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Lo agradable, lo popular, la sorpresa

Madrid. 29/04/17. Auditorio Nacional. Temporada 16-17 de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Obras de Kodály, Tchaikovsky y Salonen. Alessio bax, piano. Orquesta y Coro Nacionales de España. Miguel Harth-Bedoya, dirección.

Este sábado asistimos a un concierto inesperado, donde se fundieron lo agradable, lo popular y la sorpresa, con obras de Kodály, Tchaikovsky y Salonen. El responsable de llevarlo todo a buen término el director Miguel Harth-Bedoya, fantástica batuta para un programa que mezcla nacionalismo húngaro, romanticismo, y nuestra música más contemporánea.

Las Danzas de Galánta, que están entre la suite y el poema sinfónico, dieron comienzo con una dirección enérgica y sensibilidad en la muñeca de Harth-Bedoya Introdujeron el Lento los violonchelos y seguidamente las trompas iban pasando el tema a la flauta, el oboe… para descansar en el lecho armónico de la cuerda. Se escucharon preciosos tutti, sumados a los clarinetes de sonido limpio y al canto homogéneo de los violonchelos, que fueron desarrollando la melodía que culminó en un piano delicado con figuración cada vez más larga. El Allegretto moderato comenzó con la flauta y flautín con otro bello tema, de resonancias húngaras populares con unos cambios de tempo tremendamente dinámicos muy bien entendidos por el conjunto El oboe inició el Allegro con moto, grazioso, donde las maderas siguieron reinando junto con la cuerda, además de los timbales o el glockenspiel. El Allegro, más garboso que el movimiento anterior, nos mostró sonoridades y ritmos húngaros nuevamente con mucho contratiempo y vivacidad. También fue juguetón el tratamiento de las texturas y los instrumentos; y un tema en el clarinete, fagot, trompa y flautas, en el que faltó precisión, que iba discurriendo como en un cuento. Así entramos en el Allegro vivace final, danza de absoluta vitalidad y ligereza en los violines, un bucle de energía que frena en seco para sorprendernos con unos solos en la flauta, oboe y clarinete que dejan el tiempo suspendido como si se hubiera detenido una persecución por el cruce de una familia de patos y tras pasar, continúa la frenética carrera hasta el acorde final.

Tras estas bellas danzas comenzó el Concierto para Piano num.1 en Si bemol menor, opus 23 de Tchaikovsky, interpretado por Alessio Bax al piano. El Allegro non troppo e molto maestoso empezó tras la imprecisa entrada de los trombones mientras el piano atacó directamente los acordes que tan conocido han hecho a este concierto, acompañados de la romántica melodía en las cuerdas, a las que le faltó un poco de volumen. Bax por su parte dio muestras de gran destreza, limpieza, perfección técnica en el piano y apurados pianissimos. Si bien en la primera parte del movimiento faltó conexión entre orquesta e intérprete, ya en el Allegro con spirito ambos fueron entendiéndose mejor. La ejecución de la cadencia, en la que fina y sutilmente se resumió lo anteriormente oído, pareció tocada por dos pianistas dibujando Bax varias ideas expresivas que se conjugaron en una sola. Quizá fue el único espacio donde Tchaikovsky deja ver algo de la melancolía presente en muchas de sus posteriores obras, pues el movimiento está repleto de ideas musicales felices, sin demasiada conexión. El Andantino semplice nace con un solo de flauta magnífico acompañado del pizzicato en las cuerdas y repetido por el piano. Este sencillo tema fué pasando de un instrumento de madera a otro hasta las cuerdas. Salvo algunos pasajes de mayor lucimiento pianístico, orquesta y piano se acompañan en el camino hacia en tercer movimiento sin tapar demasiado uno al otro. En el tercer y último movimiento, Allegro con fuoco, el piano tuvo mayor presencia y se incrementó el juego con la orquesta, alternando fragmentos rítmicos con otros cantabiles aportándole agilidad. La interpretación de Bax fue más que correcta, sin demasiado corazón romántico pero intachable desde el punto de vista técnico.

Después de esta extensa primera parte vino la sorpresa, Karawake del finlandés Esa-Pekka Salonen, dividida en dos partes y con una narración basada en el primer poema dadaísta de la historia “Jolifanto babla o falli bambla grossiga m´pfa habla horem…”, la dirección de Harth-Bedoya dio muestras de la absoluta comprensión de este repertorio. Con un coro declamando este texto libremente, sin medida y un palo de lluvia, que fue el reflejo de un telón, se inició esta magnífica obra. Instrumentos poco usuales como el gong, la flauta en sol, la marimba, el vibráfono, bongós, congas, los metales todos con sordina, las cuerdas en pizzicato… un universo sonoro distinto pero nunca desagradable sirvieron para mantener una primera parte que no cayó en ningún momento. Se mezclaron las texturas vocales: sólo hombres, sólo mujeres, manteniendo notas pedales en ocasiones muy tirantes para las sopranos. En otros momentos el coro jugó un papel más rítmico junto a la percusión, equilibrando fragmentos de mayor peso instrumental que vocal.
    Un paréntesis tiene lugar en esta primera parte con un solo de violonchelo de color intenso, junto al vibráfono, a la marimba y al oboe. Entre tanto, la densidad orquestal fue descendiendo con un solo delicioso de flautín apoyado por la cuerda. Por segunda vez el palo de lluvia suena cerrando esta primera parte o abriendo la segunda, en la que cada miembro del coro se incorporó a su ritmo volviendo a recitar el texto dadaísta, creando una situación de expectación en el público. El bombo fue quien cogió el relevo del ritmo junto con los hombres, desplegando una nueva paleta de sonidos rica e intensa. También participó la batería en este clímax entremezclándose con la cuerda y el coro favoreciendo el efecto de abrir y cerrar algo para asomarse a lugares desconocidos. Una nueva puerta tras otra, sin elegir ninguna, donde el coro mantiene una tonalidad y la orquesta otra, dos mundos paralelos, dos posibles elecciones, lo bidimensional y tridimensional en la música y en la existencia, combinando a su vez compases ternarios y binarios. No es trágico, ni perturbador, aun habiéndole quitado las sordinas a los metales que sonaron libres, despojadas de posibles cadenas, unidos a la misteriosa celesta. Es una premonición, una visión, una espera, la danza en un sueño pastoso. Soberbio Harth-Bedoya, fascinante Salonen.