceso de decibelios un tanto desmedido. La fiesta, en todo caso, terminó por todo lo alto, con un par de propinas sumamente trilladas en manos de esos atriles, hasta el punto de que algunos de los músicos las acometieron sin partitura alguna ante sus ojos. Eso sí que es tener oficio.