Perdidos en el espacio
Londres. 2/7/2017. Proms. Royal Albert Hall. Obras de Schütz y Bach. Monteverdi Choir. English Baroque Solosits. Dirección: Sir John Eliot Gardiner.
Tocar en el Royal Albert Hall tiene serias dificultades debido a su tamaño y a su muy particular sonoridad. Para empezar, el recinto tiene seis veces más volumen que una sala de conciertos convencional, un techo de más de 40 metros de altura y puede albergar a más de 5.000 espectadores. Podemos repasar algunos conceptos básicos de acústica: tanto gentío absorbiendo sonido rebaja significativamente el volumen, y las reflexiones en un contorno casi circular ocurren lejos y tarde. En resumen y a pesar de los icónicos champiñones que se instalaron en el techo en los años 60 para mejorar la situación, tenemos intensidades disminuidas y tiempos de reverberación muy largos, es decir, la música suena baja y con ciertos ecos.
El motivo de esta pequeña reflexión técnica es que esto tiene importantes consecuencias en la interpretación. En el repertorio romántico, las orquestas normalmente aumentan su tamaño y su ímpetu, confiando en que el ambiente festivo y un público siempre entregado y generoso hagan el resto para ofrecer una actuación convincente. Los solistas y la música antigua sufren mucho más, y deben encontrar estrategias para no perderse en la inmensidad del espacio, algo que no consiguió hacer con total éxito nuestra autoridad en música barroca, Sir John Eliot Gardiner, en el Prom 25.
Fue este un programa doble compuesto por cantatas luteranas de Schütz y Bach. El estilo propio de la formación pronto hizo su aparición, energético, con acentos marcados y un extremo cuidado a los detalles. La viveza y riqueza polifónica de las obras que Schütz escribió para el centenario de la Reforma lucharon para desplegarse por la sala, con las voces corales fundiéndose y emergiendo para subrayar la palabra en los salmos. Se mostró un estilo italiano, de religiosidad alegre, celebratorio, precioso aunque lejano. Fue una actuación, en todo caso, que hubiera ganado con una mayor separación física de los coros, cuestiones de espacio, una vez más.
En la segunda parte irrumpió la doliente y compleja austeridad de dos de las más importantes cantatas de Bach: “Gott del Herr...” y muy especialmente “Ein feste Burg…”. Fue este el momento de la sutileza, del estilo camarístico y de la exhibición de los colores arcaicos de los instrumentos de época, especialmente de unas trompas cautivadoras por su presencia y por su afinación natural. De entre los solistas, sacados del coro, hay que destacar los cimientos proporcionados por del bajo Robert Davies, mostrando buena dicción y proyección. Reginald Mobley hizo las veces de alto mostrando un timbre claro y sutileza en lugar de potencia. El efecto hipnótico que Gardiner declaró buscar en este espacio a través de la “intención y foco” de los sonidos livianos solo se consumó con el aria “Komm in mein Herzenshus…” en voz de la soprano Miriam Allan, grácil y reconfortante a través de una línea melódica dulce y agudos luminosos.
Volviendo a la acústica, experiencias como esta nos invitan a reflexionar más allá de la heterodoxia de los Proms. Asistimos cada día a situaciones similares, contratenores de renombre (cantando en falsete) o pequeñas orquestas con instrumentos de época actuando en espacios inconvenientes, por el voraz apetito del público y los promotores. Y olvidamos con frecuencia que si la buena música requiere un exhaustivo control del tiempo, no es menos importante una oportuna conciencia del espacio.