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Superficial

Madrid 02/06/17 Teatro Real. Ciclo “Las voces del Real”. Obras de Haendel, Purcell, Leo y Cavalieri, entre otros. Joyce DiDonato, mezzosoprano. Manuel Palazzo, bailarín. Il Pomo d’Oro. Maxim Emelyanichev, dirección.

Por 25 pesetas, dígannos cosas necesarias para montar un recital de ópera, como por ejemplo: cañones de humo. Sí, los cañones de humo son imprescindibles. ¿Qué tal bajar las luces desde que abren las puertas del teatro? Ah sí, sí, que eso da vidilla. ¿Y juego de luces con focos everywhere? También. Bueno y ya puestos, un poco de videoarte nunca viene mal, ¡pero a pantalla gigante, eh! A mí me gustaría que se lanzase confeti. ¿Confeti? Mejor pétalos de rosa, que es como menos de los noventa. Yo veo imprescindible que haya un bailarín dándolo todo junto a la cantante. ¡Hecho! Oiga y que la cantante esté plantada en el escenario desde antes de que entre el público. Y ruido de generadores, o de cosas que hagan runrún, lo que sea, pero ruido molesto, ¡es tan underground! También que ella vaya vestida de alta costura, con cambio de vestuario y maquillaje de fantasía ¿Va bien Vivienne Westwood? ¡Oh sí, es tan rompedora ella! ¿Y por qué no metemos en el programa de mano un sobre con una tarjeta de felicitación, que se vea bien la marca, claro, con un mensaje de Paz? Eso ya es más rebuscado, pero por supuesto, y que la gente la rellene y la meta en una urna a la salida. ¡Y una voz, una voz sublime! ¿¡Pero no hemos dicho ya que va a haber luces y cañones de humo!?

En el recital de Joyce DiDonato centrado en su último disco In War & Peace, había tantas cosas a las que mirar que terminó por haber pocas cosas que escuchar. La cantante estadounidense, desde luego, sabe cómo montar y ofrecer un espectáculo, de los que ya he hablado en ocasiones anteriores. Y como espectáculo, chapó. Todo preparado para atraer a los propios, no sé si tanto, pero desde luego a los extraños a la lírica y, sobre todo, a sus adyacentes. Todo estaba montado tan al milímetro, con falsa espontaneidad, que hubo poco espacio para cualquier cosa no superficial. Tampoco hay que quitar mérito a lo trabajado, desde luego. Todo lo añadido no está de más, pero me pregunto si hubiésemos corrido a escuchar, qué se yo, a la Caballé o a la Berganza porque fueran vestidas de Westwood mientras soplaban purpurina… creo que con su voz, en estos casos, era más que suficiente para que nos diésemos de tortas por conseguir una entrada. Me pregunto si con la voz de DiDonato, en el momento de ellas, hubiese bastado.

La voz de Joyce DiDonato tiene un punto de partida bueno, pero su tesitura es realmente corta (no confundamos con su extensión), de grave prácticamente inexistente que busca resonancias espurias y un agudo que cada vez logra menor relieve. No brilla, se tensa y cala. Diera la sensación de que perdiese el control sobre una técnica mejorable; como si no supiera controlar hacia qué punto está ascendiendo su voz. Si no cala, grita. Son momentos muy puntuales, pero que echan por tierra páginas bien resueltas como When I am laid in Earth, de Dido & Aeneas, o Lascia ch’io pianga de Rinaldo, donde además cambió contínuamente las vocales finales “a” por “o” y las “e” por “i”. La expresividad y modo tan efusivo de acercarse al resto de páginas, con esos ataques, ascensos y un fraseo en ocasiones mejorable, dibujaron unas formas fuera de estilo, que podrán gustar, pero fuera de estilo. Curiosamente, en las páginas más contenidas donde DiDonato se plegó más a la partitura: The Indian Queen y Susanna, fue donde el público menos aplaudió. Y entre tanto muchas luces, visuales, humos y un bailarín, Manuel Palazzo, que dio lo mejor.

Soberbios estuvieron por su parte Il Pomo d’Oro con Maxim Emelyanichev al frente, quien ensambló un bajo contínuo, así como su intervención al clave, siempre imaginativo, siempre en la búsqueda del color. Es la efusividad bien encauzada. Especial mención requieren la sublime intervención de la violinista  Anna Fusek con el piccolo en Augelletti che cantata de Haendel.

Al finalizar, la cantante salió al escenario, micro en mano, para hablar con el respetable. Personalmente, cada vez que un artista, sobre el escenario, por aquello de hacer ver que habla español entona palabras como “cerveza”, “siesta”, “patatas bravas” “paella” y por supuesto “olé” y el público aplaude enfervorecido, me siento insultado. Siempre espero ver a Agustín Valverde con sus gallinas entre el público. Y es que siempre se repite la misma fórmula, como si no saliésemos de ahí. El día que uno diga “Quijote”, “Meninas” o yo que sé “Unamuno”, aplaudiré de pie entre lágrimas. Por cambiar un poco, ¿no? Digo…

La cosa es que tras más superficialidad repetitiva, DiDonato nos quiso hacer llegar el porqué del concierto, de la música interpretada. Un mensaje de Paz, una llamada de ayuda a los “países como el vuestro que aún creen en la democracia, la libertad y la igualdad” para situarnos a la cabeza de los valores por los que merece la pena luchar. Y es un mensaje que me creo. De veras que sí. Pero tras las patatas bravas, las tarjetas de felicitación, los cañones de humo, Vivienne Westwood, toda la mercadotecnia discográfica detrás y el negocio evidente, el mensaje que me ha llegado ha sido demasiado superficial. Que todo ello es compatible, claro que sí, pero en esta ocasión, insisto, es demasiado superficial como para creérmelo de veras. Doy por hecho que, al menos, una parte de los beneficios irán recaudados irán para alguna buena causa de ayuda a quienes sufren los horrores de la guerra. Aunque no ví nunguna información al respecto.

Foto: Mark Allan.