Salonen BBCProms 

Reivindicar el presente

Londres. 2/7/2017. Proms. Royal Albert Hall. Obras de Bach (arr. Stravinsky), Ravel y John Adams. Marianne Crebassa. Philharmonia Voices. Orquesta Philharmonia. Dirección: Esa-Pekka Salonen.

Uno de las particularidades de la música clásica, de sus problemas me atrevería a decir, es que el repertorio está en gran medida cerrado. Eso que se ha llamado el canon, tan limitante, orbita alrededor de unos cuantos autores del Romanticismo y el Clasicismo, y si en las últimas décadas se ha expandido hacia atrás en el tiempo, haciendo que el Barroco ocupe un lugar protagonista por derecho propio, lo cierto es que las creaciones contemporáneas no consiguen tener un papel mínimamente protagonista. Se cuelan furtivas en los programas, normalmente en la primera parte, como el peaje que hay que pagar para poder volver a escuchar otra vez más esa Quinta de Beethoven de la que el público nunca se harta. Pero hay contadas ocasiones en las que una obra actual se yergue por encima del pesado legado de las tradiciones y consigue un éxito total, enamorando además la audiencia. Este ha sido el caso de la última actuación del siempre fiable Esa-Pekka Salonen en los Proms londinenses.

La Música ingenua y sentimental de John Adams ha sido el corazón de un Prom, el 24, que nos ha hecho alimentar la ilusión de que el repertorio de las salas de conciertos sigue vivo. Es esta una obra que Salonen conoce muy bien, la estrenó en Los Ángeles hace un par de décadas, la ha grabado y, por si esto fuera poco, el propio autor se la dedicó. A pesar del nombre, es una obra ambiciosa, que contiene un resumen de muchas de las tendencias musicales del siglo XX, unos estilos que el director demostró dominar y dotar de un profundo sentido emocional, ese que tantas veces nos falta en las interpretaciones contemporáneas.

En el primer movimiento Salonen y su Orquesta Philharmonia desplegaron el poderoso aparato sinfónico a partir de una sencilla idea fija en las maderas, ingenua, explorando con claridad y transparencia todo tipo de variaciones, armando una estructura multinivel, culminados en tres grandes clímax que nos acercaron al terreno de lo anárquico. El segundo movimiento, que podría hacer las veces adagio, se movió en el ámbito de lo melódico, de la construcción de atmosferas, desplegando el potencial universo de colores orquestales que Adams reivindica en esta obra. El minimalismo, cómo no, llegó en todo su esplendor en el tercer movimiento, obsesivo e hipnótico, hizo perder el sentido del tiempo mientras un creciente e imparable sentimiento de agitación se apoderó de la sala entera hasta un final de carácter épico y catastrófico a la vez que puso, de inmediato y merecidamente, a toda la sala en pie.

Con anterioridad a esta experiencia rotunda y redonda tuvimos la oportunidad de disfrutar del buen hacer de la mezzo francesa Marianne Crebassa encarnando a Shéhérazade de Ravel, en el ciclo de canciones del mismo nombre. Nunca es fácil para una cantante solista enfrentarse al formidable espacio y a la acústica del Royal Albert Hall, unas seis veces más grande que una sala media; Crebassa superó el reto con nota. Mostró un canto exuberante y a la vez delicado en su doble papel de narradora y protagonista de la historia y consiguió que los giros de emoción operísticos nunca comprometieran la naturalidad de la emisión y la intimidad de una cuidadísima dicción poética. 

Conciertos como este demuestran que la música de las salas de conciertos -hay algo siempre inapropiado en el término “clásica”- puede seguir viva en lo que al repertorio se refiere. Disfrutamos de la herencia de la monumentalidad de Bruckner, la trascendencia de Mahler y el exotismo de Debussy, actualizada con un lenguaje musical que nos aleja de la nostalgia y nos sitúa de lleno en la actualidad. Si además podemos hacerlo en un ambiente como los Proms, donde el amor a la música se combina con la informalidad de un concierto de rock, estaremos en disposición de certificar que el presente es posible.