Padmore Mark

El lúgubre ambiente de aquellos lieder

Barcelona. 5.8.17. Palau de la Música Catalana. Grandes Voces. Winterreise, de Franz Schubert. Mark Padmore, tenor. Paul Lewis, piano.

Joseph von Spaun, uno de los amigos más queridos de Schubert, recordaba así en sus memorias la reacción del grupo de amigos cuando el compositor les cantó por primera vez Winterreise: "Quedamos desconcertados por el lúgubre ambiente de aquellos lieder." No es difícil imaginar la estupefacción de aquellos oyentes privilegiados, aunque probablemente sólo hubieran escuchado la primera parte del ciclo. Spaun reconocía también que, tal y como había predicho Schubert, "pronto se entusiasmaron con aquellos lieder tan dolorosos". Casi doscientos años después, de vez en cuando, una interpretación como la de Mark Padmore y Paul Lewis en el Palau de la Música Catalana el pasado lunes nos aproxima a las impresiones de Spaun y compañía.

Con este recital, Padmore y Lewis cerraban de forma brillante la serie de tres, comenzada la temporada 2014-2015, en la que han interpretado los tres grandes ciclos de Schubert. La voz de Padmore no es, en principio, la más adecuada para cantar lied: le faltan colores, por lo que basa su expresividad en las dinámicas, un recurso que puede acabar siendo repetitivo si no se administra con sabiduría. Pero Padmore es un cantante inteligente y sensible y tiene el don de decir, y con ello supera todas las dificultades; incluso cuando la voz no está en condiciones óptimas, como el lunes, y los agudos se tambalean; incluso cuando le cuesta concentrarse (de ahí, supongo, el lapsus en Der Lindenbaum). Incluso ese día convence. Por su parte, Lewis, siempre excelente, tiene el día osado y opta por llevar la partitura al límite. Y ambos construyen un Winterreise que emociona y hace pensar. Como debe ser.

Gute Nacht fue, por parte de Padmore, una especie de "sed pacientes conmigo"; por parte de Lewis, con un sonido seco y con fuertes contrastes, fue un recordatorio de que no estábamos allí para pasar una velada agradable. Fuímos pacientes con Padmore y, tras un neutro Die Wetterfahne, en Gefrorene Tränen nos atrapó con la media voz del verso "Ei Tränen, meine Tränen" y con un "Des ganzen Winters Eis" final que fue la pura expresión de la desesperación. El caminante de Padmore y Lewis fue frágil, un hombre que a cada paso se podía quebrar, y nos mantuvo hipnotizados hasta el final. Frágil y también duro (¿recuerdan cuando nos contaban en el colegio que estas dos cualidades no se oponen?), con una dureza a menudo subrayada por Lewis, aunque fuera alterando las indicaciones de Schubert. ¿Desean un ejemplo? Tocó en forte el breve interludio antes de los últimos versos de Der Lindenbaum, reforzando así la siniestra oferta del tilo. ¿Otro? Lo volvió a hacer con el interludio de Frühlingstraum, insistiendo no en el sueño sino en la pesadilla. ¿Funcionó? Desde luego. El dolor, que en otros caminantes va acompañado de una reflexión constante, o de ira, o de valor, en este caso iba revestido de dureza, y si no hubiera sido así quizá no hubiera llegado al final. Entendámonos: al final, a la vigésimocuarta canción, siempre se llega, pero no hubiera sido nada fácil llegar con coherencia mostrando sólo esa fragilidad enfermiza. ¿Es lícito forzar la partitura para conseguirlo? Esta es la pregunta de difícil respuesta que surge al día siguiente, cuando ya se han suavizado la impresión inicial y la emoción, y depende de cada oyente, en cada ocasión, la indulgencia que tengamos con estas licencias poético-musicales.

Escuchamos la fragilidad de un sensacional Rast, pobre alma agotada, o de Das Wirsthaus; la dureza de Lezte Hoffnung, incluso de Täuschung. Pero si hubo un lied que dolió, por su sarcasmo, fue Mut; cantante y pianista se aliaron para casi hacernos sentir culpables tras el rechazo de la muerte en la posada. Y, para terminar, la última licencia de Lewis: las disonancias de los dos primeros compases introducían un desolador Der Leiermann, cerrado con una última frase de Padmore que consiguió un largo silencio del público antes de la ovación. Sí, ya sé que siempre debería ser así, pero me temo que, entre unos y otros, no siempre lo conseguimos. Esta vez, sin embargo, la sacudida emocional había sido fuerte y, con esa pizca de masoquismo que caracteriza a los aficionados, salimos del Palau felices por habernos dejado arrastrar por este viaje de invierno terrible.