achucarro

Del mismo Bilbao

Oviedo. 15/01/16. Auditorio Príncipe Felipe. Temporada de conciertos de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Obras de Brahms, Rachmaninov y Dvořák. Solista: Joaquín Achúcarro. Director: David Lockington.

En ocasiones resulta difícil escribir con espíritu crítico sobre alguien que, como Joaquín Achúcarro, ha consagrado a la música toda una vida de estudio y dedicación. Y es que, a pesar de rondar ya los ochenta años, el sonido de este genial pianista bilbaíno es siempre preciso e irremediablemente apasionado. Cuesta creer que ese hombre, al que ves acercarse pausadamente hacia el piano, sea el mismo que poco después te sorprende por su dinamismo a la hora de interpretar la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov. Obra que Achúcarro abordó este pasado viernes con la vitalidad y el arrojo de quien apenas ha cumplido los veinticinco. Perfectamente capaz de moldear la obra a placer y, más allá de una técnica totalmente consolidada, impresiona especialmente ese don tan suyo de interiorizar la música, ofreciéndola luego al público a través de un abanico de matices. En opinión de quien firma, convenció especialmente la variación número 18 de las 24 que constituyen la Rapsodia. No sólo por el talento del solista que nos ocupa, sino también por el buen empaste que se logró entre éste y el sonido ofrecido por la OSPA.

En su primera propina, el Nocturno para la mano izquierda op.9 de Skriabin, Achúcarro llevó al límite sus capacidades expresivas, demostrando que es capaz de transmitir con una sola mano lo que muchos otros pianistas no consiguen con las dos. Así pues, incluso las otras dos obras que interpretó fuera del programa supieron a poco. En primer lugar, el Vals nº14 en mi menor de Chopin y, en segundo, el Preludio op.28 nº16 del mismo compositor. Pieza que le sirvió al bilbaíno para demostrar su envidiable habilidad técnica y que constituyó un broche ideal con el que cerrar su intervención en el auditorio ovetense.

Además de la ya mencionada Rapsodia, el programa incluyó también la Obertura trágica en re menor, op 1 de Brahms y la Sinfonía nº6 de Dvořák. Ambas piezas, que presentan un grado de dificultad considerable, fueron defendidas con oficio por la Orquesta Sinfónica de Principado de Asturias bajo la batuta del británico David Lockington quien se esforzó durante toda la noche en conseguir un sonido interesante y trabajado por parte de los integrantes de la sinfónica asturiana. Colaborador habitual de la agrupación, Lockington nos ha parecido siempre un buen director; afín a los músicos con los que trabaja y capaz de extraer buena parte de su potencial. Así pues, la intencionalidad del británico permitió a la OSPA ofrecernos una lectura atinada y ciertamente interesante de la ya mencionada Obertura trágica firmada por Brahms, que se benefició especialmente de una sección de viento metal bien templada.

De la labor sinfónica desarrollada como acompañamiento al piano de Achúcarro durante la Rapsodia sobre un tema de Paganini nos sorprendió el buen hacer de la percusión, que fue clavando sus múltiples intervenciones tanto en tiempo como en nivel sonoro. Tras el descanso, la Sexta Sinfonía de Antonín Dvořák cerraría el discurso musical de este concierto, sin duda caracterizado por un programa marcadamente romántico. La OSPA supo defender esta compleja composición ideada por el compositor checo, logrando ofrecer algunos momentos de especial interés a través de un sonido que, aunque denso y bien timbrado, habría necesitado de una mayor uniformidad en las cuerdas para alcanzar su máximo de interés.

Pese a todo, nos vamos del Auditorio con la sensación de haber asistido a un concierto digno de recordar dentro de la temporada de abono de la agrupación asturiana. Tanto por la intervención estelar de Achúcarro, al cual esperamos volver a ver pronto por Oviedo, como por la actitud y el esfuerzo que, traducidos en resultados, se irradiaron en todo momento desde los atriles.