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Verdad que no es verdad

16/05/17 Madrid. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Temporada 2016-2017. Obras de Fauré, Ravel y Schoenberg. Daniil Trifonov, piano. Staatskapelle Dresden. Christian Thielemann, dirección.

Decía en algún momento Alfonso Aijón, responsable de Ibermúsica, que proyectos privados como el suyo lo tienen más difícil hoy en día, dado el salto cualitativo y cuantitativo de las entidades y orquestas que se dan cita en Madrid. Que es más complicado “hacer frente” a formaciones como la Orquesta Nacional de España, debido a su evolución en los últimos años y a los nombres que ofrece en su programación. Sin dejar de ser esto verdad, no es verdad. Así lo han demostrado los dos últimos conciertos (como lo han demostrado también la gran mayoría de los anteriores), dos citas impecables, sublimes, inigualables e irrepetibles… hasta que Ibermúsica decida que vuelvan a repetirse. Está claro que hay una parcela de la clásica en este país que le pertenece a Alfonso y le pertenece a Ibermúsica. Que no podrían ser si no es a través de ellos.

Tres grandes nombres, protagonistas de la música como son los de Renée Fleming, Daniil Trifonov y Christian Thielemann junto a una orquesta de primerísimo nivel como la Staatskapelle Dresden, reunidos para cerrar la temporada 2016-2017.
     En el primero de los conciertos, el director alemán no pudo abarcar la idea inicial de estrenar en España la obra de Sofia Gubaidulina: La cólera de Dios, al parecer sin terminar de componerse a tiempo, pero que sirvió no obstante para dotar de una fórmula más homogénea al programa. Así, a modo de introducción se incluyó a Fauré con su Preludio del Pelléas et Melisande, que enlazaba a la perfección en temática con la segunda parte del concierto y en colorido con lo que vendría justo después.

El Ravel de Daniil Trifonov, en su Concierto en sol mayor, es de un pianismo encendido, que bordea vertiginosamente los movimientos exteriores y no parece hallar la suspensión del todo necesaria en el central. No hay contenido y sí mucha tendencia hacia la expresividad por pura expresividad, en las articulaciones, en el colorido… Está bien, sí, pero no termina de ser Ravel, al menos el Ravel más interiorizado, reposado, de requiebro, el que fluctúa más allá del color y el que más convence. Por su parte Thielemann equilibró la balanza con una Staatskapelle etérea y colorista, con momentos para el recuerdo como tras recoger el protagonismo el arpa y devolvérselo a la orquesta, en sensacional explosión jazzística y feliz intervención de la derecha en trino de Trifonov.

El Pelleas und Melisande de Schoenberg resultó de una impecable factura arquitectónica, así como de un tratamiento en el entramado de planos sonoros y uso de colores y texturas proverbial. Un Schoenberg narrativo, enrocado en sí mismo, en sus sutilezas y en sus motivos, que se iba desenredando en lo sonoro a través de una densidad luminosa fabulosa. Seguramente uno de los Pelleas de Schoenberg mejor servidos que hayan podido escucharse en Madrid, sustentado por una madera tan meticulosa como de carácter, amén de unas primorosas maderas y metales soberbios. Ha sido esta, gracias a Trifonov, pero sobre todo gracias a Thielemann y por encima de ellos dos gracias a la Staatskapelle de Dresde.

Foto: Matthias Creutziger.