Más ópera y menos psicología
Madrid. 15/07/2017. Teatro Real. Puccini: Madama Butterfly. Ermonela Jaho, Jorge de León, Ángel Ódena, Enkelejda Shkosa, Francisco Vas, Fernando Radó, Marifé Nogales y otros. Dir. de escena: Mario Gas. Dir. musical: Marco Armiliato.
Qué especial es Madama Butterfly. Qué pocas sopranos, de hoy y de ayer, se han atrevido a incorporar este rol a su repertorio de forma estable. Y qué desgarradora sigue siendo su historia, qué sobresaliente sigue siendo su música. Les confieso que la función que nos ocupa me tocó muy dentro. Cosas que pasan, incluso cuando uno menos se lo espera; esta es la magia de la ópera. No viene al cuento darles más pormenores, pero esa noche me acordé obviamente de mi madre, a la que tenía sentada a mi lado; me acordé de mi sobrino de cuatro años; me acordé de Lorengar y de Freni; me acorde de las mujeres que amo y admiro. Y me emocioné sin remedio, no ya sólo en la escena final, sino en repetidas ocasiones durante la representación. Y es que a veces se nos olvida que la ópera es precisamente esto, un juego de emociones a flor de piel, la capacidad del teatro y la música para expiar nuestras contradicciones más íntimas, nuestras pasiones más recónditas. Mi madre lo expresó mejor que yo al salir: 'La gente debería ir menos al psicólogo y más a la ópera’. Exageraba un tanto, y el título escogido para este texto no deja de ser una provocación; pero en el fondo es verdad: la ópera y la música siguen teniendo la capacidad de sacudirnos de pies a cabeza, de ponernos contra el espejo como pocas otras manifestaciones artísticas son capaces de hacer.
La causa fundamental de todo esto fue la intérprete protagonista, Ermonela Jaho. Pocas veces, ninguna a decir verdad, he visto levantarse a todo el patio de butacas como un resorte automático nada más caer el telón. Y es que Ermonela Jaho ha encontrado un verdadero filón en el papel de Cio-Cio-San. La suya es toda una encarnación, una de esas raras ocasiones en las que la distancia entre la intérprete y el rol se diluye por completo. Ermonela Jaho es Butterfly, la vive de principio a fin de la representación y casi muere con ella, verdaderamente exhausta y agotada al término de la función, cuando sobrecoge al caer de espaldas tras intentar encontrarse con Pinkerton. Con una voz ciertamente limitada, corta en los extremos y con un atractivo tímbrico más bien limitado, la soprano albanesa demuestra un canto inteligente, haciendo de la necesidad virtud y convirtiendo sus debilidades en fortalezas, al servicio de un retrato dulce, frágil y sereno. Hay en su Cio-Cio-San un aire de juventud que es más bien un aura de pureza.
Jorge de León ha hecho de su vibrante y firme registro agudo el centro de su vocalidad, amén de la seguridad de su emisión, exhibiendo una voz robusta y brillante. Características que van como anillo al dedo al rol de Pinkerton, un canalla al que el tenor canario encarna con la habilidad de mostrar sus debilidades, sus dudas, todo ese torrente de remordimientos que se condensan en el “Addio fiorito asil”. Casi tan ingrato e inmoral como Pinkerton es el rol de Sharpless, de una rara e incómoda nobleza, bien servido aquí por la voz robusta aunque un tanto mate de Ángel Ódena. Convenció la Suzuki digna, regia y estoica de Enkelejda Shkosa. Comprimarios como Francisco Vas contribuyen a elevar el nivel de una representación, con ese derroche de oficio, tanto vocal como escénico, aquí en la parte de Goro. Buen trabajo también de Fernando Radó como el tío Bonzo y Marifé Nogales como Kate Pinkerton.
En el foso Marco Armiliato demostró que se puede hacer de la rutina algo sobresaliente. Llevando a la orquesta del Real a su límite, con mano izquierda, Armiliato sacó el máximo de un foso que sonó implicado, intenso y poético. La dirección del maestro italiano es un tanto efectista por momentos, pero no es lo menos la propia música de Puccini, una verdadera genialidad, de una manipulación sentimental extraordinaria y digna de elogio, capaz de hacernos llorar exactamente en el compás deseado. Y pensar que fue un tremendo fracaso cuando se estrenó en Milán en 1904...
Se reponía en escena la producción firmada por Mario Gas y procedente de los tiempos de Emilio Sagi al frente de la dirección artística del Teatro Real. Repuesta ya por Antonio Moral en su día, Joan Matabosch ha vuelto a acertar poniendo en escena una producción del propio coliseo madrileño, amortizando recursos propios. Se trata de un trabajo estimable que parte de esa ficción ya clásica de generar el teatro dentro del teatro, esta vez en torno a la filmación de una película en los años 30. Funciona y tiene una particular poesía. Eso es lo mejor que puede decirse de un trabajo de mimbres clásicos como este, con una dirección de actores ciertamente cuidada, llena de pequeños detalles y en la que no hay elemento dejado a su libre albedrío.
Por cierto, comentario al margen, que habrá quien entienda como nota un tanto populista y demagógica, pero al Cesar lo que es del Cesar: muy bien esta vez el Teatro Real apostando por voces españolas como las de Jorge de León, Ángel Ódena, Luis Cansino o Francisco Vas, entre otros, para esta reposición de un trabajo escénico firmado por otro español, Mario Gas. No se trata de caer en el chovinismo, pero verdaderamente no tiene sentido traer de fuera lo que ya tenemos en casa, como tantas otras veces sucede.